Por Sergio Rossi
En tiempos de la «Revolución Libertadora» hubo una campaña feroz para “desperonizar” al pueblo argentino. El odio gorila hizo circular depravaciones del líder, como que tenía un harén de jóvenes militantes de la UES o que científicos alemanes le habían fabricado unas lentes para poder ver desnuda a la actriz Gina Lollobrígida. Además, lanzaron comentarios infamantes atribuyendo al líder una relación homosexual con el boxeador negro Archie Moore, a quien había recibido tiempo antes del golpe. La respuesta popular no fue avergonzarse de ser peronista. Aparecieron pintadas diciendo “puto y ladrón, queremos a Perón”. El gorilismo atribuye semejante consigna a la “incultura de los negros y su ignorancia cívica”, cuando refleja, por el contrario, una alta conciencia política que no se deja engañar.
En esta etapa la actitud de nuestra dirigencia ha de ser amplia y convocante. Esa actitud y esa convocatoria son también una acción, una de las tantas que debe desplegar el frente nacional y popular en su reconstrucción y avance. Son acción y son, al mismo tiempo, representación y escena; invitan al aliado y al traidor ocasional, al débil y al desertor, al flojo y al neutral, a una nueva épica, a marchar juntos contra un enemigo señalado con claridad. Nuestros dirigentes deben articular a un tiempo firmeza para dar garantías a los propios y moderación para facilitar que se sumen todos los que se puedan sumar. Distinto es el rol de los militantes y dirigentes de base.
No está mal ni es contradictorio con lo anterior que éstos enfaticen el centro ideológico ni que marquen con claridad a los aliados tibios. Esa acción debe darse en pinza, debilitando al aliado tenue e incierto para que no pretenda erigirse en conductor ni en beneficiario principal de esta nueva marcha que él no puso en movimiento ni transita con convicción firme. Que se convoque generosamente a ese aliado no implica eximirlo de explicar su historia, ni amnistiar sus deserciones. Hay que sentarlo a la mesa para fortalecer la alianza, y criticarlo con razón para que no pretenda más méritos ni beneficios que los que en justicia le corresponden; patearle los tobillos, para que no quiera imponerse como guía de la manada que abandonó, ni llevarnos por los caminos torcidos por los que transitó en su extravío; criticarlo sin echarlo, en suma, para bajarle un precio que él mismo se pusiera muy alto.