Por José Antonio Artusi (*)
El Concejo Deliberante de Trelew ha sancionado una ordenanza por la que se retira la denominación “Julio Argentino Roca” a una de sus principales calles.
La cultura de la cancelación y las políticas identitarias postmodernas (o antimodernas) están haciendo estragos en Occidente. Una de las formas que estos desvaríos adquieren en Argentina consiste en la demonización de la figura de Roca. Como todo hombre público, cometió errores y tuvo aciertos, pero a veces da la impresión de que se lo combate y descalifica más por los segundos que por los primeros, aunque no se lo reconozca explícitamente. Roca encarnó como pocos la fuerza progresista y modernizadora – con sus luces y sombras, como en todo el mundo – del liberalismo capitalista del siglo XIX, y muchos nostálgicos del viejo orden – colonial, feudal, reaccionario y clerical – no se lo perdonan.
Roca nació en Tucumán el 17 de Julio de 1943 y murió en Buenos Aires el 19 de Octubre de 1914. Entre 1856 y 1858 estudió en el Colegio del Uruguay. ¿Hay cosas para criticarle a Roca? Por supuesto. Seguramente muchas. Yo me centraría en la falta de una política que garantice el acceso generalizado a la tierra para vivir y para trabajar. En eso toda la generación del 80 falló rotundamente. Algunos como Sarmiento y más tarde Roque Saenz Peña, siguiendo a Belgrano, Rivadavia y Esteban Echeverría, lo vieron claramente, y quisieron solucionarlo, pero no pudieron.
De todos modos, como militar y como presidente de la República en dos ocasiones Roca tuvo también muchísimos logros que lo hacen merecedor de un lugar destacado en nuestra Historia. La brevedad de estas líneas me obliga a seleccionar uno de tantos, y en ese caso me inclino por la sanción y aplicación de la ley 1420 de educación pública, laica, gratuita y obligatoria. Hemos dicho en otra oportunidad que “el día que se promulgó la ley 1420, el 8 de Julio de 1884, el Presidente de la Nación, su Ministro de Instrucción, el diputado autor del proyecto de ley y el Presidente de la Cámara de Diputados compartían una inusual coincidencia: todos habían sido alumnos del Colegio del Uruguay, el “heredero de Urquiza”. ¿Casualidad? No creo. Tengo para mí que ese día dio uno de sus frutos más brillantes la semilla plantada por el Organizador de la Nación 35 años antes al fundar en Concepción del Uruguay el primer colegio laico del país y al procurar que tuviera los recursos necesarios y los mejores profesores de los que se podía disponer en ese momento. Se logró así, tras numerosos contratiempos y conflictos, una norma que iba a resultar fundamental como uno de los pilares de la Argentina moderna y republicana, que nunca dejó de recibir, abierta o veladamente, los embates reaccionarios de los nostálgicos de la Argentina colonial y autoritaria. La ley que Sarmiento no había podido lograr como Presidente, pero claramente inspirada en sus ideas, con el apoyo decidido de Leandro Alem y otros dirigentes progresistas de la época, se tornaba realidad”. El Presidente, por las dudas, era Roca. Mucho más tarde, en 1947, durante los acalorados debates parlamentarios que se suscitaron ante la derogación de la ley 1420, el diputado Silvano Santander diría a modo de balance: “Los árboles, dice el Eclesiastés, se juzgan por sus frutos. ¿Cuáles han sido los resultados de esta ley? Una Argentina alfabetizada, sin problemas raciales y religiosos”.
Quizás sea un buen momento para ir contra la corriente, como hay que ir a veces, y proponer que algún espacio público de Concepción del Uruguay lleve el nombre de Julio Argentino Roca. No hay nada en la ciudad que lo alojó como estudiante en su adolescencia que recuerde su nombre. Y como una ironía del destino, sí tiene una calle que recuerda a uno de los más férreos y enardecidos opositores de la ley 1420.