La voz tajante de su pregón a través de un siglo llega a nuestro tiempo.
Al amanecer de aquella jornada, el General parte de San José a caballo con toda su comitiva. Lo escolta todo su estado mayor y la División Estrella. Cuando todo queda organizado, con la pirámide en homenaje al Gral. Ramírez de fondo, y el frente del Colegio Nacional, como mudo testigo, el joven Pascual Calvento, comienza a leer la proclama, ante un silencio impresionante de todo el pueblo presente. Enumera, uno a uno los fundamentos que había redactado el doctor Juan Francisco Seguí, que atacan, no sin ironía, el corazón de la ficción por la cual Juan Manuel de Rosas se sostiene en la cima del poder de la Nación desde hacía dos décadas. Por eso es «que la actual situación física», que aludía desde siempre el gobernador de Buenos Aires que «no le permitían continuar al frente de los negocios públicos», y que «con repetidas instancias» había «comunicado su invariable resolución de llevar a cabo su formal renuncia a los altos poderes delegados», debían por fin reconocerse.
Por ello, el Gobernador de la Provincia de Entre Ríos, decreta “que es voluntad del pueblo entrerriano reasumir el ejercicio de las facultades inherentes a su territorial soberanía», delegadas hasta ese momento en Rosas, fundándose en las disposiciones «del tratado del Cuadrilátero de las Provincias Litoral de fecha 4 de enero de 1831» (Pacto Federal), y que «una vez manifestada así la libre voluntad de la provincia de Entre Ríos, queda ésta en aptitud de entenderse directamente con los demás Gobiernos del mundo; hasta tanto que congregada la Asamblea Nacional de las demás provincias hermanas, sea definitivamente constituida la República».
Cuando concluye la lectura, con la caída de la tarde, la algarabía es indescriptible. Hombres y mujeres se abrazaban llorando, y comenzando los festejos en las calles, que continuarán toda la noche. Hasta el General, poco afecto a la demostración de sus sentimientos, se le ve rodar una lágrima por la mejilla. Los festejos van a continuar por varios días más en Concepción del Uruguay, y se van a propagar por toda la provincia.
Comenzaba así, en Concepción del Uruguay, aquel 1° de mayo de 1851, la gesta de la Organización Nacional, por la cual el líder de la Provincia pretendía completar la revolución iniciada en otro mayo, en el del año 1810, cuando los patriotas habían resuelto conformar el primer gobierno patrio, libres de toda tiranía.
Los sucesos a posteriores a la finalización del mandato presidencial y hasta el asesinato del General Justo José de Urquiza ocurrido una década después, exceden estas modestas líneas. Mucho se ha hecho hincapié en los errores y desaciertos del prócer entrerriano, que seguramente los tuvo en su larga carrera pública, a lo que se suman falacias y deformaciones injustas. En esta cuestionable labor, otro tanto se le debe atribuir a aquellos críticos que se arrogaron protagonismos en la historia que no cumplieron. Aun así, a pesar de todos esos intentos, una y otra vez Justo José de Urquiza vuelve a emerger como la figura protagónica de la Organización Nacional.
Hoy está en crisis la Constitución Nacional y sus instituciones, y existen voces que piden su sustitución sin explicitarse cuál es el modelo alternativo que la vendría a reemplazar. Pero parece olvidarse que fue la Constitución de 1853 la que abrazó la oleada de hombres y mujeres que quisieron habitar el suelo argentino; y que a partir de ese momento fueron respetadas todas las religiones, las cuales son profesadas hasta la actualidad en pacífica convivencia. Se dice que la esclavitud murió de muerte natural en estas tierras, pero el certificado de defunción fue inscripto en el texto constitucional del 53, cuando todavía gozaba de buena salud en poderosas naciones de América y del mundo. El proyecto de una educación libre, laica y gratuita a partir del derecho a educar y ser educado, tuvo legitimación para el accionar incansable de sus impulsores; y la libertad de asociarse dio pie a la formación de innumerables sociedades civiles y comerciales, partidos políticos, asociaciones sin fines de lucro, clubes, cooperativas, que cubrieron las más diversas expresiones sociales, científicas, filantrópicas, culturales y deportivas que necesita el ser humano para desarrollarse plenamente. En el derecho a la igualdad de todos sus habitantes hallaron la justificación los hombres y mujeres que lucharon, primero por el voto secreto, universal y obligatorio y el voto de la mujer, después; y aún cuando todavía no se había incorporado el art. 14 bis. a la Carta Magna, invocando los derechos implícitos que el constituyente había previsto, es que obtuvieron legitimidad aquellos que legislaron en los derechos inalienables del Trabajo y de la Seguridad Social. La Cláusula del Progreso, habilitó la herramienta para el desarrollo de la infraestructura de la Nación y de la inversión privada. Para decir Nunca Más a la violación por parte de los Derechos Humanos por parte del Estado y de la interrupción sistemática de los gobiernos legalmente constituidos debimos volver a recitar las palabras del Preámbulo de la Constitución. Y cuando la ciudadanía, con fundadas razones, exigió mayor celeridad, transparencia y participación popular en la resolución de los casos penales ante los graves hechos de corrupción y de delitos contra la vida, la propiedad y la integridad sexual, que afectan su seguridad cotidiana, bastó con recurrir a los principios acusatorios adversariales y al juicio por jurados que previó el constituyente originario.
Pero también, con el paso del tiempo resultó necesario reconocer nuevos derechos, reparar derechos invisibilizados y preparar las instituciones para las complejidades del Siglo XXI, para lo cual se reformó la Constitución en el año 1994, así se reconocieron los derechos de los pueblos originarios, el derecho a un ambiente saludable y de los bienes culturales y sociales, además de incorporarse al derecho interno los tratados que castigan los delitos de lesa humanidad y los que protegen a la niñez y que intentan erradicar toda violencia y discriminación contra la mujer, entre otros. Este enorme cambio no se hizo a costa ni sobre las ruinas de la Constitución histórica, sino que ésta le sirvió de firme cimiento, perdura como la columna vertebral de nuestro derecho interno y le sigue otorgando armonía arquitectónica al edificio constitucional de la República Argentina.
“Es la Constitución que algún día va a constituir la Unidad Nacional”, soñaba el General Justo José de Urquiza, hace ya ciento setenta años, cuando cabalgaba hacia la Plaza Ramírez en aquel amanecer del Pronunciamiento.
Fernando J. Martínez Uncal
Centro Cultural J.J. de Urquiza
1° de mayo de 2021