Comenzó con una petición. En mayo de 2018, Priscillia Ludosky, dueña de una pequeña empresa de cosméticos elaborados con productos naturales, lanzó un llamamiento en Change.org (un sitio de internet para promover causas sociales) para reducir los precios de los combustibles en los surtidores de Francia. Todo cobró fuerza y Eric Drouet, un camionero, se puso en contacto con ella. Juntos organizaron una protesta contra el “impuesto al carbono” sobre los combustibles que debía implementarse el año siguiente. El impuesto promovido por el presidente Emmanuel Macron afectaba desproporcionadamente a las clases trabajadoras y medias baja. Esta iniciativa surgía luego de que Macron les recortara los impuestos a los multimillonarios. Al final, cientos de miles de personas en todo el país, desde las zonas rurales a las grandes ciudades, respondieron al llamamiento de la afrodescendiente Ludosky y el tenaz chofer de vehículos pesados, Drouet. Así nació el movimiento de los chalecos amarillos.
Sus participantes celebran ahora el quinto aniversario de un movimiento que politizó a muchas personas en toda Francia, uniéndolas en rabia contra el “presidente de los ricos”.
Las protestas francesas siempre son animadas, pero la ira candente de los chalecos amarillos era algo nuevo y diferente. Al final resultó que Macron también se sorprendió. Abandonó el impuesto después de poco más de tres semanas de protestas, dejando a la clase política francesa en total shock por lo que acababa de suceder. Mientras tanto, el movimiento comenzó a ser replicado en Bélgica, Alemania, Países Bajos, Italia y España. Iba en serio.
En enero de 2019, los chalecos amarillos habían destrozado el 60% de los radares fijos de Francia, argumentando que eran sólo un medio para exprimir a los más pobres. Tenían razón: los radares eran cazabobos para recaudar, multando y hasta secuestrando el vehículo que constituía para mucha gente, no sólo su medio para llegar al trabajo, sino su principal patrimonio. Cinco años después, hay algunas cosas que se pueden aprender por estos lares.
El impuesto a los combustibles de Macron ofreció una lección objetiva sobre cómo no hacer política. Siempre se debe consultar a los ciudadanos. Y enseñó a no cargarle por capricho el costo de las “reformas” a las clases medias y bajas. A los chalecos amarillos no es que no les preocupaba el medio ambiente. Les importaba mucho, simplemente descubrieron que, para ellos, el fin de mes llegaba antes que el fin del mundo.