La historia del cine argentino tuvo su momento refundacional con la irrupción de la corriente conocida como Nuevo Cine Argentino, a mediados de la década del ´90. Atrás habían quedado el cine de las empresas productoras como San Miguel, Argentina Sono Film, Lumiton, desde la década del ´30 (en el cine sonoro) u otras posteriores como Aries Cinematográfica, desde la década del ´50. Los directores que habían realizado un cine influenciado por la Nouvelle Vague (en la década del ´60) había perdido continuidad. Y por otra parte, la feroz censura, la destrucción de la industria, en general y la persecución de los artistas, en las sucesivas dictaduras, transformaron al cine argentino a un cine reducido en ideas, propuestas y realizaciones.
No obstante, algunos realizadores muy personales se han mantenido con una marcada independencia, llevando adelante una trayectoria, si bien irregular, con una notoria identidad. Uno de ellos es Alejandro Agresti, un director cuya cinematografía alternó delirios creativos con superproducciones internacionales e historias entrañables.
La irregularidad de su carrera es producto de la falta de continuidad derivada, en parte, porque la comenzó en una época en la cual no existía un aporte estatal al cine nacional y debió recurrir a financiamiento de fondos y productores de otros países, haciendo que residiera en algunos años en los Países Bajos y en Estados Unidos. Todo ello, hizo que, excepto, los muy cinéfilos, su nombre no fuera debidamente conocido en el país.
Alejandro Agresti nació el 2 de junio de 1961, y muy joven, con poco más de veinte años, en 1984, realizó el mediometraje “El hombre que ganó la razón”, en blanco y negro, que no fue estrenado comercialmente en Argentina, filmándola en los fines de semana y realizando la posproducción en los Países Bajos, a partir de la relación que estableció con el productor Kesse Kasander, productor a su vez de todas las películas de Peter Greenaway. Es una película, sobre un escritor y sus personajes fantasmalmente creados, con los condimentos de quien empieza su carrera, “tiene realmente todas las inquietudes de un tipo de esa edad”, dijo Agresti en un reportaje.
Agresti ha referido que, desde siempre, le ha gustado escribir. Lo hacía desde muy chico y por ello, es el autor de casi todos los guiones de sus películas. Su abuelo paterno era fotógrafo, especialista en retratos y a los cinco años le regaló una cámara cajón que lo marcó en su interés por filmar. Comenzó trabajando muy joven en el canal de la televisión pública que, en esos años, se llamaba ATC y luego en canal 11. Era el final de la década del ´70 y se estaba en incorporando el color en la televisión y aprovechando la situación, pidió y robó cintas en blanco y negro que comenzaban a descartarse, con las que luego comenzó a filmar.
En sus primeras películas manifiesta un marcado interés por la generación que sufrió más directamente las inclemencias de la dictadura cívica-militar que en esos años estaba abandonando el poder por el impulso democrático de la sociedad argentina. Respecto a ello expresó: “Ciertos períodos pasaron a ser como un emblema, una marca, Pero a mí lo que más me preocupa para que esos períodos no vuelvan a existir es la hipocresía del argentino. Es lo hipócritas que somos, Yo siempre digo que los milicos no bajaron de un plato volador, O sea, la gente los trajo, el país los trajo”. Tiene una personalidad muy particular, cuestionador de algunos colegas, que le ha ganado varios enemigos. Admite ser “impulsivo y soberbio (…) pero honesto”. Su cine, dice Beatriz Urraca, es “individual e inclasificable, destacando a veces como pionero y casi siempre situado a contracorriente de las modas o tendencias del momento, pero siempre en diálogo con ellas”.
“El amor es una mujer gorda” (1987) es la primera película de Agresti que tiene un estreno comercial. Es una producción de capitales argentinos y holandeses, también en blanco y negro y aborda el drama de los desaparecidos en los años de la dictadura, en la figura de la mujer del protagonista, periodista que investiga la desaparición de éste.
“Boda secreta” (1989) su siguiente película, tampoco fue estrenada comercialmente en el país. Un reaparecido retorna a su pueblo natal para reencontrarse con su viejo amor que, como Penélope, no lo reconoce. “No sé donde estuve, no sé qué pasó”, dice el protagonista. Es la visión del director respecto a cómo podría ser recibido en una sociedad pueblerina asfixiante y prejuiciosa alguien que había desaparecido en la dictadura. Filmada en Uribelarrea, un pueblo a 20 kms. de Cañuelas en 23 días, con las actuaciones de Tito Haas, Mirta Busnelli y Nathán Pinzón. La película obtuvo premios en el Festival de Cine Holanda y de Río de Janeiro. En 2004 fue exhibida por única vez en la televisión pública.
Su carrera continuó con, entre otros films, “Buenos Aries, viceversa” (1997), sobre una juventud que buscaba reencontrarse con las generaciones anteriores. Al comienzo una placa homenajeaba a “los hijos que dejaron recién hoy están en edad para pedir respuestas a la sociedad. A ellos está dedicado este film”. Antiguos torturadores están reciclados y pasan desapercibidos como personal de seguridad en shoppings o serenos de hoteles alojamientos. La película interpretada por Vera Fogwill, Fernán Mirás, Nicolás Pauls, obtuvo el Cóndor de Plata y el Premio del Festival de Mar del Plata entre otros.
