Por Nicolás Sotomayor
Un par de parejas de mujeres toman la iniciativa y bailan chamamé en el asfalto. Se suman algunos paisanos de boinas, de bombachas de campo. Desde el escenario piden un sapucai y el público devuelve, algunos desde la comodidad de sus reposeras plegables, otros sentados sobre el cordón o simplemente parados. El sapucai se escucha nítido, elevado; por estos lares ya nadie usa tapaboca al aire libre.
Es muy tarde para ser tarde, es muy temprano para ser noche; esa disyuntiva es una especie de limbo durante el día que hace combinar mates y cervezas o fernet al tope en los vasos de plásticos. Un bullicio se oye de fondo, proviene de la muchedumbre desperdigada contiguas a las cantinas o puestitos que venden constantemente bebidas, hamburguesas, papas fritas, pochoclos, garrapiñadas.
La plaza se colma de gurises que corren sin destino. Algunos perros deambulan sin dueños. El animador desde el escenario dice que encontraron un celular, que lo encontró una nena llamada Morena; pide un aplauso por la generosidad de devolverlo. Cantan folklore Los Hermanos Gauna, luego cantan cumbia La Sin Nombre Band y El Picaflor Bailantero. En las pausas sin bandas en escena, la pantalla gigante muestra un Power Point rudimentario con las políticas del municipio. Es miércoles 29 de septiembre, el día del 128° aniversario de Villa Mantero, departamento Uruguay, trasformado en municipio a partir de diciembre de 2011. A cincuenta kilómetros de Concepción del Uruguay, una fiesta popular se despliega desde el escenario que da la espalda a la plaza General Galarza y mira hacia la parroquia San Miguel Arcángel, patrono de la provincia, también en su día. Para el catolicismo, es el Príncipe de los espíritus celestiales y aparece en el Antiguo Testamento como el gran defensor del pueblo de Dios contra el demonio. Los manterenses aprovechan la jornada entre bailes, cantos y, al menos por un momento, olvidan los trances cotidianos. San Miguel además protege el alma de los humanos.