Hojas Sueltas… De cortesanos y señorías

Sergio A. Rossi

Después de ver el video “De la Corte ejemplar a la Corte de cuatro. Breve crónica de la decadencia”, difundido por Cristina Fernández de Kirchner, bien a cuento recordar a Tito Livio. Porque decir “la Justicia” es caer en eufemismo ingenuo y falaz que disfraza y oculta los intereses que inficionan y determinan al Poder Judicial, poder oscuro, de pretensiones aristocratizantes y acendrada cultura corporativa. Pesan sobre él muy pobres controles ciudadanos, y son abundantes sus vínculos con el gran capital. Agencias extranjeras disfrazadas de organismos internacionales cultivan su amistad con solícitas invitaciones a foros turísticos de capacitación y negocios. Tito Livio, en el libro “Historia de Roma desde su fundación”, cuenta que 200 años antes de Cristo: “En aquella época era dominante en Cartago el estamento judicial, debido sobre todo a que los jueces lo eran de por vida. En su poder estaban la hacienda, la fama y la vida de todos; cualquiera que ofendiese a un solo miembro de aquel estamento los tenía a todos en contra, y con unos jueces tan hostiles no faltaban acusadores. Cuando éstos detentaban un poder tan incontrolado, pues no hacían de sus desmedidas atribuciones un uso respetuoso con los derechos civiles, Aníbal, nombrado pretor, mandó llamar a su presencia al cuestor. El cuestor hizo caso omiso, pues por una parte pertenecía al partido contrario y por otra, como de la cuestura se pasaba a la judicatura, estamento poderosísimo, adoptaba ya unas maneras acordes con el poder que pronto iba a tener. Aníbal estimó que esto era francamente inadmisible y envió un subalterno a arrestar al cuestor. Una vez conducido ante la asamblea, lanzó sus acusaciones tanto contra él en particular como contra el estamento de los jueces, cuya arrogancia y prepotencia eran la causa de que ni las leyes ni los magistrados sirvieran para nada. Cuando se percató de que su discurso tenía una favorable acogida, ya que hasta los más modestos sentían la arrogancia de los jueces como un peso para la libertad, inmediatamente propuso y sacó adelante una ley según la cual los jueces serían elegidos por un año, y nadie lo sería dos años consecutivos. Pero todo lo que esta medida tuvo de popular entre la plebe lo tuvo de ofensiva entre gran parte de los influyentes.» Hasta aquí Tito Livio. Los falsos republicanos que cantan loas a Roma y su virtud olvidan narrar esta historia.