David Bueno
La lectura incrementa la capacidad de deducir qué piensan otras personas. Y para ver hasta qué punto la lectura de obras literarias de ficción puede contribuir a desarrollar estas capacidades, los neurocientíficos Kidd y Castano diseñaron una serie de experimentos que realizaron con un numeroso grupo de personas voluntarias. Primero, les pasaron unas pruebas estandarizadas que permitían valorar la capacidad de deducir el estado emocional y las intenciones otras personas a través de imágenes faciales. Después, los invitaron a leer fragmentos significativos de varios libros de ficción de reconocida calidad literaria —no necesariamente best sellers—, obras de ficción de poco valor literario y obras divulgativas sobre temas diversos. Finalmente, loe volvieron a pasar los cuestionarios. El resultado fue muy clarificador.Los participantes que habían leído obras de ficción de reconocida calidad literaria obtenían más puntuación en la segunda prueba que en la primera, mientras que los que habían leído otros tipos de libros obtenían la misma puntuación en ambas pruebas. Es decir, los del primer grupo habían mejorado temporalmente su capacidad de deducir el estado emocional y las intenciones de las otras personas.
Algunos principios
Somos seres que vivimos y nos hacemos en el acto de conversar. Todo lo que nosotros, los seres humanos, ejercemos como tales, lo hacemos contando historias trabadas en conversaciones. Las historias nos ayudan a comprender mejor los hechos y las situaciones. Todo el mundo explica historias. Los chicos cuando no quieren ir a la escuela o la abuela que recuerda su juventud.
Entablar una charla tomando un café, dar una clase, querer alguna persona, dar una conferencia, etc., consisten en explicar historias, También escribir libros lo persigue. De todos los lugares que recorremos durante la vida, el más extraordinario seguramente sea el país de la niñez. Un territorio que desde la mirada retrospectiva de la adultez se vuelve cándido, ingenuo, colorido, onírico, lúdico, vulnerable. Es curioso. Este país del que todos fuimos ciudadanos es difícil de recordar y reconstruir sin desempolvar fotos que, a la distancia, vemos en tercera persona, como si aquel niño fuera otro y no nosotros mismos en otro tiempo. Ni qué hablar de la primera infancia, que de tan lejana y borrosa se vuelve pura amnesia. Como ha pasado con la naturaleza y la cultura, con frecuencia se ha situado la evolución y la educación en esferas opuestas. Nuestro objetivo aquí es reunirlas.
El Cerebro ha evolucionado para educar y ser educado, a menudo de manera instintiva y sin esfuerzo. El cerebro es la máquina gracias a la cual se producen todas las formas de aprendizaje: desde las ratas pequeñas que aprenden a sortear laberintos intrincados, las aves que aprenden a volar o los niños que aprenden a ir en bicicleta y a memorizar horarios, hasta los adultos que aprenden un idioma nuevo o a programar videos. ¿Por qué elegir ser maestro? Pocas cosas en nuestra biología son tan triviales en apariencia como este producto que conocemos con el nombre de conciencia, la portentosa aptitud que consiste en tener una mente provista de un propietario, de un protagonista para la propia existencia, un sujeto que inspecciona el mundo por dentro y a su alrededor, alguien que decide seguir su vocación, contra todas las vicisitudes, incluido el arduo trabajo que implica, los bajos sueldos y, a veces, lamentablemente también la ingratitud.
Pero, entonces, ¿por qué elegí ser maestro? Porque los maestros podemos abrir puertas y ventanas para que los niños se conviertan en personas plenas, porque está en nuestras manos empujarlos hacia delante para que ellos mismos construyan su presente y su futuro. Podemos hacer que participen en la sociedad para que nos ayuden a cambiar las cosas, por ejemplo, que la docencia goce del reconocimiento concreto de toda la sociedad.
Y para eso también tenemos de ofrecerles herramientas. Que sepan cómo expresar una emoción o un pensamiento, que conozcan cómo defender un argumento o aceptar las equivocaciones. Que consigan ser seres resilientes y que esa flexibilidad los transforme en personas más sociales, para poder luchar así por escapar de la individualidad y el egoísmo que, sin darnos cuenta, se convierten muchas veces en parte de nuestra vida. Para que tengan un sentido de justicia, de hacer lo que corresponde, siempre. Para la especie humana, aprender es un instinto.
La pregunta es porqué aprendemos. La respuesta es que aprendemos para poder anticiparnos a las incertidumbres del futuro. El cerebro siempre busca anticiparse a los cambios, a las novedades, y tener una guía, un buen maestro hace una gran diferencia.