Por David Bueno
Cuando hacemos cualquier actividad durante un cierto tiempo, sea física o mental, e incluso después de haber vivido estados emocionales intensos, nos sentimos cansados, incluso, agotados. Podríamos definir el cansancio como la falta de fuerzas después de realizar un esfuerzo físico, intelectual o emocional. También el aburrimiento, la infelicidad, la desilusión, el tedio y el enfado nos pueden dejar extenuados.
El cansancio tiene efectos curiosos sobre nuestro comportamiento, que se traducen en una mayor dificultad para mantener el autocontrol.
El motivo lo encontramos en el funcionamiento del cerebro. El cerebro es el órgano del pensamiento y donde se generan y gestionan todos los comportamientos. Está estructurado en diferentes zonas, que tienen funciones específicas. Del control del comportamiento, se encarga una zona llamada córtex prefrontal. Está justo detrás de la frente, en las capas más superficiales de neuronas. De ahí el nombre.
Torre de control
El córtex prefrontal se encarga de gestionar las tareas cognitivas más complejas, que se agrupan bajo el nombre de funciones ejecutivas. Serían como la torre de control de un aeropuerto, cuya función es ordenar todo el tráfico aéreo para que fluya sin dificultades, pero de forma flexible, no estática, para que se pueda ir adaptando a cualquier situación que vaya surgiendo. En otras palabras, sirven para que podamos controlar nuestros comportamientos.
Las funciones ejecutivas incluyen algunos aspectos, como la capacidad de reflexionar y planificar; tomar decisiones basadas en los razonamientos, racionalizar y gestionar nuestro estado emocional.
También se incluye en este grupo la memoria de trabajo o memoria operativa, que es el conjunto de procesos que nos permiten almacenar y manipular temporalmente la información para realizar tareas cognitivas complejas, como la comprensión del lenguaje, la lectura, las habilidades matemáticas, el aprendizaje o el razonamiento. Sin olvidar la flexibilidad cognitiva, que es la capacidad que tiene el cerebro de adaptar nuestra conducta y pensamiento con facilidad a conceptos y situaciones cambiantes, nuevas e inesperadas, o a la capacidad mental de pensar en varios conceptos a la vez.
¿Qué tiene que ver todo esto con el cansancio y cómo afecta el comportamiento de los adultos y de los niños? Muy sencillo. Aunque nos guste presumir de que tenemos un cerebro muy grande, la realidad es que tan sólo representa el 2% o el 3% de la masa total de nuestro cuerpo. Y, sin embargo, consume nada menos que ¡el 20% o 30% de la energía metabólica! Una brutal desproporción.
Y, de todo el cerebro, la parte que más consume es, precisamente, el córtex prefrontal.
Sin energía metemos más la pata
Cuando estamos cansados, el metabolismo tiende a repartir la energía utilizable, por lo que disminuye la energía disponible para que el córtex prefrontal realice las funciones con la máxima eficiencia. En otras palabras, nos cuesta más reflexionar, planificar, decidir, gestionar las emociones y almacenar y manipular la información porque el córtex prefrontal dispone de menos combustible para funcionar. Y esto también hace que nuestros pensamientos pierdan flexibilidad y se vuelvan más rígidos. Por lo tanto, perdemos capacidad de control del comportamiento.
Por eso, cuando estamos cansados, tendemos a decir cosas que no deberíamos decir, que sabemos que pueden herir a gente a la que amamos. Y las decimos porque a nuestro cerebro le cuesta más controlarse.
A los niños le pasa igual. A pesar de saber que hay cosas que no pueden hacer o que no les dejamos hacer –y ellos saben bien–, cuando están cansados crece la probabilidad de que las hagan. Simplemente porque les cuesta mucho más que mantener el control de sí mismos, al igual que los adultos.
Aburrimiento y cansancio
Curiosamente, cuando estamos aburridos, desilusionados o tediosos, ocurre algo parecido, aunque el origen sea ligeramente diferente. Resulta que, cuando estamos desmotivados, el cerebro también recibe menos energía, por lo que el córtex prefrontal no puede funcionar a pleno. O, dicho al revés, la motivación aumenta el flujo de sangre que irriga el cerebro, lo que en general mejora las funciones ejecutivas.
Por eso, cuando estamos motivados, normalmente reflexionamos, planificamos, decidimos mejor y podemos gestionar nuestras emociones mucho mejor. Aunque sin pasarnos, dado que un exceso de motivación puede hacer que el cerebro tenga más energía y disminuya la eficiencia del funcionamiento, como acaba de demostrar una reciente investigación.
Y otra curiosidad más: estar cansados tiene un lado bueno. Después de realizar una actividad extenuante, también tendemos a ser más creativos, porque cuando el autocontrol falla, las ideas surgen sin filtros, o con menos filtros conscientes.










