
Arquitecto – Docente
Julián Segundo de Agüero nació en Buenos Aires el 31 de enero de 1776 y murió en Montevideo el 17 de junio de 1852. La Real Academia de la Historia nos brinda esta reseña biográfica: “Hijo de Diego de Agüero y Petrona Alcántara de Espinosa. Cursó estudios en el Colegio de San Carlos. En 1797 obtuvo el título de doctor en Teología en la Universidad de San Felipe, en Santiago de Chile, y el de bachiller en Cánones y Leyes en 1799, año en el que fue ordenado sacerdote. Durante dos años regentó en esa Universidad la cátedra de Teología de Prima. En 1801 regresó a Buenos Aires y rindió ante la Real Audiencia Pretorial el examen reglamentario para inscribirse en la matrícula de abogado. Ese tribunal lo nombró al año siguiente defensor de pobres. En 1803 fue párroco de Cañada de la Cruz y al año siguiente ejerció funciones interinas de cura en la iglesia catedral de Buenos Aires. En 1805 fue fiscal general. En 1808 recibió por concurso y en propiedad el primer curato de la catedral y en 1810 la canonjía magistral. Asistió al cabildo abierto del 22 de mayo, pero se retiró antes de emitir su voto. Se mantuvo políticamente prescindente hasta 1817 cuando, con motivo de la conmemoración del 25 de mayo de 1810 pronunció una oración favorable a la independencia en la catedral. En 1821 fue elegido diputado a la legislatura de Buenos Aires, de la que fue presidente ese mismo año. En 1822 fue uno de los fundadores de la Sociedad Literaria de Buenos Aires. Participó en el Congreso General Constituyente de 1824 y fue ministro de Gobierno en 1826. Además, durante 1826 y 1827 colabora como periodista en El Duende de Buenos Aires. Durante el período de organización nacional militó en el partido unitario, por lo que en 1832 debió emigrar a Montevideo, donde tomó parte en la organización de la lucha contra Rosas. En 1835, presionado por la Iglesia para volver a sus funciones, tuvo que abandonar los hábitos sacerdotales. Sus restos fueron repatriados en 1880 y reposan en el Panteón de los Canónigos de la catedral de Buenos Aires”.
La palabra independentista y su valoración posterior
Clemente Leoncio Fregeiro, en su obra “Vidas de argentinos ilustres”, y en referencia a ese discurso de Agüero en 1817, recuerda que “Juan María Gutiérrez al apreciar esa pieza de oratoria sagrada, ha dicho que bajo formas discretas y llenas de gala, Agüero justificó en ella de una manera concluyente y nueva la razón de la Independencia argentina; mostrando al mismo tiempo cuales eran las condiciones que la autoridad pública debía revestir en una sociedad llamada a vivir y progresar bajo el amparo de las austeras virtudes de la democracia”.
Agüero, Rivadavia y la ley de enfiteusis
Si alguien recurre a Wikipedia para saber quién fue Julián Segundo de Agüero, no encontrará ni una vez la palabrita “enfiteusis”; siendo que como ministro de Bernardino Rivadavia fue uno de los ideólogos y defensores de la ley que estableció ese sistema. Andrés Lamas considera que “la ley agraria, iniciada por Rivadavia, sólo fue aceptada después de estudios y de meditaciones prolongadas. El expositor más claro y convencido de los motivos y de los propósitos de esa ley, fue el doctor D. Julián S. de Agüero, una de las inteligencias más trascendentales y bien nutridas de su época. Por desgracia, esos motivos y esos propósitos pasaron casi desapercibidos para la generalidad, preocupada de cuestiones más ardientes: no se popularizó su conocimiento, no se hicieron conciencia ni opinión pública, quedando encerrados en aquel grupo de pensadores distinguidos que la reacción contra las ideas del Sr. Rivadavia arrojó de la escena de su país. Al amparo de esa reacción, la legislación antigua fue recobrando su imperio; y el retroceso llegó tan lejos, que no sólo se enajenaron las tierras enfitéuticas, sino que se premiaron con tierras públicas los servicios militares, repartiéndolas como se hacía con las antiguas legiones romanas.”
