Arturo Brooks
Se celebra hoy el Día del Animal, en conmemoración a la vida y obra del doctor Ignacio Lucas Albarracín, fallecido el 29 de abril de 1926. Nacido en Córdoba el 31 de julio de 1850, egresó con el título de doctor en jurisprudencia de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de Buenos Aires el 1 de mayo de 1873. Secretario personal de Sarmiento, pronto encontró el que fuera el objetivo de su vida y por el que luchó hasta su muerte: la necesidad de defender a todos los animales. Albarracín, inició su cruzada contra prácticas de maltrato animal habituales por aquellos años, muchas de las cuales, pese a las reyertas libradas en su contra, llegan hasta nuestros días. La doma de potros, la riña de gallos, las corridas de toros, la crueldad en la matanza para faenar animales, el tiro a la paloma, son sólo algunas de ellas. Fundador, de la Sociedad Argentina Protectora de los Animales, no sólo se constituyó en un arquetipo legendario y un símbolo de la defensa de los animales, sino también, al igual que muchos de los personajes que han marcado un hito en la historia, fue objeto de burlas constantes y dolorosas humillaciones de los odiadores que existieron siempre pero que padecemos hoy más que nunca en las redes sociales. Pero no consiguieron amedrentarlo y logró la sanción de la Ley de Protección a los Animales, sancionada en 1891. Se convirtió así en un pionero en materia jurídica, pues aquella se erigió como el primer antecedente legal en el mundo. Habiendo transcurrido más de un siglo de aquellas primeras cruzadas, este día y el recuerdo de quien le otorgara un lugar especial en el calendario, no puede más que llevarnos a reafirmar que ningún espacio es inútil cuando se trata de defender la vida de los animales. Cuando se trata de defender nuestras convicciones basadas en la razón y el buen juicio. Vivimos una época indolente en la que no sólo siguen siendo víctimas del desprecio los animales, sino también muchas personas de bien. El maltrato animal tiene un componente psicológico perverso largamente estudiado, pero también una raíz cultural que lo sostiene y que no desaparecerá hasta que quienes asisten a esos ataques no alcen su voz de condena. Como sucede con el bullying escolar, los agresores no son nadie sin el público para el que actúan.