
Vivimos en un contexto social muy acelerado, de inmediatez y multitarea. Estudios recientes han concluido que nuestro cerebro comienza a pagar un precio: Nos estamos haciendo más impulsivos. Tenemos menos capacidad de retrasar la gratificación. Si algo que estamos viendo no nos gusta, pasamos de inmediato a otra cosa. Si queremos comprar algo y no está en un negocio próximo a casa, lo pedimos online y nos llega mañana. Esto nos hace menos pacientes. Y está haciendo que baje nuestra capacidad de atención.
La atención consciente es un recurso muy limitado para el cerebro. Si tenemos que dividirla entre muchas cosas, se agota rápidamente. Con la tecnología digital podemos tener 20 páginas abiertas, pasando de unas a otras, con el tono del celular activado por si alguien nos manda un WhatsApp. Eso hace que el cerebro se agote mucho. Al final, no sabemos ni dónde tenemos las cosas que estábamos buscando.
Todo eso provoca que nuestra capacidad de atención disminuya. Por ejemplo, hasta hace unos pocos años, cuando alguien iba a dar una conferencia o una charla, era común que los organizadores le pidieran que hiciera una pequeña grabación para promocionarla en redes sociales. “Que sea máximo de un minuto y medio, que no pase de dos minutos”, era la recomendación. Ahora piden que no pase de 45 segundos, porque después la gente deja de mirarlo.
Como adultos podemos adoptar algunos hábitos para contrarrestar estas consecuencias. La clave es ser conscientes del uso que hacemos de la tecnología digital. Si cuando terminamos nuestra jornada laboral, apagamos la computadora, apagamos el teléfono o nos lo sacamos de un bolsillo y lo dejamos en una mesa por si hay alguna urgencia, conseguiremos desconectarnos.
Distraerse, e incluso aburrirse y dejar vagar nuestra mente, es muy sano para nuestro cerebro y nos vuelve más productivos. Hay nuevos estudios que muestran que los niños que han tenido buenos ratos de aburrimiento, de adultos han sido capaces de tomar decisiones de forma más eficiente.
Los neurocientíficos y expertos en psicopedagogía indican que los niños no deberían usar tecnología digital de forma rutinaria hasta los cinco o seis años.
Muchos padres se preguntan, ¿pero si le sacamos las pantallas, entonces qué van a hacer? Lo que se ha hecho toda la vida: dibujar, pintar, escuchar música, tocar un instrumento, hacer deporte, salir a jugar, charlar, aburrirse, soñar despiertos.
Pizarrones HD
Permitir que por un rato la mente busque sus propios estímulos es muy importante. Literalmente, nos vuelve más creativos, favorece la construcción plástica del cerebro.
Eso reduce el estrés y mejora la salud mental. Cuando no hacemos nada, se activa una red neuronal llamada red neuronal por defecto. Es la red que permite conectar distintas zonas del cerebro de forma tranquila y suave. Fija conocimientos y es la base de la creatividad. Por eso, después de trabajar intensamente, es cuando nos vienen las mejores ideas.
Aquí las artes tienen mucho que aportar. En el caso de los chicos, esto no significa que en las aulas no pueda haber un pizarrón digital o un televisor. Sí que lo puede haber, es una herramienta educativa más. Pero cuando no se lo usa, hay que taparlo físicamente con una manta, porque si está visible los ojos van a ir hacia ellos, aunque estén apagados, esperando que pase algo interesante. Esa es una de las maneras de evitar el abuso de pantallas.
El arte tiene que provocar, no solo generar bienestar y placer.
La experimentación científica también. En lugar de intentar enseñar a los chicos apelando a Youtube, se pueden hacer experimentos científicos reales, que son fascinantes para ellos. Y lo mismo con la filosofía. Dediquemos ratos a pensar, a reflexionar, a analizar el entorno. En la adolescencia ya pueden empezar a usar la tecnología un poco más, pero sin olvidar que la vida se vive en sociedad, no a través de una pantalla. Las redes sociales nos dan la sensación de estar acompañados, pero el cerebro percibe que estamos solos. Y la soledad disminuye la calidad de vida, especialmente en los adolescentes.
Sin embargo, es justo alrededor de los 14 años en que la mayoría de los jóvenes abandonan los deportes, el teatro, la danza, todas esas actividades que no se hacen en soledad, sino que obligan a socializar. No solo a quienes intervienen como protagonistas, sino también a lo que lo hacen como público. Cuando alguien va a ver una obra de teatro, está con otros espectadores, compartiendo la experiencia.
En el caso de la danza, además, implica movimiento. La música siempre actúa sobre el sistema emocional. Y moverse al ritmo de la música permite conocer mejor el propio cuerpo.
Por eso, la danza en primaria debería ser obligatoria. Ayuda a los niños a conocer sus posibilidades, su crecimiento, su agilidad.
Los adultos también deberíamos integrar a nuestra rutina algunas formas de actividad física y de arte, porque nos da tiempo para nosotros, para mejorar nuestra calidad de vida.
Nos han hecho creer que, si no aprovechamos cada minuto para algo productivo, estamos perdiendo el tiempo. Pero la actividad física y el arte generan dopamina, el neurotransmisor del bienestar. Y eso mejora el estado de ánimo y la salud mental.