Carbonell y la expropiación de Santa Cándida

Juancho Carbonell.

Por Gerardo Iglesias

En 1983 la democracia retornó con fuerzas en la sociedad argentina, dejando atrás siete años de oscuridad, represión y masacre.

La llegada de las urnas y el arrasador triunfo de Raúl Alfonsín significaron el camino al retorno de los debates y la recuperación de innumerables derechos y bienes que fueron aplastados por el pie feroz de la dictadura cívico militar que encabezó Videla.

Y fueron también tiempos de sueños, muchos de los que aún siguen truncos.

Hace pocos días, Guillermo Bevacqua recordó en este diario el encuentro entre Alfonsín y el entonces presidente Uruguayo Julio María Sanguinetti en nuestra ciudad.

Entre los entretelones de esa visita, la pluma de Bevacqua rescata una perla entre ambos presidentes “Alfonsín le dice “Che Julio, el amigo –señalando a (Justo) Parma- es el Presidente del Concejo y tiene un concejal comunista…” Y el uruguayo espontáneo, responde: “¡¿Un concejal comunista’?! ¡Nooo!.. ¿y cómo hace?”.

Fue un caso único, ya que Juan José Carbonell, Juancho, fue elegido como Concejal por el Partido Comunista.

La elección de Juancho demostró el enorme deseo de la gente por votar y el respaldo a un vecino más que reconocido en la ciudad, sabedor que los votos fueron más hacia su persona que al partido que representaba, más allá del enorme trabajo que realizaron sus afiliados y partidarios en nuestra ciudad.

Esto se lo confirmó a quien escribe en una nota realizada hace mucho tiempo atrás, cuando, ante la pregunta si creía que la gente lo voto más a él que al partido en sí, Juancho expreso que “Es muy probable.

No quiero negar eso y sería una falsedad terrible no reconocer eso. Caí bien en la gente. La gente iba al partido y pedía votos para Juancho.

Gente que de comunismo no sabía ni quien era Marx, Lenín.

Veían un profesional joven, escribano, comunista y eso le rompía todos los esquemas a la derecha. No podían hablar mal, decir cómo es esto.

Esto marco un hito en Entre Ríos, que lamentablemente no pudo ser superado”.

Una vez asumido, Carbonell tuvo una activa participación en el Concejo Deliberante de un municipio que conducía el entonces intendente Juan Carlos Godoy.

Entre los muchos proyectos presentados por Juancho se destacaba uno que no prosperó, pero que dejaba en claro los tiempos que se vivían y la audacia del Concejal.

Ingresado en Mayo de 1984, con un folleto explicativo, en el cual se historiaba el asunto, Carbonell presentó ante sus pares el Proyecto de Expropiación de Santa Cándida, el palacete del General Justo José de Urquiza, enclavado en el Arroyo de la China, allá frente a la punta misma del Balneario Itapé.

El Proyecto presentado por el edil del Partido Comunista a poco de andar la democracia estaba dividido en tres partes: una Breve reseña histórica, el Estudio de antecedentes y relaciones de títulos y Consideraciones finales.

Meticuloso como pocos, Carbonell avanzó en la historia para comenzar a justificar semejante pedido, ambicioso, sorprendente y reivindicativo para aquellas épocas, como lo es aún hoy en día.

El proyecto recuerda que “en 1847 comenzaba a funcionar un establecimiento industrial, al sur de nuestra ciudad, el que, con el transcurso del tiempo, se convertiría en uno de los principales del país: “El Saladero Santa Cándida”.

Se buscó para su instalación la margen del río, y el lugar preferido contó también como límite al arroyo La China”.

En esa introducción recuerda también que “los planos del hoy Palacio fueron obra de Pedro Fosatti” el constructor preferido del General Urquiza, creador de varios inmuebles en la ciudad, entre ellos la fachada del actual Cementerio.

En el Saladero se levantaban “seis galpones, dos corrales, varios ranchos para viviendas, panadería y otros inmuebles”, llegando a producir “cuero, carne, grasa, cebo, aceite, jabón, velas, entre otros productos.

Al lugar llegaron por entonces embarcaciones inglesas, españolas, danesas y belgas entre otras banderas”.

Esa rápida expansión llevó a Urquiza, como bien remarca la reseña presentada por Carbonell, a buscar mejoras.

Así llegaron “la construcción de un muelles de madera, como así un ferrocarril que sirva para la carga de buques (…) y la instalación de un equipo de bombas de agua”.

En el último párrafo afirma que al momento de la muerte de Urquiza, el Saladero iba en camino a transformarse en un frigorífico, lo que “hubiera constituido una fuente de enorme progreso”.

En el punto que marca el Estudio de antecedentes y Relaciones de Título, Carbonell recorre todos los traspasos que experimentó la propiedad.

Comienza en el año 83, justo en el retorno de la democracia, diciendo que el inmueble figura inscripto a nombre de “Arroyo de La China S.A., sociedad constituida en Capital Federal, por compra que verificó a don Francisco José Saenz Valiente”.

Los traspasos que se fueron dando desde el dueño original, Justo José de Urquiza, hasta entonces, 1983, corresponden a lo más rancio de la vieja (y actual) oligarquía del país, con apellidos como Suberbuhler, Posada Araujo, Unzue de Leoir, Lanús, Alzaga y los mismos Sáenz Valiente.

En el punto tres, las Consideraciones Finales, Carbonell afirma, con razón, que “Santa Candida es patrimonio indelegable de los entrerrianos, por su fundador, y, por otro, por lo que representa históricamente, de la misma manera que el Palacio San José, es patrimonio del Estadio y está abierto a la contemplación y estudio de todos los ciudadanos”.

Subraya además, que a partir de las “manifestaciones de federalismo del (entonces) gobernador Sergio Montiel” no puede admitirse que “una Sociedad Anónima sea la que disponga de este bien, tan caro a la cultura y a la tradición provincial”.

Carbonell, ya alertando en lo que terminaría convertido el Palacio, recuerdo que “Santa Cándida ahora ha sido convertida en un lujoso hotel, queriendo significar con lujoso, solo accesible a la oligarquía”.

Sigue con consideraciones de este tono, recordando publicaciones de esa época donde ya se ofrecía el lugar como exclusivo y con el detalle de “compartir con los dueños de casa y sutiles anfitriones, Francisco Sáenz Valiente y Elena Zimmerman, los cocktails de bar, el té en la terraza o los snacks en la pileta”.

Impresionante descripción de lujos que aún hoy perduran.

El pedido de Carbonell culmina buscando “el apoyo del HCD en pleno, para que más que el proyecto de un Partido Político, sea una medida patriótica y unitaria.

Este proyecto fija una clara posición de principios democráticos y antioligarquicos, desechando por estéril cualquier intención de carácter subjetivo o personal que se le pretenda dar y aspira a ser fiel al mandato que nos diera el pueblo de Concepción”.

El Proyecto, como era de esperar, lamentablemente no prosperó.

Hoy, el Palacio es lo que Carbonell denunciaba en ese entonces.

Un hermoso lugar destinado a unos pocos.

Juancho falleció el 25 de octubre de 2015. Nació en 1931 en Concordia.

En Concepción, todos los recuerdan.