El auge del streaming ha erosionado no solo la experiencia cinematográfica, sino también las cualidades indefinibles que tradicionalmente han hecho de una película una película. Pero, ¿por qué algunas se convierten en éxitos sorpresivos? ¿Por qué funcionan? El rol del factor X.
1.
Aunque la experiencia cinematográfica a veces parezca estar desapareciendo, las películas no. Tanto jóvenes como cineastas veteranos siguen queriendo hacerlas. ¿Qué es lo que aún los atrae —y a nosotros— a este formato? ¿Qué hace que algunas películas parezcan reales y otras, productos de imitación, dignos solo del término despectivo de “contenido”? Todo esto es nuevo. Pero puede ser útil analizar algunos estrenos recientes en cines, así como algunos productos exclusivos de streaming, para discernir qué hace que una película parezca una película hoy en día.
2.
¿Es necesario que una película sea totalmente original? “El aficionado”, de James Hawes, con Rami Malek como un discreto empleado de la CIA decidido a vengar la muerte de su esposa, está basada en un thriller de Robert Littell de 1981 que ya ha sido adaptado. Pero posee un aura, un encanto, que parece propia de la gran pantalla. La acción transcurre en lugares impactantes como Londres y París, y la dirección posee una firmeza y seguridad. Solíamos ver thrillers de acción sofisticados como este ocho o nueve veces al año en los ‘90; ahora, una película como “El aficionado”, vista en pantalla grande, puede despertar la sensación de algo que hemos perdido. Se siente como un lujo olvidado.
3.
Pero una obra no necesariamente tiene que proyectarse en la pantalla grande para sentirse como una película. La convicción por parte del cineasta o de los actores, o de ambos, puede ser el factor decisivo.
Netflix ha financiado algunas películas estupendas a lo largo de los años, desde “Roma” hasta “Maestro”. Pero otra película de Netflix, “Estado eléctrico”, una fantasía retrofuturista dirigida por los hermanos Russo, estrenada a mediados de marzo solo por streaming, logra la dudosa distinción de sentirse descuidada y extravagante a la vez. Netflix gastó unos 300 millones de dólares en ella, pero incluso con sus efectos especiales centrados en robots, diseñados para verse bien, apenas se siente digna, incluso de la pantalla más pequeña. Pero eso no significa que un film creado exclusivamente para ser exhibido en las plataformas digitales no pueda sentirse adecuado como cine. La serie “Shogun” es un ejemplo de un producto de televisión que ofrece el tipo de esplendor visual por el que normalmente tenemos que ir al cine.
4.
¿Qué pasa con las películas que se convierten en éxitos sorpresivos? ¿Funcionan porque son divertidas y están bien hechas, o el mecanismo es más misterioso que eso? La comedia subida de tono de Lawrence “Uno de esos días”, en la que Keke Palmer y SZA interpretan a dos amigas que pasan un día loco intentando reunir 1.500 dólares para el alquiler, se estrenó en enero y permaneció en los cines durante más de dos meses antes de trasladarse a Netflix a principios de abril. Al público le encantó. Y la película también se reproduce maravillosamente en la pantalla chica; es sumamente divertida incluso cuando la ves solo.
Pero también ocurre que algunas películas, más bien flojas o cuanto menos torpes, que se estrenaron en streaming, al ser proyectadas luego en las salas fueron bien recibidas y, por alguna extraña razón, funcionan mejor. Es el caso de G20, de Patricia Riggen, de Amazon, donde una actriz estupenda como Viola Davis, que rara vez tiene la oportunidad de soltarse en una historia de acción y aventuras, despierta un misterioso entusiasmo entre el público. A veces, la presencia de otras personas puede convertir una obra en algo más que la suma de sus partes.
5.
Las películas no tienen por qué ser extravagantes ni caras. A principios del año pasado, Steven Soderbergh estrenó “Presencia”, un thriller sobrenatural sutil pero intensamente efectivo que costó unos 2 millones de dólares. Otra película de Soderbergh, la elegante y sofisticada historia de espías “Bolsa Negra”, estrenada unos meses después, costó bastante más (unos 50 millones de dólares) y no recuperó su inversión en taquilla, pero eso no refleja su calidad. Los dioses del cine pueden ser crueles.
Y, sin embargo, aunque el año cinematográfico aún es joven, ya hemos visto un ejemplo de una película perfectamente cinematográfica. “Sinners”, de Ryan Coogler, cumple todas las promesas de lo que puede ser una gran película convencional, y varias semanas después de su estreno, tiene los retornos de taquilla para demostrarlo. “Sinners” es una belleza a la vista, y aunque viene impregnada de ideas serias, sobre raza y comunidad, no se ve limitada por ellas. Presenta tanto a una gran estrella de cine, Michael B. Jordan, como a un sorprendente recién llegado, Miles Caton, como un prodigio del blues que es invitado a bailar con el Diablo. Y trata sobre vampiros: vampiros sangrientos, despiadados y carismáticos. Hay música, hay sexo apasionado, hay sangre servida de una manera que es a la vez artística y emocionante. “Sinners” es el tipo de película que te envía a casa pensando. Pero quizás lo más importante, te permite la experiencia de ser parte del vínculo casi místico que un cineasta puede forjar con el público. En la ecuación cinematográfica, los espectadores es el ingrediente X. Ninguna película es real sin ellos.