Yo digo… Mascotas virtuales

Por Luis Britto García

En la escuela de mi sobrinita Yanina maestras neuróticas decomisaban mascotas virtuales.
Es la mascota virtual una cajita con la imagen de un animalito que crece y que a cada momento hace ruido requiriendo cuidados.
Pulsando ciertos botones se alimenta, limpia, medica o acaricia así a un pollito, un perrito o un niñito imaginarios que nunca pondrán un huevo ni defenderán ni querrán a quien los protege.
La única recompensa del amo/esclavo es saber que incesantemente trabaja en favor de algo que no existe.
La única semejanza de la mascota virtual con la verdadera es que, al igual que teléfono celular, suena como si fuera a morirse y sus llamados molestan a todo el mundo menos al propietario
Se agrava la situación cuando la mascota virtual toma el control. Ocurre entonces lo del niñito que no atiende en clase limpiando una gracia virtual; lo de la mamá que no duerme porque el aparatito de su retoño necesita afecto a las 3 de la mañana; lo de la jueza que no concluye la sentencia porque el suyo anda perdido entre los expedientes.
Gracias a las mascotas virtuales conocemos los arrasados por el espíritu del sacrificio sin objeto que nuestra entrada a la informática no será más que una nueva oportunidad de inmolarnos ante el fetiche de la pura pérdida.
Ahora sabemos por qué entregamos alma, vida y corazón a una pérfida que jamás nos devolvió ni una mirada: se trataba de alguien con corazón de disco duro y alma de virus informático.

Política virtual
Cada cierto tiempo el Vaticano decomisa numerosos santos virtuales que hicieron malgastar su vida a todas las beatas que les suplicaron en vano. Se sospecha que los medios nos comunican guerras, ídolos, creencias, éticas neovirtuales. Abandonadas quedaron en cajones o en el fondo del placard, atornillados a sus cuerpos mínimos, las mascotas de fantasía que ya nadie aliviará. Sólo en algunas de ellas el diseñador tecnológico compasivo previó la muerte tras algún período de desatención. Pero eran muertes virtuales en animación suspendida, siempre presentes los circuitos atormentadores de hambre, sed, frío y el gran anhelo de amor que enrancia las baterías perdurables en un lapso que, desconectado el reloj que simula los latidos, es la eternidad sin alivio. Millones de infiernos encendidos en la gran juguetería del olvido cruel de los niños.
Al igual que la mascota informática, hay una clase política virtual de derecha que lo pide todo a cambio de nada: se la alimenta, se la legitima electoralmente, se limpia sus suciedades y todavía pide que le entreguen el país para subastarlo.
Si su mascota, su amada o su clase política virtuales se han convertido en un pozo sin fondo, ha llegado el momento de tirarlos al fondo del pozo. Querer a quien lo quiere a uno es también quererse uno mismo.

Romance virtual
Problemas que ocurren al intentar profundizar relaciones con la amada que se atisba en redes sociales.
A) Su cara y su cuerpo no son ideales, sino rompecabezas armado con Power Point de rostros y cuerpos en las páginas web de modelaje.
B) Su conversación inteligente se debe a la aplicación Corrección de Dicción, que no sólo enmienda errores sino que además sugiere y desarrolla temas, diálogos, insinuaciones.
C) Su edad y su peso son el doble de los declarados.
D) Ella no es Ella, sino Él, con ligera perturbación de identidad de género.
Por mi parte:
A) No soy audaz deportista capitán del equipo.
B) No soy prestigioso cirujano plástico ni habitante de ensoñadora mansión.
C) No tengo 21 años, sino 21 nanosegundos de edad.
D) No soy un ser humano, sino un cookie implantado en las redes sociales para pescar datos de seres solitarios a quienes se podría vender mascotas virtuales.

El gato real
Adopto un gatito al cual llamo Schrodinger en homenaje a la paradoja del fundador de la mecánica cuántica según la cual no se puede saber si un gato encerrado está vivo o muerto, o si un cuanto está o no en una posición determinada. Schrodinger cumple los deberes de todo gato bebé de acechar ratones imaginarios pero su delirio es atacar el ratón informático del mouse enredándose en su cola digital. No hay forma de disciplinar a Schrodinger para que deje su presa virtual, si Schrodinger lo ataca para impedir que domine el mundo, si Schrodinger y o yo o tu estamos vivos o muertos y el mouse que domina la computadora -y por tanto el mundo- es lo único viviente.