
Escritor – Periodista
1.
Un cónclave de imbéciles ha puesto en marcha la máquina para destruir el mundo. Parece una escena de la genial película de Stanley Kubrick “Doctor Insólito: o cómo aprendí a no preocuparme y amar la bomba” (1964). Pero no se trata de un film, sino de la realidad. Los chiflados saben cómo detener la máquina, pero no lo hacen esperando que el adversario se acobarde y acepte ser destruido antes de la aniquilación de todos. Ésta es la lógica que nos gobierna.
2.
No en balde las reglas del juego se llaman MAD (loco, en inglés) siglas de Mutually Assured Destruction: Destrucción Mutua Asegurada. Se asume que si una potencia atómica ataca a otra, ambas quedarían totalmente destruidas y esta reflexión las disuadirá de emplear tales artefactos. En lugar de ello, las potencias siguen armando cabezas nucleares hasta acumular unas 17.000; suficientes para destruir la vida en el planeta no una, sino 60 veces. En esta ruleta rusa, la apuesta de los estúpidos somos nosotros, y la perderemos todos.
3.
Unas cuantas precisiones definen el juego. Tras los holocaustos de Hiroshima y Nagasaki, el ejército estadounidense diseñó un plan para reducir 111 ciudades soviéticas a cenizas. Herman Kahn, el autor de “Sobre la guerra termonuclear” (1960) exhortaba: “Mejor bombardear hoy que mañana, y en la mañana antes que en la tarde”. También aconsejaba dar los alimentos contaminados con radiación a los ancianos, porque de todos modos morirían por otras causas antes de desarrollar cáncer (https://www.newyorker.com/magazine/2005/06/27/fat-man). “Intelectuales de la Megamuerte” fueron llamados estos recomendables asesores encargados de redactar la partida de defunción del mundo.
4.
El miedo elemental a una respuesta devastadora impidió nuevos usos bélicos de artefactos nucleares, aunque se continuó construyéndolos, repotenciándolos y envenenando el mundo con sus sistemáticas pruebas. Por igual causa se abrió a la firma en la ONU en 1968 un Tratado de No Proliferación de Armas Nucleares, vigente desde 1971, y al cual adhieren 191 países, incluso Irán, y los cinco que efectivamente disponen de ellas. Cuidadoso de su propia integridad, este quinteto sigue armando guerras convencionales por debajo de la mesa, azuzando, activando y financiando Estados bajo su influencia para que despedacen países renuentes a ella.
5.
Así, la indispensable proscripción de las guerras nucleares paradójicamente indujo la proliferación de las ordinarias. Desde 1945 hasta hoy se cuentan unos 331 conflictos armados. La mayoría no habrían podido estallar ni sostenerse sin apoyo, financiamiento y armamento de las grandes potencias, vale decir, las nucleares. Éstas instigan, costean y arman genocidios, lavándose las manos como Pilatos, a fin de no asumir responsabilidad por ellos.
6.
Para todos y cada uno de estos conflictos se invocan miles de pretextos, desde la defensa del capitalismo y la lucha contra el terrorismo o la droga hasta el “Choque de Civilizaciones”. Pero el verdadero móvil de tantas hecatombes es neutralizar potencias competidoras y monopolizar los recursos naturales y la energía. Revise los conflictos mayores del siglo pasado y el presente y encontrará que la causa de la mayoría de ellos es el control de la energía fósil y de las vías para trasladarla.
Según datos de la Agencia Internacional de la Energía, British Petroleum, la OPEP y otras fuentes verificables: los hidrocarburos suministran el 82% de la energía que consume el mundo, y al ritmo actual de explotación se agotarán en cuatro o cinco décadas.
Las grandes potencias esgrimen el palo nuclear para despanzurrar la codiciable piñata de la que depende el dominio del globo.