En 1968 el puerto uruguayense fue elegido para exportar a gran escala ganado ovino en pie, con destino al norte de África. Fruto de la improvisación, se produjo una calamidad histórica.
Por Orlando Busiello (*)
El viernes 1 de marzo de 1968, el “Capitán Papis” zarpó de Concepción del Uruguay sin completar su carga, pues sólo embarcó 12.000 cabezas debido a que no entraron en sus bodegas las 19.000 ovejas comprometidas. Unos 5.000 ovinos quedaron en el puerto. Mientras se llevaba a cabo la tarea, la falta de ventilación adecuada en las bodegas de la nave, el hacinamiento y la elevada temperatura de aquellos días provocaron la muerte de algunas ovejas. Este hecho precipitó la decisión por parte del joven capitán griego, Anastasius Kariotis, de 32 años, a elevar anclas lo antes posible. Muy pronto quedó demostrado que el barco chipriota no reunía las condiciones para una operación de esta magnitud, y que tanto los exportadores como las autoridades responsables de su verificación se habían manejado con desidia e irresponsabilidad…
El “Capitán Papis” tenía por delante un largo viaje hasta el norte de África, y mucha gente se reunió en la explanada del puerto y en el “Alto Nivel” para contemplar el espectáculo, pero desde el momento de la partida del buque, el viaje fue tan corto como accidentado.
Con muchas dificultades atravesó el canal de acceso, para volver a encallar (cómo lo había hecho al ingresar) frente a la Toma de Agua en el río Uruguay cuando quiso virar la proa hacia el sur. A partir de entonces, la situación se hizo verdaderamente dramática.
El artista plástico uruguayense, Omar Scolamieri Berthet fue testigo privilegiado de este episodio, pues estando en su rancho isleño “Yeí Pora”, vio a pocos metros el paso del “Capitán Papis” atravesando el canal de acceso. Aprovechó entonces para saludar con sus brazos en alto a la tripulación en ese momento en cubierta, saludo que fue correspondido. “En ese instante comenzó a vararse de popa y luego de un gran pataleo de la hélice siguió adelante, pero, al girar junto a la Stella Maris cerca de la boya que marca el canal, se varó de vuelta…”.
Sucumbir entre el estiércol
El “Capitán Papis” había quedado varado a la altura del km 181 del río Uruguay, a 500 metros aproximadamente de la costa uruguaya, y por lo tanto dentro de la jurisdicción de ese país. Ante la imposibilidad de zafar por sus propios medios, corrieron en su auxilio las autoridades de ambos países con resultados infructuosos. Mientras tanto, sin ventilación y con más de 60º de temperatura en las bodegas, la mortandad de animales fue creciendo con el correr de las horas…
El 5 de marzo LA CALLE reflejaba de la siguiente manera lo que estaba ocurriendo: “…se halla varado en el río Uruguay fuera del canal y un tanto lejos de este según pudimos apreciar el barco chipriota ‘Capitán Papis’. Se encuentra a la altura de la Toma de Agua de OSN. El calor –el barco carece de extractores de aire– y la toxicidad del estiércol y la orina en el ambiente cerrado de las bodegas están causando una tremenda mortandad entre los animales. Suman ya 7.000 los que sucumbieron”.
Lo descripto por el cronista pudo parecer exagerado en su momento, pero no estaba para nada alejado de la realidad. El panorama era verdaderamente desesperante, agravándose de manera irremediable hasta producirse la muerte de casi la totalidad de la carga; salvándose algunas pocas ovejas que se encontraban en corrales improvisados y a la intemperie sobre la cubierta del navío.
Muy pronto el hedor de los miles de ovinos muertos, se hizo irrespirable imposibilitando el trabajo en las bodegas, pues amenazaba la salud de la tripulación. Hubo algunos intentos de amotinamiento de quienes se resistían a continuar en esas condiciones de insalubridad. Otros exigían abandonar el barco, cuya pestilencia envolvía el lugar atrayendo nubes de moscas que pululaban el ambiente “Densa nube de insectos –señala un diario– que llegaron a sorprender a los lugareños por su tamaño y por la presencia de especies de características de zonas lejanas a aquel punto” motivaron la necesidad de una fumigación del barco desde el aire.
Varios marineros sufrieron severos malestares, debiendo ser atendidos en el hospital de Concepción del Uruguay, otros bajaron del barco y se instalaron precariamente sobre la costa uruguaya.
Las autoridades fluviales, tanto argentinas como uruguayas, estuvieron permanentemente colaborando con la tripulación del barco siniestrado, atendiendo sus necesidades y estado de salud.
Máscaras, oxígeno y formol agotado
No había dudas que, la varadura del “Capitán Papis” constituía un verdadero problema que era preciso resolver lo más rápidamente posible. La permanencia del barco con su carga putrefacta, cuyo olor nauseabundo llegaba hasta la ciudad de Concepción del Uruguay en oleadas insoportables, y el temor de que las aguas del río Uruguay se vieran contaminadas, preocupaba a los vecinos y a las autoridades. Los dos estados ribereños, desde un primer momento trataron que la catástrofe quedara encriptada en las entrañas del casco.
Desechada la idea original de arrojarlos al río por razones obvias, las autoridades uruguayas, pensaron distintas alternativas. En un primer momento se pensó en utilizar otro barco y hacer el traspaso de los animales muertos, y luego proceder a su cremación. Al no contarse con el material indispensable, como máscaras antigás, compresores, y tubos de oxígeno para moverse entre la podredumbre, se desistió de esta posibilidad. Resolvieron entonces las autoridades sanitarias uruguayas derramar varios tambores de formol sobre aquella masa informe en avanzado estado de descomposición. Lo utilizado fue tanto, que se necesitó traer más productos químicos de Montevideo al agostarse el stock existente en Paysandú.