Por Roque Minatta (*)
El Estado que maltrata, el Estado maltratado, el Estado que en realidad recibe un maltrato de los ciudadanos, del poder real, pero también del gobierno que es observador de cómo su propio Estado se lo maltrata.
El Estado debe estar al servicio de la sociedad en su conjunto y es lo que se espera, pero demasiados individuos que integran esta sociedad muchas veces pretenden que el Estado esté al servicio suyo, sin aportar ni social ni económicamente a su existencia para poder ser así más equitativo y eficiente en el comportamiento ante la comunidad. Pero deja muchísimo que desear el comportamiento y compromiso social de esa inmensa minoría la que llaman mayoría, comenzando así uno de los maltratos más frecuentes hacia el Estado, proveniente de algunos ciudadanos, que sólo se sirven de una torta que no ayudan a que crezca.
Es muy frecuente ver a los ciudadanos en sus comportamientos más ruines hacia el Estado Muchos argentinos maltratan al Estado en beneficio propio. Pero es obvio que siempre hay una justificación social del porqué determinados ciudadanos no pagan los impuestos, base social de la igualdad. “Son caros”, “no llego”, “no puedo”, “se lo afanan los políticos”, en fin, siempre encontrarán un justificativo para que el Estado le cobre a otro y ellos servirse de la educación pública, la seguridad pública, la justicia pública, la salud pública y. por qué no también, de los subsidios y moras.
Suele justificarse que el Estado no sabe gastar o, lo que es peor, que gasta mal, que gasta en cosas intrascendentes, innecesarias. Que gasta en corrupción, que no sirve que gaste en inversiones que no son en el futuro rentable social y económicamente para la sociedad. Otros lo maltratan diciendo que este es un Estado que no sabe recaudar, que por eso no cumple con las funciones esenciales de tener una mejor salud y una mejor educación una mejor Justicia, una mejor seguridad, que son los reclamos justos y obvios de cualquier comunidad. Es aquí donde vemos que se lo maltrata desde adentro.
Al Estado lo mantiene el pueblo en su conjunto, que es el único que no evade y paga el impuesto más caro para sustentarlo: el impuesto al consumo.
El Estado actúa de forma legal, no quiere decir que actúa en forma legítima porque a veces existen derechos (entre comillas) que son ilegítimos por ejemplo las jubilaciones de privilegio. O cuando el Estado está incapacitado de cobrarle a los jueces el impuesto a las ganancias, por cuanto son derechos adquiridos que el Estado no puede eliminar o cambiar. Estas situaciones son legales, pero evidentemente son ilegítimas porque no tienen el consenso social obligatorio que debe tener todo derecho e irritan muchísimo al ciudadano.
Entonces es aquí donde el Estado se siente impotente y le debe una explicación al ciudadano. Argumentan los gobiernos que nada se puede cambiar, pero esa es una mentira de los conservadores que quieren un Estado a su propio servicio y que resguarde sus “derechos adquiridos”.
El Estado todo lo puede cambiar, absolutamente todo, desde la Constitución que lo conforma como Nación, hasta las leyes comunes y corrientes de la República. Todo depende de la voluntad política que la sociedad asuma en su conjunto, y de la voluntad y consenso político que logre el Presidente que quiera cambiar, para bien, la función y el rol del Estado.
Y es aquí donde el Estado vuelve a ser maltratado por aquellos que dicen que debe de tener un rol muy diferente al que otros piensan que debe tener y mientras nadie se pone de acuerdo sobre cuál es el rol del Estado en cuanto a la sociedad, éste sigue haciendo las cosas por su nombre. Y las hace mal, y las hace provocando injusticias, y las hace, por supuesto, brindándose a intereses que no son justamente a lo de la gran mayoría del pueblo argentino.
No obstante, nos entretienen siempre con la misma “Secretaría de Reforma del Estado” que sólo sirve para modernizar la burocracia que demora el accionar de las políticas activas, que muy de vez en cuando el gobernante anuncia.
El saqueo al Estado es otro de los maltratos que lo daña considerablemente, es quizás el maltrato más significante que puede sufrir el Estado y, por su medio, a los habitantes de la nación que representa.
También existe una vieja estigmatización sobre que el empleado público maltrata al Estado cuando no te atienden bien o cuando por culpa de la falta de celeridad del gobierno que lo conduce, los ciudadanos no ven evacuadas sus tramitaciones.
El Estado debe ser sagrado, habida cuenta que es la única contención de la sociedad, pero sus influyentes ciudadanos no se lo permiten.
(*) Profesor de Historia y Ciencias Sociales. Periodista y analista político.