La escritora habla del mundo rural, del papel público del artista y de la venganza que atraviesa su “Trilogía de la pasión”. Harwicz cree que hay desinterés por la literatura latinoamericana.
Nacida en Buenos Aires en 1977, la autora ha cultivado esa imagen fatal durante la última década en sellos independientes hasta aterrizar en Anagrama, donde en 2021 publicó su perturbadora “Degenerado”, en la que daba voz a un pedófilo asesino. Ahora, la editorial recupera en un solo volumen titulado “Trilogía de la pasión” (2022) las tres novelas con las que Harwicz cultivó dicha fama: “Matate, amor” (2012), “La débil mental” (2014) y “Precoz” (2015), traducidas ya a numerosos idiomas.
-En el prólogo hablas de escribir como venganza y entra la curiosidad de saber contra quién. Luego hay ciertos aspectos más… lacanianos… en que lo real es la propia ausencia. ¿La venganza es contra los ausentes?
-La escritura como plan de venganza sigue la tradición de autores que yo he leído así, aunque no sé si ese fue su deseo: desconozco si Genet, Plath o Artaud escribieron con un plan de venganza, pero sí lo leo así como lectora. Me gustan los artistas que ven el arte como una guerra o una cruzada. Respecto a la venganza de qué… yo diría que con la vida. Todo contra lo que uno se puede desquitar de ella, un poco de ajuste de cuentas con la existencia. Un ajuste de cuentas casi mafioso, extorsivo, contra uno mismo, que se convierte en motivo de arte. Cuando escribo lo hago motivada por esa extorsión.
En toda novela, el retrato es lo que no está siendo contado. Una novela siempre es una novela de fantasmas. Pero es cierto que en esas tres novelas hay una gran ausencia de los padres y de los hombres. En La débil mental los hombres no están, pero sí son omnipresentes. Sí es una venganza contra ellos, que están y no están.
-Al leer las novelas individualmente no me había dado cuenta de la preeminencia de lo rural. ¿Es una herencia o un gusto adquirido?
-La presencia de lo rural es absolutamente definitoria y decisiva. Si yo fuera pintora y fuéramos a ver una retrospectiva mía porque estuviera muerta, estoy segura de que en la curaduría hablarían de la presencia vital de la campiña para mi escritura. Yo viví en Buenos Aires 30 años, no conocía el campo más que en las vacaciones; me instalé en la zona rural de Francia cuando empecé a escribir “Matate amor” y todas mis novelas, incluso la próxima, han sido escritas en el campo. Creo que el paisaje es el personaje principal. Lo rural, eso sí, entendido como una presencia fantasmagórica, porque mis novelas no son realistas. Su ruralidad es la condición misma de la escritura.
-Esa condición de lo rural se añade a la sensación de desplazada e, incluso, si me apuras, paria, al ser una mujer argentina desplazada a Francia.
-No puedo ni siquiera hacer el ejercicio de un minuto escribiendo una novela en un café de Buenos Aires o París. O con una beca en un palacio, como van algunos. Todo eso son imposibilidades, como pedirte que no seas vos. Todos los autores necesitan una condición para la escritura. La mía es la de paria. Necesito sentirme una paria para mirar las cosas desde la extranjería, la marginalidad y el asombro. La ruralidad en Francia es casi como estar en el siglo XVIII o XIX, ves a la mujer ahí cortando el pescuezo al conejo, nada cambió, las casas son igual que hace tres siglos. Necesito todo ese emplazamiento para escribir. No sé cómo es el mundo rural en España…
-Jugás con elementos muy clásicos como el monólogo y la oralidad. Me da la impresión que lo más moderno de tu obra es la lucha contra la identidad, que en tus textos es algo contra lo que escribir, algo que borrar y que desborda.
-No sé si es algo moderno o no… No sé si el gesto en el arte de ir contra la identidad es contemporáneo, clásico, antiguo o de qué ideología es. Yo solo me doy cuenta que hay un abismo entre lo que el mercado les hace decir a las autoras y el propósito. A mí me hacen decir ciertas cosas sobre la identidad y me ponen en una fila homogeneizada con otras mujeres que no siento para nada. Algún día esto nos va a venir en contra. Porque, en Argentina o cualquier otro lugar, todos tienen la misma visión de las mujeres, como si todas fueran lo mismo. Así que sí que tengo una cruzada contra la identidad, me gusta que mis personajes jueguen con la ambigüedad, incluso la sexual.
-Quería comentarte el tema de la sacralización de algunos autores…
-Cada época debería renovar los pactos de lectura. Si seguimos viendo a las autoras latinoamericanas, en general mujeres, pero también hombres, con el mismo prisma con el que veíamos a García Márquez o los autores cubanos es que estamos leyendo mal. Al leer con las coordenadas de los años 60 y 70 como si todavía ostentaran ese poder ahora… los estamos leyendo mal. Así los debilitamos. Creo que, en lo profundo, hay un gran desinterés por la literatura latinoamericana, y la vuelven a poner en el mismo lugar que hace 50 años por pereza.
-¿Algún comentario final sobre la deriva de cancelar autores rusos por la guerra de Ucrania?
-Lo he escrito ya en redes: muere gente todos los días en Ucrania, mujeres y niños, y vos estás pensando en que quitan un cuadrito… Y volvemos a la vieja discusión de si existió Auschwitz qué importa un poema… Sí, importa, porque muere gente en Ucrania, en Siria o América Latina, y también hay que seguir pensando en arte. ¿La persona que no quiere pensar en arte está combatiendo en Kiev o está en su casa? El arte está siendo más que nunca manipulado por el poder para usarlo para sus causas: ahora contra la Unión Europea, pasado mañana contra Biden… Yo defiendo que, aunque Putin invadiera toda Europa, ¿qué tendría que ver Tchaikovsky con eso? ¿Qué culpa tiene Gogol? ¿Qué culpa tiene una bailarina de ballet? En su sangre no heredó ser una dictadora.