Por Gerardo R. Iglesias
El pasado miércoles, LT11 festejó sus 70 años con diferentes actos. En el salón del Colegio desfilaron autoridades pasadas y presentes, empleados, jubilados y los clásicos discursos en este tipo de cuestiones. De ahí a la apertura de la calle que, desde ese mediodía de miércoles, lleva el nombre del querido Gordo Puchulu. Entre tanta corbata, camisa plancha y zapatos lustrosos, la figura de Cocoia Redruello sobresalía, lógicamente, al estar enfundando en una camiseta de Rivadavia, uno de los clubes de sus amores.
Y acá vamos a contar parte de su historia. La de Juan Enrique Reduello, Cocoia. Porque su historia, como la de varios personajes de nuestra ciudad, es de todos. Al menos, el ambiente del fútbol uruguayense, comparte o conoce una anécdota de él. No vamos a romantizar la pobreza, tan citada últimamente por quienes la ven de lejos, solo trazar, en parte, un “pedazo de su vida”, nada más. Cocoia es el tercero de cuatro hermanos. Roque, que supo ser arquero de Gimnasia, ya fallecido, Donato, laburante de ATE y el entrañable Cacho Reduello, fallecido hace un par de años, dejando un hueco grande en el fútbol local, por sabiduría de potrero y de barrio. Los cuatro, hijos de Juana Reduello, madre soltera que los supo criar hasta donde pudo. Coco, con Cacho, tuvieron una infancia dura, internados en un instituto del menor en Concordia tal como se estilaba en esos tiempos cuando no había para todos en la mesa por más que se labure.
Tras el paso de ambos por el instituto regresan a vivir con su madre, aunque solo Cocoia lo hizo siempre ya que Cacho emigró al sur con gendarmería.
Al regreso, se hizo más amigo del fútbol para no dejarlo más, mientras recorría (y recorre) la ciudad, haciéndose amigos de todos, brindado ejemplos de honradez y siendo servicial y solidario con los que precisan de una mano suya. “Un tipo sin maldad” me confiesa un amigo de toda la vida.
Cocoía, en la previa de los discursos en la inauguración de la calle al Gordo Puchulu, se sentó en una de las sillas negras dispuestas por el municipio. Un acto reflejo, de descanso, para alguien que patea la ciudad, vaya donde vaya. Intercambiamos un par de cuestiones, de calles, de entrenadores, de clubes, hasta que el locutor arrancó con el merecido homenaje al Gordo, que, dicho sea al pasar, el motorizó. Porque fue Cocoia quien creyó, dicho esto con mucha emoción, que el Gordo merecía una calle. Y mucho más. Pero ese gesto desnuda a ambos. El respeto y el cariño del homenajeado hacia nuestra gente y la devolución amorosa y sin concesiones de esa gente, que se sintió querida, contenida y valorada.
Anécdotas de acá y allá
Y en su vida, ligada al fútbol, a los barrios, al patear la calle para donde sea y donde precise ir, Cocoia sembró interminables anécdotas, en su gran mayoría ligada al fútbol, pero al tratarse de una personalidad tan inquieta, seguramente muchos de los que están leyendo esto conocerán de otros rubros.
El memorioso me relata una en el bufete de Ferro, allá en Caballito. “Una vez estaba en la confitería de Ferro, creo que había llevado jugadores para probar o algo así. Pasa Ruggeri, que entrenaba ahí como jugador libre. Y Cocoia le pega el grito ¡eh cabeza cabeza! El campeón mundial se da vuelta, lo saluda como se saluda a un conocido y Coco que le dice ¡¡Cuando pueda ando por allá. “Cuando vos quieras” le dice Ruggeri, “tenes las puertas abiertas”. Solo él podía lograr eso. De donde lo conocía, nunca lo sabremos. O sí. Pregúntele cuando lo vean por cualquier calle.
Siempre reclutaba y formaba jugadores. Con Antique Corletta formando pibes en Rivadavia, estuvo en los inicios de Don Bosco, con el Rancho Gutiérrez, con Juancho Luna, con Bartolo Gómez, entre otros. Y el memorioso sigue sacando anécdotas de una galera que parece interminable. “Recuerdo cuando dirigía la cuarta de San Isidro. Galotto, presidente entonces de la Liga, no lo dejaba jugar porque no había pagado la deuda en la Liga. Fue el sábado de mañana a la Plaza y gritaba que se iba a matar, justo debajo del edificio donde vivía Galotto. Fue la policía, un revuelo. Hablan con Galotto y San Isidro termina jugando”. O cuando el recordado Payo Paolazzi armó la primera del Centro Deportivo Tecnológico, el equipo de la UTN, pero no podía jugar en primera si no presentaba tercera, cuarta y quinta. Le dicen al Payo que lo hable a Cocoia. En una semana le armó las tres categorías y le sobraban jugadores. Siempre armando equipos de la nada, para los recordados y perdidos Nocturnos de Gimnasia armó varios, entre ellos uno recordado que se llamó Gente Joven”.
Cocoia y el fútbol, unidos por donde se lo mire. Dirigiendo la tercera de Rivadavia y sin hablar con su hermano Cacho, que estaba al frente de la tercera del Lobo, al que enfrentaba el domingo. Cocoia siendo juez de línea en Colón de la mano de Juan José Melonio, eligiendo jugadores para aquella selección de la categoría 66 que perdió el provincial 6 a 2 ante Gualeguay, con cinco goles del Mencho Medina Bello.
Cocoia y el fútbol. La vida misma. Cocoia y el recuerdo para aquellos que, como el entrañable Gordo Puchulu, lo respetaron y lo respetan. Faltan cosas, faltan datos, falta info. Y es lógico. Semejante personaje no entra una sola crónica.
Y el cariño que le tenemos, tampoco.
PD: agradezco al Pollo Meriano y a todos los que acercaron vivencias. Son muchas, muchísimas anécdotas de un personaje nuestro.