Hojas Sueltas… Todos los nombres

Por David Bueno

Muchos periodistas, escritores o investigadores, cuando abordamos temas de ensayo y divulgación, vivimos la dificultad del sexismo del lenguaje a la hora de nombrar a las personas. Porque las palabras confieren género a lo que se menciona. Hablamos, por ejemplo, de un equipo de científicos que ha descubierto algo, utilizando al masculino como genérico cuando, tal vez, en el equipo había varias mujeres y un solo hombre. Una costumbre que debe erradicarse.
Por un sexismo injustificado, se ha tendido a infravalorar las aportaciones de las mujeres en ciencia y tecnología. La historia de la ciencia está llena de ejemplos, que poco a poco se van corrigiendo. Nombres como Barbara McClintock, descubridora de los llamados elementos genéticos transponibles (genes que tienen la capacidad de viajar por el genoma), o Rosalind Franklin, codescubridora de la estructura del ADN, son cada vez más frecuentes en los libros de ciencia. Para reparar este agravio, la psicóloga Sandra Posada ha escrito “100 mujeres clave en la historia de la ciencia y la tecnología”. El libro recoge el nombre y las tareas de mujeres que, al haber destacado en unos ámbitos en los que han predominado los hombres, han sido invisibilizadas. Por caso, recuerda que el primer diseño de una estufa de gas para evitar los incendios que de vez en cuando provocaban las chimeneas, lo hizo una mujer: Alice Parker. O que los primeros estudios sobre higiene específica para mujeres los escribió Dolores Aleu Riera, que fue además la primera médica de España. Reflexionar sobre éste y cualquier otro tema es lo que nos hace humanos.
Reflexionar para emprender acciones que corrijan los innegables sesgos e injusticias; para nombrar con su nombre las aportaciones que hicieron innumerables mujeres. Otro libro de reciente aparición, “¿Qué nos hace humanos?”, del médico e investigador Salvador Macip es un ensayo lúcido que, sin rehuir la polémica, busca una respuesta desde la ciencia a una pregunta clásica de la filosofía. La respuesta que propone, y que argumenta desde un biohumanismo racionalista, es que lo que nos hace humanos es la capacidad de hacernos preguntas y, sobre todo, de hacérnoslas sobre nosotros mismos.
Es decir, tener conciencia y autoconciencia. Unas características cognitivas que, como dice Macip, “nos deben permitir alcanzar una vida en sociedad digna y justa”. O, como ha dicho otra mujer: “para dar un nombre a lo que vive a la sombra del lenguaje”.