Una turista se toma una selfie frente al Coliseo, con su perro que parece casi una marioneta colgado del bolso. La imagen no solo captura una escena divertida, también caracteriza nuestra época –para bien o para mal– así como el centro histórico de Roma, dividida entre la belleza del pasado y las excentricidades de la vida moderna. Lo efímero de la moda, o de los hábitos sociales contemporáneos, contrastan con el anfiteatro más grande de su tiempo. Construido entre los años 70 y 80 d.C. para albergar a 50.000 personas, sobrevivió a terremotos, saqueos y cambios en su uso para convertirse en una de las maravillas del mundo moderno. De alguna manera, la majestuosa estructura y las costumbres fugaces de los visitantes siguen cumpliendo su función principal: entretener al público y manifestar el poder de la Ciudad Eterna.









