Por Ariel Vercelli
El poder, alcance y capacidad tecnológica de ciertos estados y sus corporaciones plantea nuevos y complejos desafíos para las democracias del siglo XXI. El extractivismo de grandes datos personales, la creación de perfiles psicográficos de los ciudadanos y el envío de propaganda política microsegmentada pueden afectar el voto secreto y debilitar la democracia. En esta columna ya hemos hablado bastante del caso Facebook – Cambridge Analytica, escándalo internacional que demostró hasta qué punto existe el extractivismo de datos personales, la violación de la privacidad y el uso de psicografía, entre otros delitos y prácticas que pueden favorecer la manipulación de personas, grupos, comunidades y poblaciones.
El mercado de los datos personales proporciona dividendos millonarios a las empresas que los filtran o capturan y organizan para venderlos. Otorga también ventajas políticas, tan enormes como ilícitas, a determinados grupos que se benefician con esa información, que no es otra cosa que un espionaje ilegal, aunque solo digital.
El nivel de vulnerabilidad de los datos personales quedó en evidencia cuando el CEO de Cambridge Analytica reconoció, primero ante una cámara oculta y luego en el Parlamento y la Justicia británica, que su compañía había utilizado la información de millones de usuarios de Facebook para cooptarlos enviándoles información falsa y suministrándoles contenidos que por su perfil sabían que serían consumidos y, lo que era más importante, los replicarían o “compartirían” en las redes sociales.
Los datos personales, incluso los más sensibles como los bancarios o las historias clínicas de los usuarios, son el objetivo de los hackers corporativos. Las democracias representativas se encuentran frente a un punto de no retorno. Si las capacidades de conocer o predecir el voto se fortalecen en algunos estados y sus corporaciones tecnológicas, entonces, el voto popular podría pasar a ser secreto sólo para los ciudadanos entre sí (es decir, entre quienes no poseen las máquinas de extraer datos e información de la población). El escenario futuro, en este caso, no es muy alentador. El voto popular podría estar migrando rápida y peligrosamente hacia un voto de “secreto selectivo”. Es decir, un voto que, si bien no adquiere publicidad inmediata, su secreto pasa a depender de lo que “otros” decidan sobre la información disponible. Estas intrusiones extractivistas y predictivas anticipan un aumento de la manipulación y los fraudes electorales y una disminución de las libertades políticas y de la vida democrática.