Escribe María Fernández Martínez, integrante del Grupo de Apoyo #TodosXChori
Cuando la justicia arruina vidas, se transforma en verdugo y la sociedad debe cuidarse de la justicia. Lo que está sucediendo con un querido amigo de la ciudad, Federico Giarrizzo, inquieta, porque nos alerta que, sin importar la inocencia, cualquiera de nosotros está expuesto a caer víctima de la justicia, especialmente quienes tienen (ellos o sus personas cercanas) vidas difíciles, marcadas por una de las peores enfermedades sociales: la adicción.
Siempre entendí que para condenar a un ciudadano, la justicia primero tiene una hipótesis, luego la investiga y finalmente busca pruebas que la confirmen, o al menos, que confirmen que hay más probabilidades de que esa persona sea culpable a que sea inocente.
El caso Federico nos muestra una reversión de esa secuencia. Porque Federico fue condenado sin condena, con una presunción de culpabilidad basada en interpretaciones de una persona que transcribió escuchas telefónicas, donde sorprende la liviandad con que vincula cada diálogo y palabra a la venta de drogas. Más preocupante que eso, es cómo la justicia toma esas conclusiones como verdades confirmadas de los hechos. ¿Es tan difícil investigar un paso más?
Federico no tuvo juicio, pero ya fue condenado. Hace seis meses está detenido, privado de su libertad, sometido a lo indigno que es vivir en una cárcel. Perdió las pocas pertenencias que tenía. Sus caballos, que eran sus amigos, sus herramientas de trabajo que se llevó la justicia.
Pero no perdió lo más importante: el cariño y el apoyo de su gente, de sus amigos, de sus conocidos, vecinos y familia. Desde el principio ninguno de ellos dudó, ni por un instante, de su inocencia.
Conozco a Federico desde hace muchos años. Es un hombre simple, más cercano al campo que a la ciudad, solidario, desaprendido de los objetos materiales, y en su andar tranquilo, nunca le va a soltar la mano a un ser querido. Basta con leer los cientos de mensajes de apoyo que le llegan por redes para confirmarlo. Alcanza con entrar a su casa para entender la sencillez de su vida.
Federico hoy es víctima de la justicia. Porque si hay alguna duda sobre sus palabras en diálogos con otras personas que estaban siendo investigadas, como mínimo debería estar esperando un juicio justo en su domicilio. Pero también le niegan ese derecho (presunción de inocencia). Federico declaró. Los jueces lo oyeron. Pero no lo escucharon. Pusieron el crédito en las interpretaciones de quienes transcribieron las escuchas telefónicas. Ellos, los transcriptores, fueron hasta el momento quienes condenaron a Federico. Los jueces invisibles en esta historia.
Para la justicia Federico es una “cosa”, un “descarte humano”. Da lo mismo preso o suelto. No tiene identidad propia porque en ocasiones le equivocan su nombre o le niegan sus apelaciones con evidencias ajenas. Posiblemente porque hay tantos inocentes condenados sin condena, la justicia naturaliza la cárcel, sin reparar en cómo se destruye la vida de la persona. No hay empatía. Porque el inocente detenido puede recuperar el tiempo y los bienes perdidos, pero ¿quién le devuelve su honor y su dignidad?
Federico hoy no tiene voz. Se la quitaron el 22 de septiembre de 2022. Pero está hablando a través de quienes conocemos sus valores, su bondad, su honestidad. Y digan lo digan, hagan lo que hagan, aquí estaremos de pie, apoyándolo hasta que la justicia deje de ser nuestro verdugo y haga lo que fue destinada a hacer: justicia.