Hojas Sueltas… Generaciones

Por David Bueno

El vicio de cada generación de adultos es ver a sus jóvenes como la peor generación. Lo primero que habría que entender es que no son diferentes los jóvenes a los adultos. Lo único que cambia es el contexto social, cultural y tecnológico. Pero la necesidad de romper límites siempre ha sido la esencia de la adolescencia. De hecho, esto es lo que nos hace humanos. Romper límites es lo que nos hace creativos. Sin la adolescencia, nuestros antepasados no habrían abandonado África, ni siquiera se habrían planteado por qué ir más allá de la sabana. Es necesario entender tres cosas: que las ganas de experimentar cosas nuevas, tener mucha reactividad emocional y al mismo tiempo una menor capacidad para gestionar reflexivamente este proceso, son las que constituyen a un adolescente.
Yo lo resumo con tres zonas del cerebro, que llamo “El triángulo de la adolescencia”. Una es la Amígdala, que es la parte del cerebro encargada de generar las emociones, y en la adolescencia se vuelve hiperreactiva, reacciona más rápidamente y con mayor intensidad. La segunda zona es la Corteza prefrontal, que gestiona la reflexividad y la gestión emocional, y durante la adolescencia se reconecta mucho para dejar atrás hábitos de la infancia. Este alto grado de reconexión hace que pierda eficiencia y cueste más reflexionar y gestionar las emociones. Y finalmente está el Estriado, la zona encargada de generar sensaciones de recompensa. Los adolescentes descubren que hay muchas cosas nuevas que les generan recompensa, pero no saben cuáles son porque nunca han sido adultos y, para descubrirlas, deben experimentar con el ensayo y error. En el caso de los jóvenes, digamos entre los 13 y 18 años, es necesario que las zonas mencionadas del cerebro hayan madurado. Y esto es cuestión de tiempo, pero también de cómo se vive ese tiempo. Un joven que madura en un entorno impulsivo tardará más en madurar que uno que vive en un entorno más reflexivo. La etapa más dura de la adolescencia debería terminar entre los 18 y 20 años. Lo que ocurre es que los adolescentes sólo dejan de comportarse como tales cuando los adultos de su entorno los reconocen como iguales en derechos y deberes. Y esto no siempre se da y aparece un conflicto entre adultos que desean ser tratados como adultos y otros adultos que no quieren perder el poder de control sobre sus hijos.