Esther Vivas
¿Qué comeremos en el futuro? ¿Quién producirá los alimentos? ¿Cómo alimentar un planeta donde se calcula que, en el año 2050, habrá más de 10.000 millones de personas? La industria biotecnológica tiene la respuesta en la carne artificial y los alimentos transgénicos, pero ¿qué dicen aquellos que reivindican una alimentación local, ecológica y campesina?
La ciencia ficción desde hace años ha dado respuesta a estas preguntas. Tanto películas, cómics como novelas de este género han apuntado a que el día de mañana nos alimentaríamos a base de pastillas. La película “Just imagine” de David Butler, 1930, es un buen ejemplo: un hombre de los años 30 viaja a la sociedad del futuro y descubre cómo la alimentación ha quedado reducida a tomar una sola píldora. Si quieres un bife y unas papas fritas, únicamente tenés que encargarlo a una máquina expendedora y te lo sirve al instante. Por suerte, no hemos llegado a este punto, si no sería mucho todo lo que nos perderíamos de sabores, olores y texturas, pero en parte Butler no estaba delirando con su historia ya que los complementos alimenticios, comercializados en cápsulas y polvos, van en esta dirección.
De todos modos, la respuesta a qué comeremos de aquí a unos años radica en lo que pase a partir de ahora. Hoy hay dos modelos en conflicto que apuntan a dos futuros posibles: uno, el que defiende la industria agroalimentaria y biotecnológica, con una producción agraria intensiva, alimentos kilométricos y homogéneos, productos altamente procesados, tecnología transgénica, dejando en manos de unas pocas empresas qué y cómo se produce. Y, en oposición, la apuesta de movimientos de consumidores y pequeños productores en defensa de la soberanía alimentaria, que reivindican una agricultura y una alimentación local, ecológica y campesina. Dos modelos en colisión, donde actualmente el primero se impone sobre el segundo, al contar con el apoyo de gobiernos e instituciones internacionales.
Los retos
La pregunta a hacerse es: ¿este modelo de agricultura industrial que afirma poder alimentar la sociedad futura funciona? Si miramos los datos, parece que no, pues, como indicaba el relator especial de las Naciones Unidas para el Derecho a la Alimentación, Jean Ziegler, se produce comida para 12.000 millones de personas a escala global pero, paradójicamente, uno de cada nueve individuos pasa hambre (a ese número se lo está pronto a actualizar y hay quienes aseguran que la relación será aún peor: 1 a12). Un hecho que muestra el fracaso del modelo agroalimentario dominante, donde uno de cada tres alimentos producidos en el mundo se desperdicia en su trayecto del campo al plato. Si este sistema es hoy incapaz de dar de comer satisfactoriamente a las personas, ¿cómo puede hacer frente a los ingentes retos alimentarios del mañana?
Para la industria biotecnológica, uno de los productos estrella del futuro será la carne artificial. Son varias las compañías que compiten para producir cuanto antes una hamburguesa, albóndiga o salchicha elaborada en un laboratorio, aislando células madre de vaca o cerdo y desarrollándolas en biorreactores. Otras empresas apuestan por producir masivamente insectos en granjas de larvas y gusanos. Pero, ¿necesitamos de todos esto? Quienes lo defienden aseguran que es la solución para acabar con el hambre.
Creo que el diagnóstico del que parten es erróneo. No nos hacen falta nuevos alimentos sintéticos ni aumentar exponencialmente la producción, lo que importa es hacer accesible a las personas la comida que ya existe, que los alimentos dejen de ser tratados como una mercancía y sean considerados un bien común. Seguir dando respuestas tecnológicas a problemas políticos ya vemos donde nos ha llevado, al fracaso más absoluto.
La alternativa
¿Cuál es la alternativa? Aquellos que defendemos la soberanía alimentaria lo tenemos claro: recuperar la comida de verdad, apostar por una agricultura de proximidad, en manos de los productores (no de los latifundistas ni de las empresas que arrienda campos con el solo objeto de exportar granos a gran escala), lo que beneficiaría a la economía local, con un modelo de producción ecológico, que cuide la tierra y quienes la trabajan.
Sus detractores afirman que así es imposible alimentar un planeta con miles de millones de personas, pero según varios estudios científicos y la propia FAO, la agricultura ecológica y de km0 puede garantizar mejor la alimentación de las personas que la agricultura industrial, eso sí: con una reducción del actual e insostenible consumo de carne a nivel mundial.
En definitiva, necesitamos una agricultura que ponga en el centro las necesidades de las personas y el cuidado del planeta, solo así en el futuro podremos comer todos y comer bien.