“El viento se llevó lo que” (1999), es un homenaje al cine. Una joven escapa con su taxi de Buenos Aires a la Patagonia y en un pueblo fantasmal se encuentra con vecinos que se convocan habitualmente a funciones en un cine en el cual se exhiben viejas películas con los rollos mezclados. Agresti afirmó en un reportaje que “me imaginé que pasaría en un pueblo que recibe películas cortadas y, que a través de ese malentendido genera toda una cultura. Es decir: la gente empieza a hablar entrecortado, su comportamiento tiene una especie de poesía.” Actuan Vera Fogwill, Fabián Vena, Carlos Roffe, Ulises Dumont, la española Ángela Molina y el francés Jean Rochefort. Esta película recibió la Concha de Oro a la mejor película en el Festival de Cine de San Sebastián.
Agresti adaptó el libro de Pedro Mairal, ganador del Premio Clarín de Novela, “Una noche con Sabrina Love” (2000) y lo filmó en Pueblo Liebig y Colón. Actuaron Silvina Roth, Tomás Fonzi, Norma Aleandro, Julieta Cardinali, Giancarlo Giannini. “Valentín” (2002) fue un gran espaldarazo para su carrera internacional. La película es, en parte, una referencia a su propia infancia, es el niño que se enamora de la novia de su padre. El niño es curioso e inteligente; su madre falleció y su padre está ausente y discurre por los desafíos de la infancia y la búsqueda de su identidad. Julieta Cardinali era la novia, Rodrigo Noya era Valentín y Alejandro Agresti representaba a su propio padre. También actuaron Carlos Roffe, Jean Pierre Noher, Mex Urtizberea y la española Carmen Maura. Ganó los Premios Cóndor y el del Festival de Mar del Plata, entre otros.
A partir del interés de Miramax por contratarlo, llegó a Hollywood para filmar con Keanu Reeves, Sandra Bullock y Christopher Plummer “La casa del lago” (2006). Una historia de amor entre una doctora solitaria que establece una relación epistolar con un arquitecto. Paul McCartney interpreta “This Never Happened Before”, el tema principal de la película. La filmación fue en Chicago y Agresti re hizo el guion de una película sur coreana, “Siworae”, que originalmente era de Eun-Jeong Kim y Ji Na Yeo. Con ella consiguió repercusión internacional y le permitió filmar a John Cusack, Al Pacino en “No somos animales” (2017). Finalmente, según sus propias afirmaciones, escapó de Hollywood porque “no es para mí, (…) es un lugar horrible donde todo es competencia, números, aparentar y todo lo demás.”
Recientemente estrenó su última película, “Lo que quisimos ser” (2024), con Eleonora Wexler y Luis Rubio. Encuentros entre una pareja, unida por la pasión cinematográfica. Se conocen en un cine, a fines de los ´90, en una exhibición de “Ayuno de amor” (1940), una deliciosa comedia de Howard Hawks con Cary Grant, Rosalind Russell y Ralph Bellamy. En sus sucesivos encuentros la pareja con imaginación, intentan encontrar un resquicio para superar la aridez de la cotidianeidad.
De todas maneras, “El acto en cuestión”, película de 1993, ha sido considerada como su mejor realización. Roger Koza la catalogó como una “película extraordinaria, de una desmesura inusual para el cine argentino de nuestro tiempo. (…) La imaginación en El acto en cuestión se libera como pocas veces se ve en el cine”. Luciana Azul Calcagno y Griselda Soriano Barea han afirmado que “es posible considerarla precursora, en nuestro campo cinematográfico, en el planteo de una estética y unas preocupaciones posmodernas”. Agresti adaptó una novela que había escrito a los 19 años y que había surgido cuando caminando por avenida Rivadavia, Agresti ve en el cordón de la vereda, una foto de un hombre con galera y guantes blancos que decía: “Mago: Animación Fiestas Infantiles”.
El guion entonces es sobre un chanta porteño que se especializa en robar libros usados y en uno de ellos aprende un truco de magia que consiste en hacer desaparecer objetos y personas. Su éxito persiste hasta que falla con un niño búlgaro al que no consigue hacer aparecer. La aparición con vida que se reclama por parte de los familiares del niño es más que una clara referencia a la intencionalidad del director. El continuar hablando del tema es la forma de mantener vigente el recuerdo. Un personaje afirma “esto de desaparecer no es nada; la gran joda es el olvido”. Por otra parte, la anacronía subyace en todo el film.
La película filmada en blanco y negro es, por momentos, desopilante, enternecedora y emocionante. En cuanto al humor que atraviesa la película, Agresti ha dicho “a mi siempre me gustó romper con la solemnidad o tener mucho humor (…) Tocás temas tristes, pero tratás de buscarle otra forma, otra dialéctica para comunicar esas cosas. Billy Wilder dijo que si decís las verdades como son, te matan, y si las decís con un poco de humor, se aceptan”.
Actuaron en la película Carlos Roffe, Mirta Busnelli, Lorenzo Quinteros y si bien es marcadamente porteña, Agresti la fue filmando en tiempo record en Munich, Karlovy Vary, Praga, Budapest y Sofía. Se estrenó en el Festival de Cannes. El director es un apasionado de la música de Spinetta y utilizó su tema “La montaña” en esta película. La misma no tuvo distribución comercial en el país y solamente se exhibió en una función en la Sala Lugones del Teatro General San Martín.
Agresti continúa filmando. Su leitmotiv es que la ficción es la única realidad. Fue reconocido por la crítica internacional y homenajeado en 2001 con el Diploma al Mérito de los Premios Konex como uno de los 5 mejores Directores de Cine de la década en la Argentina.
(*) Autor de «Los libros y el cine» y «La memoria sin límites». Miradasylecturas.com.ar.