Por Roque Minatta
A la cultura desde el gobierno se la fortalece con una política cultural, que sostenga principios democráticos, inclusivos y ciudadanos y antiegocéntricos y antisoberbios. La política cultural se hace desde la política y no desde la cultura. A las políticas culturales le pasa lo mismo que a la economía, cuando nacen desde la política tienen éxito, cuando nacen desde sí mismas fracasan.
El error es básico y obvio, por cuanto los objetivos de una política cultural nacen de la experimentación de las acciones culturales que se desarrollen y no desde un presupuesto patrón ideológico. Aunque se debe respetar una base mínima de formación.
Todas las acciones culturales tienen una raíz artística que se plasma desde lo individual a lo colectivo. Es eterno querer mostrar lo que se hace, para llenarnos de aplausos y complacer el ego, o para ser un aporte al colectivo social cultural al cual se pertenece con la misión de enriquecerse y enriquecer al otro.
A sabiendas de ello, quienes conduzcan y /o coordinen un proyecto cultural deberán saber discernir entre el natural ego del artista y el artista al servicio de su colectivo social. Ambos conviven en una persona. Lo políticamente válido es saber conducirlo. Cuando estudiamos en la primaria y la secundaria existían tres materias enormemente aburridas para la mayoría de los educandos que hacían que la mayoría de ellos trasladasen ese hastío al mal comportamiento: Actividades Prácticas, Educación Musical y Artes Plásticas. Todas herramientas de la cultura que por años el sistema educativo no supo aprovechar. La idea es simple y concreta, se debe estructurar un currículo para que desaparezcan estas materias y se fundan en una sola: Cultura Ciudadana. Esta materia debería tener la misma fuerza que, por ejemplo, Formación Ética y Ciudadana, tanto en educación media como primaria. Pero ello no basta. Cultura Ciudadana debe ser una materia a contraturno, porque no se puede desde un aula nutrirse de la cultura de la comunidad en que se vive.
Los docentes deben provocar curiosidad por las actividades culturales de su ciudad y estimular a sus alumnos a salir a la calle a descubrir centros culturales, a conocer los artistas locales, a reconocer los patrimonios arquitectónicos, a visitar y participar en talleres, públicos y privados. Sacar al alumno desde el colegio y tirarlo a la calle literalmente, para que caiga en su paisaje urbano y rural y que vea lo que no pueden ver por sus propios medios. La mayoría de los adolescentes pasan frente a talleres, museos, plazas, monumentos históricos, calles y avenidas, pero los miran sin ver. A los lejos oyen una chamarra pero la oyen sin escuchar. Para ello son apenas parte de un paisaje que no los contiene ni los representa.
Es aquí donde docentes y funcionarios políticos de la cultura deben encontrarse en una planificación educativa cultural que proponga una Cultura Ciudadana de formación al servicio de su colectivo social. En el marco de una política cultural educativa los jóvenes no serán más pasivos espectadores de eventos culturales, sino gestores inteligentes de los mismos, descubriendo intereses ocultos y capacidades ilimitadas de creación.
Estamos en el Siglo XXI, es tiempo de que la cultura ingrese a los establecimientos educativos.
(*) Profesor de Historia y Ciencias
Sociales. Periodista y analista político.