
Arquitecto – Docente
Así como Bernardino Rivadavia y Justo José de Urquiza no fueron lo mismo, pero tampoco estuvieron en las antípodas, puede ensayarse un paralelismo similar entre Juan Manuel de Rosas y Bartolomé Mitre. El “federal” Rosas y el “unitario” Mitre, desde una mirada más profunda y atendiendo a claves interpretativas estructurales, no resultarían tan distintos como suele suponerse.
Ambos gobernaron desde una concepción centralista del poder, antepusieron los intereses de Buenos Aires a los del conjunto de la Nación y procuraron subordinar a las demás provincias. En ese empeño, recurrieron sin vacilaciones al uso de la violencia. Las diferencias de lenguaje político y su utilización como impostura —“federalismo” en un caso, “liberalismo” en el otro— no impidieron que el resultado práctico fuera en algunos aspectos similar.
En la introducción a Cartas inéditas de Juan Bautista Alberdi a Juan María Gutiérrez y a Félix Frías, Jorge M. Mayer y Ernesto A. Martínez sostienen que “la presidencia de Mitre sería funesta para la República. Representaba los mismos intereses que Rosas, seguía la misma política y los resultados fueron iguales. Después de someter las provincias al dominio porteño, con la ayuda de los procónsules orientales, se lanzó como su antecesor, a la aventura de la Banda Oriental. El mitrismo “era el rosismo cambiado de traje”.”
Alberdi, Herrera y la crítica estructural al mitrismo
Una de las críticas más severas al mitrismo provino del uruguayo Luis Alberto de Herrera. En El drama del 65. La culpa mitrista, Herrera sostuvo que la Guerra del Paraguay no fue un desenlace fatal ni inevitable, sino el producto directo de la política exterior del gobierno argentino. Según su análisis, la diplomacia mitrista desempeñó un papel decisivo en la gestación del conflicto y comprometió a la Argentina en una guerra que no respondía a intereses nacionales propios. Herrera denunció, además, la subordinación del gobierno de Mitre a los intereses del Imperio del Brasil y lo acusó de haber actuado como ejecutor de una empresa ajena a la causa argentina. Alberdi llegará a denunciar que la guerra se hacía «en servicio de la Provincia de Buenos Aires que le tiene monopolizada (al país) toda su renta pública, todo su crédito, todo su comercio directo, toda su vida política».
La Aduana, el verdadero núcleo del poder político y económico
Es en la obra de Juan Bautista Alberdi donde la crítica a Mitre adquiere una profundidad estructural decisiva. Para Alberdi, el núcleo del problema político argentino no residía en las personas sino en la organización material del poder. La concentración fiscal y comercial en Buenos Aires —particularmente el monopolio de la Aduana— constituía, a su juicio, la fuente real de la dominación política. Esa estructura había hecho posible el rosismo, no fue desmontada tras Caseros y continuó operando luego de Pavón.
Alberdi formula con claridad esta idea al sostener que la tiranía no debe buscarse en el tirano individual, sino en el control exclusivo de la Aduana porteña. Desde esa perspectiva, la derrota de Rosas no implicó la desaparición del sistema que lo había sustentado. Por el contrario, ese sistema sobrevivió bajo formas constitucionales y republicanas, conservando intacta su base económica: «la revolución del 11 de setiembre de 1852, hecha a los seis meses de derrocado Rosas, contra su vencedor, fue la restauración del rosismo sin Rosas y sin mazorca; pero lo fue completamente en el orden económico de cosas, que contiene el verdadero poder despótico».
La Constitución bonaerense fue calificada por Alberdi como «la excepción atrasada de todas las demás constituciones de provincia. Es una especie de constitución feudal. Ella restablece o conserva una aduana interior o provincial, un tesoro de provincia, un ejército y una diplomacia provinciales»
Tierra, renta y puerto: la matriz que sobrevivió a los nombres y las épocas
Alberdi fue severo con la forma en que, tras Pavón, Mitre asumió el mando nacional sin cumplir plenamente el espíritu de la Constitución de 1853. Aunque la Aduana fue declarada nacional, Alberdi denunció que Buenos Aires conservó de hecho el control de sus beneficios. Esta nacionalización meramente formal constituyó una estafa constitucional: el nombre cambió, pero el poder siguió concentrado en el mismo lugar. El lenguaje político cambió, pero la práctica —la imposición del poder porteño sobre el interior— permaneció.
