Arturo Brooks
Se podría pensar que las personas dotadas y realizadas son menos susceptibles que otras a la amargura de sentirse “irrelevantes” cuando han cumplido 70 años o más. Pero si los logros profesionales o personales traen felicidad, entonces el recuerdo de esos logros, ¿no debería proporcionar algo de felicidad años después? La respuesta es no. Ni siquiera los logros de los genios en su juventud parecen otorgar una póliza de seguro contra el sufrimiento posterior. Existe abundante evidencia que sugiere que la natural pérdida de habilidad en personas de alto rendimiento es brutal en términos psicológicos, sean deportistas, científicos o artistas. Tomemos como ejemplo a Charles Darwin, que tenía solo 22 años cuando emprendió su viaje de cinco años a bordo del Beagle en 1831. Al regresar a los 27, fue celebrado en toda Europa por sus descubrimientos en botánica y zoología, y por sus primeras teorías de la evolución. Durante los siguientes 30 años, Darwin estuvo en la cima de los científicos famosos, desarrollando sus teorías y publicándolas como libros y ensayos; el más famoso fue “El origen de las especies”, en 1859. Pero a medida que avanzaba hacia los 50 años, se estancó; chocó contra un muro en su investigación. Al mismo tiempo, un monje austríaco llamado Gregor Mendel descubrió lo que Darwin necesitaba para continuar con su trabajo: la teoría de la herencia genética. Desafortunadamente, el trabajo de Mendel se publicó en una oscura revista académica y Darwin nunca lo vio. A partir de entonces hizo pocos progresos. Deprimido en sus últimos años, le escribió a un amigo cercano: «No tengo el corazón ni la fuerza a mi edad para comenzar una investigación que dure años, que es lo único que disfruto». En algunas profesiones, el declive temprano es inevitable. Nadie espera que un atleta olímpico siga siendo competitivo a los 60 años. Pero muchas ocupaciones físicamente poco exigentes, logran postergar los achaques o pesares de la vejez. Algunas personas han manejado muy bien esta etapa de sus vidas y reinventándose y alcanzando su máximo rendimiento. Son, por lo general, profesores, entrenadores, grandes maestros de cualquier materia. Que las personas mayores, con sus reservas de sabiduría, sean los maestros más exitosos parece casi cósmicamente correcto. No importa cuál sea nuestra profesión, a medida que envejecemos podemos dedicarnos a compartir conocimientos de alguna manera significativa. Un caso paradigmático es el de Johann Sebastian Bach.