Defensa económica y fundamentos del sistema
En las sesiones en las que se trata el proyecto de ley el ministro Agüero la defendió con solvencia y demostrando una sólida formación económica. Sostuvo que “podría fijarse en la ley que la enfiteusis fuese perpetua, porque la Nación debe conservar perpetuamente el dominio de las tierras. Extiéndase a cien años si se quiere el contrato, pero fíjese el canon a los 10 años”. Según Lamas, esas palabras “contienen todo el sistema. Estaba todo dicho y con claridad”.
Alberto Palcos recuerda que “la enfiteusis, dice y repite el ministro Agüero, “va a fundar la primera de nuestras rentas públicas”. Determinará, opina Paso, la opulencia del Estado, su prosperidad actual y futura. Nadie habla de hacerla recurso único del tesoro; el principal, sí. Andrés Lamas, no obstante, afirma rotundamente que serviría para abolir totalmente las aduanas. La seriedad de este investigador y la circunstancia de que trató personalmente a los paladines del proyecto nos induce a sospechar que quizá la escuchó en boca de alguno de ellos, como una de esas aspiraciones ideales que se forjan los espíritus que avizoran las proyecciones futuras de las magnas iniciativas”. Más adelante Palcos enfatiza que “denotan el cabal concepto del papel social del impuesto estas consideraciones del ministro Agüero: “El valor del terreno crece en la misma proporción en que crece el país”; y argumenta que “al adelanto general, más que al trabajo y a las mejoras introducidas por los propietarios, se debe, pues, el acrecentamiento del valor de los campos. Justo es, entonces, que sus poseedores devuelvan al Estado algo de lo debido al aporte de la colectividad, después de retener lo incrementado por el propio esfuerzo. Tales los fundamentos del impuesto al mayor valor del suelo. Improcedente fuera exigir su aplicación acabada en aquellos tiempos, y menos en países que todavía se hallaban en la etapa inaugural dé su ordenamiento agrario y financiero”.
El fracaso político y sus consecuencias históricas
Andrés Lamas explica de esta manera el fracaso de esa experiencia de gobierno: “Ah!, ¡ni Rivadavia ni sus hombres conocían el interior ni a los hombres del interior! Creían en la omnipotencia de las teorías y de las fórmulas. Confiaban demasiado en que la causa del orden y de la cultura había de imponerse por su sola virtualidad. Antes de alejarse, don Julián Segundo de Agüero afirmaba aún con convicción candorosa: «Seremos llamados de nuevo. Esto es transitorio. Hemos de volver». Lo que vino después era el más negro de los desengaños”, en alusión obvia a la larga noche rosista, que entre otros retrocesos desvirtuó por completo la enfiteusis e inició el camino de su desaparición. Quienes sucedieron a Rosas, paradójicamente, – y con honrosas excepciones -hicieron bien poco para intentar rescatar el precursor instrumento legal del presidente Bernardino Rivadavia y su ministro Julián Segundo de Agüero. Las consecuencias de no seguir esa senda fueron calamitosas.
Fuentes:
Fregeiro, Clemente Leoncio. «Vidas de argentinos ilustres.» Wikisource. n.d. https://es.wikisource.org/wiki/Juli%C3%A1n_Segundo_de_Ag%C3%BCero_(VAI).
Lamas , Andrés. Rivadavia y la legislación de las tierras públicas. Buenos Aires: Ediciones Populares Bernardino Rivadavia, n.d.
Lamas, Andrés. Rivadavia, su obra política y cultural. Buenos Aires: La Cultura Argentina, 1915.
Palcos, Alberto. Rivadavia, ejecutor del pensamiento de Mayo. La Plata : Universidad Nacional de La Plata , 1960.
Real Academia de la Historia. «Julián Segundo de Agüero .» Historia Hispánica. n.d. https://historia-hispanica.rah.es/biografias/691-julian-segundo-de-aguero.










