- Por Clelia Vallejo
Hace unos años, me encontré por primera vez con una pareja que iba a cartonear de la mano. La imagen fue demasiado fuerte, demasiado dura, demasiado… ¿real?, pero inapelable. Tal vez fui la única que le prestó atención porque ver gente “cartoneando” ya era parte del paisaje ciudadano y todavía lo sigue siendo.
Como periodista que venía de una tirada de notas vinculadas con la realidad social de los vecinos de nuestra ciudad, arraigados en sus barrios más o menos añosos, sobre todo periféricos, donde los colmillos de la miseria herían profundamente, había detalles de lo que ocurría cada día en las calles que no se me escapaban.
Así fue que la presencia de estos jóvenes yendo a “cartonear” de la mano fue como una alarma encendida en medio del tráfico y lo reflejé en el diario. Por ese entonces ya escribía para Policiales, sin embargo lo que veía, lo que veo por las calles me sigue sacudiendo, golpeándome la cara, interpelándome… y continúo viendo el dolor, la amargura, la desesperanza de los que toman el mango del carrito y lo empujan por las calles, buscando, buscando, buscando…
La semana pasada, fue una familia la que cartoneaba. Regresaba de mi caminata por el bulevar Yrigoyen y la vi: él, empujando el carrito cargado de cartones; ella, empujando el cochecito del bebé y la mochilita a la espalda para recoger lo que pudiera servirles para vender o tal vez para guardar algo de comer.
Alguna de esas cosas que las personas bienintencionadas no tiran a la basura, sino que se las dan en las manos… en un momento el bebé lloró y ella lo levantó en sus brazos y sin dejar de caminar lo acunó hasta que se calmó… Así siguieron: ella, con su hijito recostado sobre el pecho, empujando el cochecito y la mochilita a la espalda; él, llevando el carrito cargado de cartones, buscando, buscando, siempre buscando…
Son una familia joven, no tienen trabajo, no sé dónde viven, no sé si son los mismos jóvenes de años atrás, solo sé que no merecen vivir de la basura, ningún ser humano lo merece, y ya estoy harta de ver gente viviendo al margen de la humanidad. No tengo las herramientas ni los medios para ayudarlos a ellos y a tantos otros, pero quién sí los tiene, si se siente humano, por favor, haga algo.
La nota de años atrás
A esta nota la rescaté de la revista ‘La Ciudad’ que replicó mi escrito. Algo que no esperaba y que agradecí en ese momento pues así llegaba a más personas. Todos necesitamos “un baño de realidad” alguna vez en la vida”.
Contigo hambre y cartón I
Entonces escribí: “Cuando vemos la propaganda de beneficios para familias jóvenes, las imágenes son de personas sonrientes, bien vestidas, generalmente rubias, con niños hermosos… todo es bello. Sin embargo existe otra realidad que no se promociona en la televisión ni se la incluye en un crédito o beneficio para una “familia joven”: a esa realidad la vemos en las calles.
Eran alrededor de las 21:00 del jueves, cuando una de esas “postales ciudadanas” me recibió de lleno en una calle de la ciudad. Todavía el calor era sofocante. Él con su mano derecha empujaba un “carrito cartonero” y con la izquierda tomaba la mano de ella. Ambos jóvenes, delgados, piel y cabellos oscuros, ella con una cola de caballo, tirante (para evitar el calor), iniciaban su noche de trabajo: juntar cartones y todo lo que se pueda para vender.
Obviamente la odiosa comparación vino a mi mente: la familia de la televisión, sonriente, maquillada, con su casa nueva detrás; ellos, oscuros, con la incertidumbre de si podrán conseguir algo o no, solo sostenidos, evidentemente por un sentimiento mutuo: lo gritaban sus manos enlazadas.
Son la primera pareja que vi ir a “cartonear” de la mano. Me invadió la ternura y secretamente oré por ellos, por ese sentimiento, para que no los abandone. Porque en una vida tan dura, seguramente en un rancho de chapa ardiente en el verano y helado en invierno; en la incertidumbre del hambre, solo Dios puede proteger algo tan hermoso como el amor.
Hay un dicho que nos aporta la sabiduría popular: “Contigo pan y cebolla”, para estos jóvenes ni siquiera pan y cebolla: hambre y cartón, hasta que alguien se ocupe de ellos y los considere también “familia joven”.
(Publicó revista La Ciudad. Fuente: La Calle)










