Arturo Mor Roig: un demócrata en tiempos de oscuridad

José Antonio Artusi
Arquitecto – Docente

Arturo José Mor Roig nació en Lérida, Cataluña, España, el 14 de diciembre de 1914 y murió en San Justo, Provincia de Buenos Aires, Argentina, el 15 de julio de 1974. Hay efemérides que nos obligan a detenernos un momento. Son pequeñas interrupciones en el ritmo cotidiano que nos recuerdan que la historia, cuando se la mira con honestidad, siempre está dispuesta a enseñarnos algo. Se cumplen hoy 111 años del nacimiento de Arturo Mor Roig, y su vida —tan dedicada a la política, tan golpeada por la violencia— merece ser evocada con la serenidad y el respeto que se reserva a quienes procuraron honrar la democracia sin estridencias ni soberbia.

Llegó a la Argentina de niño junto a su familia. Como ocurrió con tantos inmigrantes a nuestro país, su identidad cívica y su integración social se formó entre la gratitud, la educación, el trabajo y la voluntad firme de participar en la vida pública. Su familia se radicó primero en San Pedro, y tras egresar como abogado de la UBA se afincó primero en Arrecifes y luego en San Nicolás de los Arroyos, donde se casó y tuvo cuatro hijos. Completó su formación académica con un doctorado en Ciencia Política en la Universidad Católica Argentina. Mor Roig se afilió a la Unión Cívica Radical en 1939 y comenzó una militancia que lo llevaría a ser concejal en San Nicolás y senador provincial entre 1953 y 1955. En el cisma del radicalismo en 1957 optó por la UCR del Pueblo y acompañó a Ricardo Balbín en las elecciones presidenciales de 1958, que consagrarían a Arturo Frondizi. En 1958 fue electo nuevamente senador provincial, y presidió el bloque minoritario de la UCRP. En 1963 fue electo diputado nacional y sus pares lo honraron con la presidencia de la cámara, que ejerció entre el 12 de octubre de ese año y el 28 de junio de 1966, cuando la asonada golpista del General Onganía depuso al presidente Illia y disolvió el Congreso.



La decisión que dividió al radicalismo

Diego Barovero considera que “la decisión de Mor Roig de aceptar el ofrecimiento de conducir el proceso de transición a la democracia desde su gestión como ministro del Interior de un gobierno de facto, es sin duda el aspecto más controvertido de toda su vida pública y su actuación política”. Es así como su espíritu se puso a prueba cuando aceptó, en 1971, el cargo de ministro del Interior del presidente Alejandro Agustín Lanusse. Fue una decisión que abrió debates intensos dentro de la UCR. Tanto, que Ricardo Balbín le dijo que no debía aceptar y Raúl Alfonsín —entonces líder de Renovación y Cambio— pidió su expulsión del partido. La tensión fue real, profunda, casi dolorosa para un radical de su trayectoria. Pero Mor Roig entendía que el país vivía una crisis que no se resolvería ni con gestos puristas ni con malhumores cívicos: había que trabajar para abrir una salida institucional.

Barovero recuerda que “el estado de agitación partidaria generado por la aceptación de Mor Roig determinó que la oposición interna a Balbín castigara muy duramente a ambos, llegando incluso el Dr. Raúl Alfonsín a pedir la expulsión del partido del ministro del Interior. Fue entonces que el propio cuestionado hizo llegar su renuncia como afiliado al Comité de San Nicolás de la Unión Cívica Radical del Pueblo, para no comprometer al partido con su gestión. Dicho Comité tuvo para con su caracterizado afiliado una actitud de consideración y respeto: desestimó la renuncia a la afiliación presentada por el ministro, concediéndole una licencia; algo que no trascendió en su momento”.

La construcción de una trayectoria democrática

Durante su gestión como ministro impulsó la derogación de la legislación que prohibía la actividad partidaria, promovió la creación de la Cámara Nacional Electoral, restituyó bienes confiscados a los partidos y trabajó para la elaboración de un nuevo código electoral que preparara el regreso a las urnas.  Lamentablemente, la Argentina de los años setenta no era hospitalaria con los matices. Mientras algunos dirigentes insistían en defender la democracia aún en la adversidad, la violencia política avanzaba con una lógica propia, impermeable a toda racionalidad. En ese clima, Mor Roig fue transformado en un objetivo. El 15 de julio de 1974, un comando de Montoneros lo asesinó mientras almorzaba en un restaurante de San Justo. Había dejado la función pública. No representaba amenaza alguna. Fue elegido precisamente como símbolo: la violencia buscaba enviar un mensaje a quienes, desde el gobierno de Isabel Perón y desde sectores de la oposición, exploraban caminos de negociación.

Rogelio Alaniz lo expresó claramente: “El criterio del crimen no fue diferente al que se utilizó para asesinar a Rucci: se mataba a alguien no tanto por lo que era o lo que había hecho, sino por lo que representaba simbólicamente. No se mataba ni por amor ni por odio, se mataba por cálculo. Los muchachos arrojaban un cadáver en la mesa de negociaciones como quien arroja un ramo de flores. A Perón le tiraron los restos de Rucci; a Balbín le recordaron quiénes eran los interlocutores a tener en cuenta. Por si alguna duda quedaba respecto de la identidad de los autores y de sus objetivos, las agrupaciones de superficie de Montoneros coreaban en las asambleas universitarias consignas al estilo «Hoy, hoy, hoy… hoy que contento estoy, vivan los Montoneros que mataron a Mor Roig». He conocido a muchos muchachos y chicas que cantaban esas consignas. Quiero creer que lo hacían con la mejor buena fe, que suponían que Montoneros había hecho justicia asesinando a un enemigo del pueblo. Ninguna de estas consideraciones subjetivas impide señalar que festejaban un crimen. Ya no se trataba de matar para defenderse, se mataba por matar y, además, se expresaban grititos de alegría por la muerte”. Alaniz enfatiza que “este hombre honrado, leal a sus convicciones, político de vocación democrática, conservador y católico, no merecía ser asesinado por la espalda en un comedor a la hora de la siesta. Nadie merece morir así y mucho menos por las razones que invocaron los Montoneros”.

El clima de violencia y un crimen político

Diego Barovero señala que “cuando cesó en el cargo de ministro, Arturo Mor Roig se retiró a la vida privada. Su paso por la administración de facto de Lanusse le había ganado fuertes resistencias y enemistades incluso en el seno de su propio partido. No obstante, desde ningún sector llegó a cuestionarse jamás la hombría de bien, la honradez personal y la probidad de conducta que eran propias de Mor Roig”. La muerte de Mor Roig provocó conmoción. No sólo en el radicalismo: en buena parte de la dirigencia política que veía cómo el país se deslizaba hacia un abismo. Ricardo Balbín lo describió como “una de las pérdidas más dolorosas en la larga noche de la violencia irracional”. Solamente una plaza de San Nicolás recuerda su nombre. Mor Roig nos recuerda que el diálogo no es tibieza, sino coraje. Que el acuerdo no es claudicación, sino inteligencia republicana. Y que la democracia —esa construcción siempre frágil, siempre inacabada— depende más de la templanza que de la furia.

Fuentes:

Alaniz, Rogelio. «El asesinato de Mor Roig.» El LItoral. 2008. https://www.ellitoral.com/index.php/diarios/2008/09/27/opinion/OPIN-03.html.

Barovero , Diego. «Arturo Mor Roig: el crimen sin razón.» institutoyrigoyen.tripod.com. n.d. https://institutoyrigoyen.tripod.com/morroig.htm.