David Bueno
La ilusión de esperar a que llegue el Papá Noel puede a ser abrumadora para los niños. Pero saben que deben esperar, lo que obliga a sus cerebros a gestionar su impaciencia y emociones. La capacidad de regular las emociones y de demorar las recompensas también se gestiona desde la corteza prefrontal. De hecho, se trata de unas capacidades cognitivas cruciales durante la adultez que, en otros muchos trabajos, se han relacionado con la sensación de bienestar. Las personas adultas con más capacidad para gestionar las emociones y de demorar las recompensas suelen manifestar sentirse más felices.
En ciencia, insistimos, es necesario buscar explicaciones a los resultados de los experimentos, pero además en neurociencia es importante identificar con certeza qué redes neuronales están implicadas en cualquier aspecto cognitivo. Un estudio publicado por investigadores de la Universidad de Copenhague, en Dinamarca, ha demostrado la existencia de lo que llaman “la red neuronal del espíritu navideño”.
Utilizando técnicas de rastreo cerebral, como la resonancia magnética funcional, han demostrado que la ilusión que rodea las fiestas navideñas activa diversas áreas cerebrales. Especialmente el denominado lóbulo parietal, implicado en la interpretación de los sentidos y en la espiritualidad.
Recibimos informaciones de nuestro entorno a través de los órganos de los sentidos. Cada sentido le transmite al cerebro un tipo diferente de información. Las redes neuronales del lóbulo parietal se encargan de integrarlos todos para que la percepción de la realidad sea única, no fragmentada.
Esta integración incrementa la confianza en uno mismo y en el entorno, lo que se traduce en una mayor sensación de bienestar. Su ejercitación durante la infancia mejora el bienestar al alcanzar la edad adulta.
Con respecto a la espiritualidad, no es sinónimo de religiosidad ni implica ningún tipo de credulidad irreflexiva. En el contexto de la neurociencia cognitiva se define como la sensación de pertenencia a un todo más amplio, y se relaciona con la sociabilidad y la empatía. Y ambas nos permiten inferir mejor los estados emocionales de los demás, además de incrementar la percepción subjetiva de bienestar.
Sobran motivos para disfrutar de la ilusión navideña. Dejemos que los niños disfruten tanto tiempo como sea posible del hecho de ser precisamente esto, niños. No les hagamos crecer antes de tiempo. Que descubran por sí mismos la realidad que se esconde tras estos seres mágicos. De adultos serán, muy probablemente, más felices.