A 85 años del inicio de la Segunda Guerra Mundial la condena a la barbarie Nazi sigue siendo necesaria

José Antonio Artusi
Arquitecto – Docente

El 1º de septiembre de 1939 las fuerzas armadas de la Alemania nazi invadieron Polonia, dando de esa manera inicio a un conflicto bélico que sería conocido como la Segunda Guerra Mundial; trágica página histórica del siglo XX en la que se desarrollaría el Holocausto, el mayor intento de genocidio del pueblo judío, que determinó que millones de personas inocentes fueron aniquiladas por el sólo hecho de ser judíos. Y otros por el sólo hecho de ser gitanos, o sufrir alguna patología, o por no ser nazis, etc..

El periodista norteamericano William L. Shirer, en su monumental obra “Ascenso y caída del Tercer Reich”, nos dice sobre ese día: “Al amanecer del 1º de septiembre de 1939, la fecha exacta que Hitler había fijado en su primera directiva el 3 de abril, los ejércitos alemanes cruzaron la frontera polaca y convergieron sobre Varsovia desde el norte, el sur y el oeste. Los aviones de guerra alemanes rugían hacia sus objetivos: columnas de tropas polacas y depósitos de municiones, puentes, vías férreas y ciudades abiertas. En pocos minutos estaban dando a los polacos, soldados y civiles por igual, el primer sabor de muerte súbita y destrucción desde el cielo jamás experimentado a gran escala en la Tierra, inaugurando así un terror que se volvería terriblemente familiar para cientos de millones de hombres, mujeres y niños en Europa y Asia durante los siguientes seis años, y cuya sombra, después de la llegada de las bombas nucleares, perseguiría a toda la humanidad con la amenaza de la extinción total”.

Las señales de advertencia habían sido dadas, de manera reiterada y contundente, pero buena parte de una Europa adormecida y pusilánime no las quiso o no las supo ver. Líderes resueltos como Winston Churchill y Charles de Gaulle, y combatientes comprometidos y valientes como los republicanos españoles de “la 9” que fueron los primeros en entrar en la París liberada, y tantos otros que dieron su sangre por la libertad, fueron determinantes para el obtener la derrota del oprobioso régimen nazi. Es verdad que tal derrota también estuvo vinculada con el aporte que en el frente oriental hizo el Ejército Rojo de la Unión Soviética liderada por Stalin. Y también es verdad, aunque se tomó cabal conciencia de ello mucho después, que – tal como lo declaró la Unión Europea en 2019 – el stalinismo hizo méritos para que se lo equipare con los nazis, ya que “ambos regímenes cometieron asesinatos en masa, genocidios y deportaciones, y fueron los causantes de una pérdida de vidas humanas y de libertad a una escala hasta entonces nunca vista en la historia de la Humanidad”.

Hoy lo peor del nazismo (y del stalinismo) reaparece con nuevos ropajes, con otro discurso, con otros sujetos y otros planteos, y hasta con otra estética; pero con la misma devoción por la muerte y el mismo desprecio por la vida, la libertad y la democracia. El mismo antisemitismo, ahora disfrazado de antisionismo, se exhibe descaradamente en las calles europeas y en los campus universitarios de Estados Unidos, arropado por una “izquierda” que perdió totalmente el rumbo hace rato, que degrada la universalidad de los derechos humanos con la excusa del relativismo cultural y que resulta funcional a los regímenes más autoritarios, reaccionarios, teocráticos y misóginos del mundo. Una Europa desorientada no atina a reaccionar y transmite sus dudas y desvaríos a todo Occidente.

El expresidente uruguayo Julio María Sanguinetti recordó en un artículo publicado por el diario El País de Montevideo en 2006 que “cuando el ejército norteamericano llegó a los campos nazis de exterminio, el General Eisenhower hizo desfilar a todas sus tropas, a los prisioneros adversarios y hasta desplazó una división porque – dijo – esto algún día será negado y precisamos un millón de testigos. La anécdota ha sido contada de maneras diversas, pero en cualquiera de sus versiones alude a la clarividencia del inmortal comandante de Normandía. En aquellos años parecía imposible que alguien pudiera desconocer aquella evidencia horrorosa, especialmente cuando se diseminaron por el mundo los testimonios dramáticos de los sobrevivientes. Hoy, sin embargo, estamos ante el hecho y estos días, sin ir más lejos, hemos recibido las sobrecogedoras noticias del congreso organizado en Teherán por el presidente Mahmud Ahmadineyad para dudar de la existencia del Holocausto judío y anunciar “la pronta desaparición de Israel”, que caerá, según él, como cayó la Unión Soviética”. Las lúcidas palabras del exmandatario oriental, escritas hace casi 18 años, adquieren hoy una renovada vigencia, tras el brutal atentado de Hamas el 7 de Octubre de 2023 y en pleno desarrollo de la guerra entre Israel e Irán y sus brazos armados.

Bastante antes, en 1979, Julio María Sanguinetti nos había advertido, en otro artículo publicado esta vez en el diario El Día, que “como dice uno de los personajes del film de Bergman” – se refiere a la película “El huevo de la serpiente”, dirigida por Ingmar Bergman y protagonizada por Liv Ullman y David Carradine – “el huevo de la serpiente permite ver, a través de sus finas membranas, el monstruo que se está engendrando. ¿Hay que renunciar a esa visión para que él nazca o advertirlo a tiempo para que muera antes de nacer? Saber, en ciertos casos, es un deber. E ignorar – o pretender ignorar -, una inmoralidad”. Antes, en esa columna Sanguinetti sostenía que “sin una clara conciencia del pasado, los jóvenes no podrán encontrar los caminos del porvenir. Siempre ha sido así, por otra parte, y así lo han entendido los mayores constructores de pueblos y Estados”. Curiosamente, ese mismo año, 1979, marcó el fin de la monarquía iraní y el inicio del régimen teocrático que impera desde entonces bajo la denominación de “República Islámica de Irán”, combinación de palabras que es un verdadero oxímoron y una afrenta a los ideales republicanos de libertad e igualdad.

Ojalá no renunciemos a ver lo que necesitamos ver. –