Por Alfredo Serrano y Guillermo Oglietti
Tener una moneda común, es un hito indispensable en el camino hacia la soberanía monetaria. La actual arquitectura financiera global, no sólo está definida por la vieja hegemonía del dólar, sino también, por la nueva superconcentración sin precedentes de las finanzas internacionales. El actual nivel de concentración del sector financiero global está fuera de escala, no tiene parangón en la historia, es un fenómeno nuevo y los bancos centrales nacionales tendrían que incorporarlo como una de las principales amenazas que enfrentan para cumplir el objetivo de estabilizar las monedas nacionales. Ambos desafíos, la hegemonía del dólar y la superconcentración financiera, implican vulnerabilidades difíciles de superar en forma aislada. De esto se trata el proyecto de la moneda común que están proyectando Brasil y Argentina con miras a extenderse por toda la región.
El camino hacia la moneda común no es breve, pero algunos de sus módulos, como el Sistema de Compensación de Pagos, pueden comenzar a funcionar en cuestión de semanas. El diseño de la moneda común es un elemento indispensable de una nueva arquitectura financiera regional que tiene otros atributos que podrán añadirse paulatinamente.
Malas experiencias
Una de las ventajas de avanzar tardíamente con el proyecto de creación de una moneda común, es que es posible aprender de otras experiencias (y de sus errores). La más relevante de ellas, es el euro. Los países integrantes de la eurozona, resignaron sus monedas nacionales para empezar a compartir una moneda común única, pero como no compartían la misma estructura de mercados, ni disponían de similares acervos tecnológicos y de capital, sino que tenían diferentes productividades, legislaciones laborales y capacidades financieras, el euro terminó siendo una mala idea, y muy difícil de revertir. Las diferencias estructurales se mantuvieron, aumentó la concentración económica en torno a Alemania y las diferencias de bienestar no convergieron y en algunos casos, como Grecia, se ampliaron a niveles dolorosos. En un par de décadas, los países del sur llegaron a acumular más de 20 puntos de inflación por encima de Alemania, lo que hacía a sus empresas menos competitivas.
Al resignar sus monedas nacionales, los países menos desarrollados quemaron las naves de las herramientas monetarias para corregir las diferencias a través del mecanismo sencillo de la devaluación, que permite corregir todos los precios con un solo movimiento. Les quedó sólo el mecanismo corrector del mercado, es decir, la crisis, la caída del salario, de la demanda y del nivel de actividad para que el mercado corrija las diferencias de precios e iguale las competitividades al costo del malestar de las sociedades.
Otra experiencia similar es Ecuador que resignó la soberanía adoptando el dólar como moneda. Ahora tiene una moneda fuerte, pero no dispone de herramientas monetarias para enfrentar las devaluaciones de sus vecinos, sino que depende del endeudamiento externo permanente y de las decisiones de la Reserva Federal.
Es por estos antecedentes que existe un gran consenso de que la nueva moneda que se está proyectando entre Brasil y Argentina no será una moneda común única, sino una moneda común unitaria, es decir, que convivirá con las monedas nacionales. Los países podrán mantener las ventajas de contar con una moneda soberana y, a la vez, disfrutar de una moneda común que les brindará ventajas adicionales a todos sus integrantes.
El punto de partida
El principal hito en el camino, es la utilización de la moneda común como unidad de cuenta y sistema de compensación central de pagos. Es decir, que reemplazará al dólar en los intercambios comerciales. Esto implica que toda operación entre los países se haría utilizando la nueva moneda, y solamente se demandarían dólares para cancelar el saldo resultante tras un período de tiempo establecido.
El actual intercambio de mercancías entre Brasil y Argentina fluctúa entre los 24 y 29.000 millones de dólares anuales y el de servicios es de aproximadamente 1.200 millones. Esta sería la nueva demanda con motivos transaccionales que tendría la nueva moneda regional sólo a consecuencia del comercio entre Argentina y Brasil. El volumen de demanda subiría a más de 100.000 millones si se adhirieran otros países de la región. La demanda de dólares se reduciría a los dólares necesarios para cancelar los saldos deficitarios, es decir, el saldo resultante entre exportaciones e importaciones del comercio bilateral. Esa sería la demanda de la nueva moneda para transacciones, mientras que sólo se requerirán dólares por el saldo de aproximadamente 10 millones, equivalente a un 6% de la demanda actual.