Hace una semana moría en Paraguay, su país natal, Robín Wood, autor de innumerables personajes de historietas que marcaron a varias generaciones en el mundo.
Por Gerardo Iglesias
A Umberto Eco le preguntaron:
—Maestro, ¿usted lee historietas también?
—Dago, leo Dago de Robin Wood. Es un gran escritor.
Pasaron ya unos días, una semana exactamente. Las hojas tornaron más verde, con más vida, con más fuerza para soportar tiempos de primavera, de vientos que llegan desde todos lados. Como los personajes del talento que vamos a recordar. Hace más de una semana que Robin Wood pasaba a caminar junto al errante Nippur en los laberintos de la historia y en la inmortalidad con Gilgamesh.
Esos viajes hizo con nuestra juventud Robin Wood. La llevó por todos lados, nos sopapeó con caminos imaginarios (o no), con héroes humanos, históricos, creíbles, nos encariñamos con ellos, puteamos, sonreímos. Y, lo más importante, esas páginas primero en furiosos negro-blanco y luego con colores de escuela primaria, de crayones y fibras, fueron populares, al alcance de todos. No discriminaban y te alentaban a buscar historias por otros lados.
Por eso estaban en todas las peluquerías, en los consultorios, en las salas de hospitales u oficinas, cualquiera que ellas sean, las revistas D`artagnan, Tony, Fantasía, Intervalo, todas se apilaban para que la espera fuera menos tediosa. Todas con mundos distintos, parecidos, diferentes, unidas por un hombre que las escribía con seudónimos de los que nos enteraríamos después. Sus guiones dieron vida a innumerables personajes, crearon mundos que nos brindaron soplos de libertad e imaginación a quienes crecimos con las botas del milicaje sobre la cabeza, transitando el secundario en colegios elogiados a pesar de algunos mensajeros pocos democráticos, que adoctrinaban disfrazados de profesores.
Los personajes de Wood: Nippur, Jackaroe, Savarese, Pepe Sánchez, Gilgamesh El Inmortal (compartido), Dago, experimentaban con vivencias lejanas que a la vez eran cercanas a nosotros, con algunos cuestionamientos de vida, de calle, de experiencias personales que muchas veces corrían riesgo de saltar hacia vacíos de los que no se podrían salir. Pero Wood, con ironía y humor nos iba mostrando los senderos por los cuales evitar esos saltos al vacío.
Eran tiempos de gurises, juventudes esperando las llegadas de los paquetes de revistas desde Buenos Aires, semana a semana, miércoles, jueves, viernes, cada una descendía del camión con días distintos, para no saturar, para dar descanso a los bolsillos aunque quienes éramos canillitas gozábamos de cierto privilegio de leerlas y, picaros, venderlas luego. Por esos tiempos también, Oesterheld era el puto amo de la historieta a partir de El Eternauta, protagonizando algunos cruces ideológicos (le costó la vida al viejo, la vida en todos sus sentidos al incluir el asesinato y desaparición de sus hijas), abriendo otra famosa grieta entre los guionistas de las historietas que nos han cautivado desde gurises. Pero amamos a ambos por igual, sin rebajar la calidad de ninguno, referenciando siempre a Juan Salvo, nuestro héroe colectivo y ejemplar, mientras caminamos con los personajes de Wood.
Con Nippur nos íbamos por esos sitios polvorientos de la edad antigua, en las arenas del desierto Egipto, buscando alimento para el cuerpo y alivio para el alma, que nunca dejaba de buscar, que nunca dejaba de preguntar. El bello trazo de Lucho Olivera le daba fiel vida a los personajes y paisajes pensados por Wood y, además, como nosotros soñábamos que eran. Así, agrestes, rústicos, mínimos en lujos y ricos en detalles cotidianos, esos que se resaltaban detrás del primer plano del personaje principal.
De caminar con Nippur saltábamos al gran Pepe Sánchez, continuador de estas Pampas del gran Super Agente 86 creado por Mel Brooks para la TV. Pepe, hincha de Chacarita como pocos, salvaba estas tierras de ambos bandos de la entonces Guerra Fría y hasta de los extraterrestres. O ese Gilgamesh que creó el gran Lucho Olivera y Wood reescribió para que viaje en mil direcciones temporales, espaciales, filosóficas, que se hermana muchísimas veces con 2001 Odisea del Espacio de Stanley Kubrick.
Ojear hoy, disfrutar de esas revistas nos hacen revivir viejos dolores, esos que te quedan como marcas de juventud, pero sabiendo que esas historias, con sus bellezas han caminado con nosotros desde siempre. Esas bellezas nos han permitido también superar esos dolores, amigándonos con otros, compartiendo, intercambiando, buscando. Como los personajes de Wood, maestro de ese género, la Historieta, ninguneado por catedráticos y querido por muchos. Y se fue así, casi olvidado, como para ratificar la grandeza de las obras que nos dejó, acunándonos en sueños de justicias y libertades, las que les hizo defender a sus personajes para que lo trasciendan.
Y hoy, en estos tiempos de incertidumbres, de pobrezas en todos sentidos, seguimos buscando. Y, a veces detrás, otras adelante, casi sin darnos cuenta, con el eterno errante, su parche negro y espada justiciera, junto a nuestros pasos.
Dato.
Robin Wood. Una vida de aventuras, el libro escrito por Diego Accorsi, Julio Neveleff, Leandro Paolini Somers, es una impecable biografía sobre Wood que además incluye un reportaje al artista paraguayo. Además, para este recuerdo agradecemos el aporte de varios amantes de la historieta, los que son muchos y caminan en esos cuadritos por mundos imaginarios, compartiendo aventuras y amistades.