Por Esther Vivas
Tardé cuatro años en quedar embarazada y tener a mi hijo, cuatro largos años de incertidumbre, silencio, espera, estimulación ovárica, dolor, pinchazos, angustia, tratamientos de reproducción asistida e inquietud. Tengo problemas de infertilidad, muchas mujeres los sufren, y no tenemos por qué escondernos.
Sin embargo, la sociedad nos estigmatiza. Una rápida búsqueda en el diccionario de la palabra “infértil” lo deja claro, primero la redirige al concepto “estéril”, para después definirla como algo “que no da fruto, no produce nada” o “dicho de un ser vivo incapaz de reproducirse”.
Se nos tacha de incapaces, incapaces de germinar, de dar vida, de producir nada, como si fuésemos mujeres incompletas, porque chocamos con lo que socialmente se espera de nosotras, que tengamos criaturas. También muchos hombres tienen problemas de infertilidad, pero parece que no existen, y mucho menos se los juzga por ello.
Romper el silencio
Cuando explicás que estás intentando quedarte embarazada y no lo conseguís, frecuentemente se te culpabiliza, se te acusa de andar estresada o de estar obsesionada con el tema. Si durante mis cuatro años de búsqueda no lo conté, fue precisamente por esto, para ahorrarme todos estos comentarios. Pero no tenemos por qué callarnos.
La infertilidad es una realidad cada día más presente en nuestra sociedad. Callar nos invisibiliza, hablar nos permite estar juntas, vivirlo acompañadas. Por eso, cuando escribí el libro “Mamá desobediente. Una mirada feminista a la maternidad” quise romper mi silencio.
La infertilidad no es culpa nuestra. La infertilidad es resultado de un mundo enfermo. Un mundo que da la espalda a la fertilidad, tanto de personas como de numerosas especies vegetales y animales. La exposición a tóxicos ambientales mina la fertilidad humana. La crisis ecológica y climática tiene un impacto directo en las dificultades que cada vez más mujeres y hombres enfrentamos para tener criaturas.
La infertilidad también es resultado de un sistema que supedita la vida a la lógica productivista y mercantil. ¿Cuántas mujeres posponen su deseo de ser madres hasta conseguir una estabilidad económica y laboral que nunca llega? Una dinámica que puede tener consecuencias cuando intentamos quedarnos embarazadas después, pasados los 35 o los 40 años, cuando nuestra fertilidad disminuye, y esto puede dificultar lograr el embarazo.
Políticas públicas
La solución a los problemas de infertilidad no reside en las técnicas de reproducción asistida, éstas pueden ayudar en determinados momentos, pero no son la respuesta definitiva.
Lo que necesitamos son medidas políticas que aborden el problema de fondo, es decir, que acaben con la contaminación medioambiental, que permitan acceder a una vivienda digna, que pongan fin a la precariedad laboral y de vida, que aumenten las ayudas a la maternidad y la crianza, empezando por ampliar un permiso maternal insuficiente.
Estas son las políticas públicas que necesitamos para acabar con los problemas de fertilidad que nos atañen.
Las instituciones públicas, los medios de comunicación, la sociedad en general presentan a la dificultad de una mujer de quedar encinta “la culpa es tuya, mujer, por haber esperado demasiado”.
No poder tener hijos a pesar de desearlo implica asumir un duelo. Se te ha muerto el sueño de la maternidad. Querer tener criaturas y no poder genera tristeza, desesperación, ansiedad, miedo y angustia. Algo que además se vive, la mayoría de las veces, en silencio.
Asimismo, someterse a un tratamiento de reproducción asistida no es fácil: ¿cómo gestionás el proceso, de qué modo lo enfrentás? Hay dolor, malestar emocional, sentimiento de fracaso, incertidumbre. Por no mencionar la pérdida de control sobre tu cuerpo que significan las técnicas de reproducción asistida, así como las contradicciones que tenemos algunas de ser partícipes del negocio de la infertilidad. Hablar de ello nos ayudaría a destaparlas, romper el estigma y no sentirnos tan solas.
Un mundo enfermo
La infertilidad es un problema político, sin personas fértiles, sin un planeta fértil, no hay vida posible. La infertilidad es resultado de un mundo enfermo. Un mundo que da la espalda a la fertilidad, tanto de personas como de numerosas especies vegetales y animales. La exposición a tóxicos ambientales mina la fertilidad humana. La crisis ecológica y climática tiene un impacto directo en las dificultades que cada vez más mujeres y hombres enfrentamos para tener hijos.
La infertilidad también es resultado de un sistema que supedita la vida a la lógica productivista y mercantil. Cuántas mujeres posponen su deseo de ser madres hasta conseguir una estabilidad económica. Una dinámica que puede tener consecuencias cuando intentamos quedar embarazadas pasados los 35 o los 40 años.