Por Sebastián Lorenzo (*)
Del mismo modo que hoy no es posible pensar la educación formal sin la previa invención de la imprenta, cuando la historia analice nuestro período será inimaginable interpretar la educación que está llegando sin comprender la potencialidad de internet ni la de los algoritmos de inteligencia artificial.
Confrontemos esos mundos, el del metaverso por un lado y el de la burocracia estatal por otro: esta sí que es una grieta. No hay forma, o aún no la hay, de que el sistema burocrático actual pueda ir siquiera a un ritmo parecido a lo que un nativo digital está acostumbrado a vivir diariamente en el mundo de hoy.
Jaque. Se está planteando un nuevo dilema, moderno y contundente, a la forma en que hasta hoy se aplica prácticamente la ley argentina de 1884. Que la educación en nuestro país sea “laica, gratuita, común y obligatoria” es un derecho que debe estar garantizado por el Estado. También es un orgullo patrio y una posición filosófica y práctica frente al dilema de educarnos como ciudadanos. ¿Pero qué pasaría si el Estado no puede brindar una educación para competir ante las plataformas internacionales?
Jaque. Google proponiendo una escuela en la provincia de Buenos Aires no es más que el comienzo de lo que llegará muy pronto y sin pedir permiso: las escuelas virtuales. Y llegarán a nuestro continente con sus diferentes propuestas de metaversos y universos digitales y cada cual tendrá diferentes opciones para educarse en ellos.
Jaque. A niveles de educación superior es importante destacar que la gran cantidad de estudiantes lo hacen para poder tener un futuro laboral que los sustente económicamente. Graduarse en carreras u oficios en establecimientos físicos o virtuales que tienen conexión directa con empresas como Google, Apple, Meta y otras similares garantizan mejores posibilidades de insertarse laboralmente en los puestos mejores pagos del mundo. Esto mismo antes era potestad exclusiva de los títulos de grado y posgrado otorgados por las universidades tradicionales.
Tres escenarios
El desembarco de estos nuevos formatos y prácticas en el mundo de la educación es inexorable, cuestión de tiempo. Frente a esto podemos imaginar al menos tres escenarios para la educación pública: un Estado garantizando metaversos educativos públicos, laicos y gratuitos; un Estado haciéndose a un costado y dejando que las empresas tecnológicas lo hagan todo; un estado que se valga de las empresas pero las audite y fiscalice de modo que intente garantizar calidad educativa para toda la población.
El primero de los escenarios podría ser el deseado, pero es poco probable que la población lo encuentre atractivo si los gobiernos no pueden ir al ritmo que sus competidores privados. El segundo es una posibilidad que seguramente van a abanderar los partidos afines al libre mercado. Mientras que el tercero podría ser una opción coherente para los dirigentes que piensen el problema desde el punto de vista de un progresismo pragmático (o justicialismo si nos centramos en nuestro país).
Vivimos en un mundo en el que millones de niños no llegan a completar la cantidad de proteínas ingeridas para desarrollarse físicamente y subsistir en forma saludable. Al mismo tiempo, y en este mismo mundo, hay un puñado de padres billonarios pensando en mandar a sus hijos de paseo a Marte y soñando con modificar su secuencia de ADN para que puedan vivir sin problemas mundanos -nunca mejor usado el término- por mucho más tiempo que el promedio de la humanidad. Estas disparidades tienen que ver con el mayor o menor acceso que han tenido esas familias a educarse durante generaciones.
Las plataformas digitales son propiedad de muy pocas personas y al resto solo nos queda la resignación de convivir allí, celular en mano, cada vez más tiempo conectados y bajo la sensación de que en algo nos mejoran la vida.
Una vez más los avances de la tecnología ponen en jaque a nuestra sociedad, a nuestras costumbres históricas. No es la primera ni será la última. La solución debe ser una jugada que nos permita sortear el momento y salir mejores. Será cuestión de la política y de nuestros dirigentes tomar el desafío de la educación de plataformas con el respeto y la sabiduría necesarios como para que en algunos años podamos seguir diciendo orgullosos que en este país todas y todos, si lo desean, pueden educarse en forma pública, laica, gratuita y de calidad.
(*) Sebastián Lorenzo es presidente de la Fundación Sociedades Digitales. www.sociedadesdigitales.org