El presidente Javier Milei se siente un mesías global del pensamiento libertario. Pregona en distintos foros las bondades del libre mercado, señalando que el Estado no debe intervenir en la economía. La aplicación de esa receta en nuestro país, que implicó una contracción del gasto y la obra pública junto a una apertura importadora con apreciación cambiaria, ya costó 100.000 puestos de trabajo en la construcción y la industria, que no fueron compensados por la expansión de los sectores mineros, agrícolas y de hidrocarburos, cuyo auge sólo derramó en la creación de 10.000 empleos (datos del SIPA del período noviembre 2023/agosto 2024). Una relación de 10 por 1 que plasma la destrucción de empleos que al dejar que la matriz productiva sea organizada por el libre mercado.
Mientras el Presidente se siente un líder internacional, porque le dan palmadas en la espalda una serie de milmillonarios que lo pasean por escenarios de la ultraderecha occidental, sus patrocinadores toman el camino inverso a la hora de las decisiones de política económica.
Trump pregona el “made in USA” amenazando a China y demás competidores con fuertes subas en los aranceles, afincándose en la más antiliberal de las corrientes de pensamiento económico: la escuela americana de Alexander Hamilton (secretario del Tesoro de George Washington). Al respecto, la historia de los EE.UU. muestra que construyó su desarrollo con dos armas de política económica que aún hoy continúan: el proteccionismo comercial y la impresión de billetes para financiar un Estado fuertemente deficitario.
Paradojas de la historia, quienes sí se encuentran comprometidos con el liberalismo comercial son los “comunistas” chinos. Es que su fuerte desarrollo productivo con escalas globales de producción y un costo de mano de obra muy inferior al occidental, le garantizan una superioridad competitiva sobre las potencias capitalistas tradicionales. A contramano de Trump, el presidente Xi Jinping prometió aranceles cero para todos los países menos desarrollados con quienes tiene relaciones diplomáticas.
Pero el Presidente “no la ve” y sacrifica sectores enteros del entramado productivo en el altar de su religiosa fe libertaria. Una doctrina que intentan mostrar como novedosa, cuando es un reciclado del liberalismo bobo que históricamente aplicaron las élites de los países periféricos.
Una política cuyo nivel de daño dependerá de cuánto dure la fiesta especulativa del dólar barato con que suelen anestesiar, momentáneamente, el dolor social y económico de las mutilaciones productivas que provoca el programa liberal.