Por Sergio de Piero (*)
Es imposible por estos días abrir un diario, entrar a un sitio de noticias o clickear en una revista sin ver una nota o un perfil dedicado a algún libertario o un derechista extremo.
El encuadre es siempre el mismo: “No estamos de acuerdo y no lo votaríamos, pero miren qué fascinante que es”. Y continúa: “Puede ser misógino, antisemita, antivacunas, predicar el darwinismo social más descarnado, pero nadie puede negar que tiene algunos argumentos y que ahora sí están convenciendo a la sociedad”.
Se nos describe con admiración su manejo de las “nuevas tecnologías”, de “las redes”, y se nos alerta que “tiene millones de seguidores en Youtube”.
Se nos dice que son antisistema, que conectan con la juventud, que expresan rebeldía, que dan vía al desencanto, que tienen visión de futuro. La cobertura tiene una mezcla de alarma, distanciamiento irónico y celebración de la pura novedad.
Se los presentó como “los grandes ganadores” o “la sensación” de las últimas elecciones, pero son expresiones minoritarias que gozan de un fabuloso aparato de promoción, y se la pasan recorriendo sets de televisión.
Esta nueva derecha, sin embargo, sería algo así como post-nueva derecha o nueva-nuevaderecha.
En sólo cuatro años, lo que era nuevo se transformó en ¿viejo?, y lo nuevo se ubicó en otro lado.
No se trata simplemente de decir “la nueva derecha no es nueva” o que no puede protagonizar éxitos políticos y electorales -¡Claro que puede! ¡Lo ha hecho!-.
Esto sería un argumento pueril y pedestre. Pero nada es nunca totalmente nuevo en política y nunca nada es totalmente viejo.
Claramente, Milei no es Adelina. Se trata aquí de reflexionar algo más en profundidad sobre lo que nos indica la recurrencia de ciertos marcos interpretativos y ciertas matrices de sentido que se repiten una y otra vez.
El ciclo narrativo para un conjunto de analistas y estudiosos se repite una y otra vez.
La (nueva) derecha siempre está por triunfar o ha triunfado, porque en tiempos de crecimiento económico encarnan la demanda por lo que falta y en tiempos de crisis empatizan con el enojo y el dolor.
Siempre está reuniendo fragmentos heterogéneos con gran destreza, novedad y vitalidad, aunque estos fragmentos conformen una y otra vez la misma coalición.
Siempre expresan fuerzas democráticas, aunque colaboren con gobiernos golpistas enviando insumos para reprimir o reivindiquen sus “golpes de estado favoritos” públicamente.
Además, las nuevas derechas logran expresar las aspiraciones de ascenso social de las clases medias y los sectores populares, aun cuando los salarios reales bajen sistemáticamente cuando las nuevas derechas gobiernan.
Por último, son siempre un movimiento “de abajo hacia arriba” y que se da por “canales alternativos” que nadie previó, por más que sus figuras se pasen años casi a diario en los medios de comunicación, en las revistas del corazón, en los programas deportivos.
El análisis de las nuevas derechas tiende, además, a desestimar los elementos de continuidad que portan estos actores. Apellidos como Bullrich, Peña Braun, Braun, Prat Gay, Blanco Villegas, Pinedo, entre otros nombres caros a la fundación del país, nos dicen que deberían hablarnos, a priori, de un partido conformado íntegramente por herederos.
Estudiemos las derechas con todos los métodos que nos ofrecen las Ciencias Sociales y lo mejor de la Teoría Política. Comprendamos todo el sentido que haya en ellas para entenderlas.
Revisemos todas las prácticas del campo nacional y popular que haya que revisar. Pero no nos encandilemos y, sobre todo, no dejemos nunca de enfrentar a nuestros adversarios con frontalidad, convicción, decisión y fuerza.
(*) Licenciado en Ciencia Política (UBA), Magíster en Ciencia Política y Sociología (FLACSO) y Doctor en Ciencias Sociales y Humanas (UNQ).