Cerebro y estrés

Por David Bueno

El enemigo número de nuestro cerebro es el estrés, concretamente el estrés crónico. Y sólo se le puede hacer frente con placer y motivación. La estimulación da respuesta a nuestra curiosidad, pro la sobreestimulación nos satura y nos estresa, y empezamos a generar cortisol.
El 8% de los niños y el 20% de los adolescentes tienen estrés crónico.
Chicos y chicas entre 9 y 24 años sometidos a estrés crónico agudo, tienen alteraciones permanentes en las conexiones neurales, especialmente en las amígdalas, y eso hace que cuando sean más mayores tengan dificultades para gestionar las emociones negativas tendiendo más a reacciones agresivas, y tengan menor autoestima y autoconfianza.
El cerebro de nuestros hijos es una esponja que absorbe todo lo que le rodea, por un motivo muy simple, relacionado con las funciones de este órgano rector. Como ya se ha dicho, la función cerebral dirige y armoniza todas nuestras actividades corporales, y genera nuestra actividad mental. Esta actividad incluye, por supuesto, todos los aspectos relativos al comportamiento. Pues bien, el cerebro es el órgano que permite que adaptemos y readaptemos nuestro comportamiento al ambiente en el cual nos formamos y nos encontramos, para cumplir con la función biológica más elemental de todas: sobrevivir. Adaptarse para sobrevivir, esta es la máxima de la biología. La infancia que damos a nuestros hijos influirá de manera decisiva su carácter y el comportamiento que manifestarán cuando sean adultos. Como se ha citado al inicio de estas columnas en relación a los superhéroes de las novelas gráficas, “un gran poder conlleva una gran responsabilidad”. Dicho de otro modo, el ambiente que proporcionemos a nuestros hijos, entendiéndolo en sentido amplio, contribuirá a la forma física que tomarán sus conexiones cerebrales, lo que se traducirá no sólo en conocimientos sino también, muy especialmente, en todos los aspectos de su comportamiento, que se adaptará a ese entorno. Sin embargo, de forma programada por los genes no se potencian las mismas conexiones a una edad que a otra. En general se distinguen tres grandes etapas desde el nacimiento hasta alcanzar la edad adulta: de 0 a los 3 años. De los 4 a los 11 años. Y la adolescencia. Pero de eso hablaremos mañana.