Señor director:
Desde la llegada de la pandemia del Covid-19, el mundo se ha convertido en un inesperado laberinto sin salida, donde de momento los sentimientos no cuentan como cabría esperar, la vida se complica en proporciones alarmantes, la desesperanza se adueña de los pensamientos, los sueños se vuelven pesadillas, y el amor se devalúa cada día que pasa. ¿Pesimista yo? Veámoslo. El temor a quien pasa a nuestro lado ha ganado terreno con la pandemia y nos hemos visto encerrados en un laberinto de inesperadas contingencias. Al principio de la cuarentena se generó una profunda incertidumbre, muchos quedaron paralizados, u optaron por diversas formas de negacionismo. De mes en mes, la fluctuación emocional semejaba una especie de montaña rusa incapaz de detenerse. Todo ello provocó picos de angustia ante los peligros inminentes: la enfermedad, el dolor y la muerte. Desde entonces nos fuimos dando cuenta de nuestra más cruda realidad. Descubrimos que estábamos indefensos, y que el control sobre lo adverso era ilusorio. A continuación, la angustia entabló una danza con el miedo, cuyo efecto nos fue envolviendo sutilmente a cada uno de nosotros provocándonos miedo a la enfermedad, a contagiarnos, a salir, y al otro; ese otro que es quien puede curarnos; ese otro que puede ayudarnos; ese otro que es cada uno para el otro. La paradoja nos envolvió sin tiempo de procesar lo que nos hacía reaccionar de modo tan neurótico. El miedo que a veces ayuda a ser prudentes frente a las situaciones de riesgo, se apoderó de nuestro ser provocándonos estrés, preocupación y aumento de ansiedad. Desde entonces hemos quedado atrapados en un laberinto mental, en el que las ideas van y vienen suscitando inquietantes preguntas sin respuesta, que las dudas y temores han ido transformando en ira o enojo irracional, llevándonos a otro laberinto más profundo: la continua desazón emocional.
Mientras la incertidumbre fluctúa en el corazón de todos, la vida continúa y esperamos que, así como concluyeron otras pandemias, ésta concluya de igual modo. Pero en el ínterin todavía tenemos muchas preguntas sin respuesta. ¿Cómo continuar en el “mientras tanto”? ¿Cómo ayudarnos a ir encontrando respuestas entre todos? La fragilidad y vulnerabilidad que de momento manifiesta la humanidad evidencia lo mucho que nos necesitamos los unos a los otros, y que la manera más efectiva de enfrentar los miedos es desarrollar coraje y fe en el triunfo. Como dijo Nelson Mandela en su Notes to the future: “Aprendí que el coraje no es la ausencia de miedo, sino el triunfo sobre él”. Tenemos que apelar al real significado o sentido tácito contenido en las palabras. La palabra “coraje” viene del francés coer o corazón, lo cual significa que el amor es la respuesta indicada para salir del laberinto.
Lucas Santaella







