Juan José Giani
No sería incorrecto apuntar que la gran paradoja de la historia del peronismo es que divide social y políticamente a la Argentina en dos, siendo que Perón siempre se concibió como cobijando debajo de su liderazgo a una inmensa mayoría que lindaba con el unanimismo. Su varias veces declarada vocación por persuadir iba en esa dirección, por cierto frustrada.
Pasar del “cinco por uno” a “elegí el tiempo y no la sangre”, o de “kilombificar” el país al pacto con Frondizi, testimonian el desconcierto de un Conductor que no logró resolver adecuadamente aquello que sin embargo caracteriza lo anfibio de su prédica. Beber en la fisura antagónica y aspirar a un cierre comunitarista.
La figura con la que Perón se autodescribe en los 70 (“Un león hervíboro”) aunque cargada de picaresca es conceptualmente interesante. Un líder que ha decrecido en su ferocidad aunque sin abjurar completamente de ella.
En esa orientación va su intento de un acuerdo con Ricardo Balbín, mientras a su vez creía firmemente que el mundo marchaba hacia al predomino de socialismos con rostro nacional.
Aunque suene en parte contradictorio, no lo es ubicado en aquella coyuntura. Es un Perón capturado por el giro evolucionista, que supone que el infalible curso perfectivo de la historia alineará finalmente a los pueblos detrás de un horizonte de emancipación social. Como es bien sabido, eso de ninguna manera ocurrió. La oligarquía y el imperialismo aguardaban agazapados, esperando retomar el control.
Cabalgar sobre conflictos
Llegados a este punto, es necesario introducir dos puntualizaciones. La primera es establecer que el conflicto es un conflicto centralmente entre naciones (más específicamente entre imperialismos que procuran sojuzgar y estados populares del Tercer Mundo que resguardan su soberanía plena), lo que implica que al interior de cada nación (y allí resuena Von Der Goltz) es imprescindible un ahínco vertebrador de toda la comunidad aún en sus diferencias.
En todo caso, y esto es fundamental, el antagonismo endógeno es con sectores minoritarios (muy minoritarios, eso al menos imagina Perón) cuyo rótulo en gramática nacional-popular será el de “oligarquía”. Y lo que define justamente a ese núcleo oligárquico es su actitud conspirativa y cómplice con la acción insidiosa de los imperialismos de turno.
Y lo segundo, ligado claramente con lo anterior, es que Perón cabalga sobre los conflictos, pero siempre conserva como objetivo construir comunidad (no casualmente su principal texto filosófico invoca ese armónico nombre). Encontrar un punto de equilibrio, de articulación fraterna entre partes diversas del cuerpo social, tanto para resistir las presiones del imperio como para edificar un proyecto inclusivo de nación.
No es un dato menor que al fundar su movimiento convoca a la UCR a incorporarse y suma a figuras que van desde el comunismo hasta el Partido Conservador. Hay allí una cuota de pragmatismo del que organiza un partido ex nihilo, pero también una convicción sobre la importancia de encontrar horizontes compartidos para alcanzar el bienestar del pueblo y la grandeza de la nación.
Aniversarios y discrepancias
En cada aniversario o efemérides oportuna, el nombre del General Perón es exaltado para mantener encendidas liturgias y entusiasmos militantes. Abundan la emotividad y también las interpretaciones, pues como todo mito se supone que detectar el detalle fino de su sabiduría legitima el a veces confundido transitar de las capas dirigenciales de hoy en día.
Hace poco, en las tribunas desplegadas, Cristina Fernández de Kichner mentó la lapicera de Perón, como referencia a un Conductor que para hacer una tortilla creía imprescindible romper algunos huevos. Alberto Fernández recordó en una entrevista reciente la capacidad de persuadir como el talento superior que distingue la ejemplaridad del tres veces Presidente. En ese forzado derrotero exegético los dos, teniendo una parte de la razón, estaban no obstante completamente equivocados.
Perón, como intentamos explicar, no cabe en la dicotomía “lapicera o persuasión” sino en la empinada conjunción entre “lapicera y persuasión”. Antagonismo y comunidad. Frentismo de liberación que obliga a acuerdos básicos donde deben caber todos los énfasis. Frente al poder acechante del enemigo, en el Frente de Todos no sobra ningún soldado.
Teorizando con sofisticación sobre el arte de conducir, Perón entrega certeros conceptos. Rescatemos apenas dos. “La conducción es un todo de ejecución” y “El conductor es un constructor de éxitos”. Sabio mensaje para Alberto y Cristina. Resuelvan el problema, no nos trasladen sus aceptables discrepancias. Se trata de eso. Confiamos en que así ocurra.