Alberdi advirtió que ni el unitarismo ni el federalismo porteño habían alterado la realidad profunda del país: Buenos Aires seguía gobernando porque concentraba la riqueza, el comercio exterior y los recursos fiscales. Esa superioridad material permitía utilizar al Estado nacional como instrumento de dominación económica y política sobre las provincias, vaciando de contenido el proyecto de una verdadera organización nacional.
La cuestión de la tierra refuerza este paralelismo. Durante el gobierno de Rosas, el espíritu original de la Ley de Enfiteusis de 1826 fue progresivamente desvirtuado. Las tierras públicas, concebidas inicialmente como un instrumento para fomentar la colonización y la producción mediante arrendamientos a largo plazo, fueron en muchos casos enajenadas en favor de amigos y parientes, favoreciendo la concentración en manos de grandes propietarios y consolidando una estructura latifundista y rentista, que premió la especulación y castigó la producción.
Los gobiernos posteriores, pese a algunos intentos (las colonias de Urquiza, los “100 Chivilcoy” de Sarmiento, un proyecto frustrado de Roque Saenz Peña) no revirtieron este proceso. El economista Eduardo Conesa ha señalado que una de las omisiones más graves de la generación del 80 fue la falta de un impuesto a la renta de la tierra libre de mejoras, una ausencia que contribuyó a perpetuar la desigualdad estructural en el acceso al suelo.
Mas allá de las loas a Rivadavia, Mitre jamás lo entendió cabalmente, y si lo hizo lo disimuló muy bien. Con relación a la enfiteusis llegó a calificarla de “comunista”. En una polémica con Carlos Tejedor dirá que “una de las grandes cuestiones que ha suscitado el comunismo, es la de la propiedad de las tierras, y los comunistas han dicho: la propiedad es un robo, el mal grande de las sociedades modernas está en entregar la propiedad pública al dominio privado; la propiedad de la tierra no debieran darla los gobiernos, dicen ellos, sino conservarla para la comodidad y uso común de los ciudadanos. Pues bien, esto es lo que representa la enfiteusis, …”. Más allá del pobre conocimiento de Mitre del comunismo y de las bases teóricas de la enfiteusis, Rivadavia se debe haber revolcado en su tumba.
Así, más allá de las diferencias de estilo, discurso y contexto histórico, Rosas y Mitre aparecen como expresiones distintas de una misma matriz de poder: la centralización política y económica en Buenos Aires, el monopolio de la Aduana, el uso de la fuerza contra el interior y la subordinación del proyecto nacional a los intereses del puerto.
Fuentes:
Alberdi , Juan Bautista. Cartas inéditas a Juan María Gutíerrez y a Félix Frías . Buenos Aires: Editorial Luz del Día, 1953.
—. Escritos póstumos. Buenos Aires: Imprenta de la Nación, 1895.
Conesa, Eduardo. «El impuesto al valor de la tierra libre de mejoras y la reforma integral del sistema impositivo argentino.» Eduardo Conesa. 2014. https://www.eduardoconesa.com.ar/pdf/a-2014i.pdf.
Herrera, Luis Alberto de. El drama del 65. La culpa mitrista. Montevideo: Dornaleche y Reyes, 1918.
Jasinsky, Alejandro, Julieta Caggiano , Irana Sommer , and Matías Oberlin. «El acceso a la tierra en tiempos de organización nacional.» Instituto Tricontinental de Investigación Social . n.d. https://thetricontinental.org/wp-content/uploads/2024/08/Acceso-a-la-tierra_Cuaderno3-2.pdf.
Peña, Milcíades. La era de Mitre. Buenos Aires: Pedro Sirera, 1968.










