Por Marcelo Sgalia (Redacción LACALLE)
El 8 de agosto de hace diez años las radios no emitieron sus programas y el rating explotó. El 8 de agosto de hace diez años los micrófonos no tuvieron quién les hable y los auriculares se negaron a escuchar. El 8 de agosto de hace diez años las luces rojas de todos los estudios de radio se quedaron dormidas y los carteles de haga silencio carecieron de sentido. El 8 de agosto de hace diez años las voces se quedaron mudas y las palabras murieron atrapadas en ese nudo que teníamos en la garganta. El 8 de agosto de hace diez años las letras se negaron a ser escritas y los papeles quedaron en blanco. El 8 de agosto de hace diez años los botones de las consolas no tuvieron operadores para ser acariciados y los que no apagamos la radio ni abajo del agua no pudimos encenderla.
El 8 de agosto de hace diez años las noticias se transformaron en una sola. En el lugar que vos nos contabas ayer, ahora se hablaba de vos. Pero las rotativas se pararon. Si las redacciones no hablaron, los locutores no dijeron, las publicidades no fueron vendidas y los periodistas que saben de todo no tuvieron explicaciones.
El 8 de agosto de hace diez años también a los relatores les sacaron los goles. Los arcos desaparecieron. Las transmisiones eran parte de los sueños. Los viajes se mostraron cansados. Las canchas fueron el reflejo de nuestras almas vacías. Los aros y sus tableros no existieron. No había simples. No estaban los dobles. Menos los triples. Los foules los sentimos por todos lados, aunque no había nadie para pitarlos.
El 8 de agosto de hace diez años encontrar algo parecido a una sonrisa fue una estúpida utopía en un soleado día de mierda. El Basket Concepción qué tanto nos regaló ese año se guardó la puñalada para el cierre. Los minutos los pedimos todos juntos, pero al suplementario no nos dejaron llegar y sentimos en los huesos el final del juego.
La victoria fue tu vida y lo que todos (siempre) pensamos de vos. La derrota aquel día y todos los que vinieron hasta hoy fue nuestra, la que todavía al recordarte nos parte el corazón.
La que también perdió es la ciudad, que se quedó sin tantas cosas con tu partida. Te llevaron muy rápido. Es evidente que arriba los que arman los equipos saben elegir mejor que los que caminamos acá abajo.
En un mundo cada vez más alejado del periodismo, Gustavo Delsart fue eso: Pasión, seriedad, alegría, respeto, honestidad, humildad y responsabilidad. Lo combinó al aire y lo hizo distinto, único. El mejor relator de básquet que tenía la radio uruguayense. Ese tipo capaz de dibujarnos con la magia de la radio noches de básquetbol memorables.
Desde el 8 de agosto de hace diez años, que andamos buscando cachetearle a la vida aquel rebote. Hace diez años aprendimos el significado de seguir vivos para contar o escribir las historias que nuestro deporte va haciendo. Por al fin y al cabo, es lo único que importa. Las derrotas y las victorias, los ascensos y los descensos, van cambiando de lado con los años.
El 8 de agosto se cumplieron diez años sin Gustavo. Hubiera sido fundamental para seguir contando, para seguir dándole su espacio a los nombres comunes, a los nuestros, que siguen escribiendo y siendo parte de esa historia. Nos dejó ese legado a los que laburamos con él y compartimos redacciones, estudios de radio y periodismo. No olvidarnos en cada cancha y en cada noche de básquetbol todo eso es nuestra obligación para siempre. Es la única manera de transformar aquel dolor del 8 de agosto de 2013. Es el único camino para sostener su nombre detrás de un micrófono. Porque Gustavo no necesitó una trayectoria de una vida larga para mostrarnos todo eso. Dejó su hüella, su nombre y su semilla para esas flores que siguen germinando en cada sonrisa que dibuja la radio cada vez que hay un juego por delante para contar.











