Comenzó su carrera artística en el ámbito bohemio de los poetas de los años 20 y el teatro junto a su hermano Armando, pero es indudablemente con el tango -azar o destino- que Enrique Santos Discépolo encontró su lugar eterno en la memoria colectiva.
La reedición aumentada con apéndices del libro “Santos Discépolo y su época”, de Norberto Galasso (Colihue), rescata e indaga en la inagotable leyenda del hombre que dio todo (hasta el corazón) y lo perdió por su adhesión al peronismo.
La biografía de “Mordiquisto”, su vida entremezclada con su obra, su mundo de bohemia y la consagración en la última década de una existencia cortada de golpe, recaba también en su tiempo, en lo que implica para el pensamiento nacional su figura, y en la obra del autor de tangos como “Cambalache”, “Uno” y «Yira Yira». En definitiva: un buscador de esperanzas en medio del mejunje del siglo XX.
Nacido en 1901 en el barrio de Once, Discepolín pasaría una infancia muy dura, perdiendo tempranamente a sus padres, pasando luego por el cuidado de parientes hasta encontrarse más o menos en la crianza férrea que le impartirá su hermano, Armando Discépolo, 14 años más grande que él. Será con Armando con quien, poco a poco, comenzará a frecuentar el mundo de los artistas, del teatro, en sentido estricto, hasta encontrar su vocación como actor. Hasta tal punto los hermanos estarán comprometidos con el mundo de las tablas que renovarán el teatro popular, con el sainete en decadencia, para darle una impronta nueva que pasará a llamarse “grotesco”.
Pero a ese Discépolo actor, dramaturgo, que pasaba varias temporadas de gira, que recién terminaba de formar parte de una temprana bohemia con amigos que tomarían rumbos artísticos diversos (como el propio Quinquela Martín) lo abordaría una nueva faceta artística por la que, hasta el día de hoy, es recordado: Discépolo se encontraría, por casualidad o por destino prefijado, con el tango.
Tristeza que se baila
El primer tango que compone es “Bizcochito”, lo firma con José Vázquez en el medio de una gira teatral, estrictamente, en San José del Uruguay. La escena reconstruida por Galasso lo muestra a Discépolo mirando con melancolía la lluvia en un freno del correteo laboral y haciendo de su primera obra musical, improvisada con Vázquez, lo que es el género en esencia: una idea triste que se baila.
Aunque su segundo tango, “Qué vachaché” (1926), condensa de manera más elocuente al autor de grotescos. Y también sintetiza las penurias de Armando y Enrique en Villa Crespo, viviendo con lo que podían, secando yerba al sol como dice “Yira… yira…” y tratando de entender por qué la vida es tan triste, injusta y, sin embargo, misteriosamente bella.
El tango “Que vachaché” se presenta recién en una de las muchas giras al Uruguay, pero es recibido con abucheos. A las dificultades que tenía un actor devenido en dramaturgo ahora había que sumarle la de un compositor al que le costaba encontrar músicos que interpreten sus letras o, inclusive, un público que las reciba con alegría y no con escándalo. Eso recién encontraría en 1928 con el éxito de su tango consagratorio, “Esta noche me emborracho”. Ambos presentan el mismo paisaje: un mundo lleno de descreídos, triste, en donde lo único seguro es la decadencia y la muerte, sumido en la pobreza, con una voz que aun así encuentra un mínimo de coherencia estilística como para atreverse al canto. Y es que el mundo mismo de Discépolo estaba pasando por ese mismo proceso: de la fiesta de los señoritos bien a la segunda presidencia de Yrigoyen, frustrada por el golpe del 30. El mundo se estaba volviendo más oscuro y a finales del 20, Argentina parecía lista para adaptarse a esa perspectiva sufriente y melancólica de la realidad.