Por Andrea Sosa Alfonzo y Clara Chauvín (*)
Nacida en un hogar donde siempre se escuchaba Gardel, Rinaldi y Troilo, Dolores Solá creció amando el tango. Es la voz principal del grupo La Chicana y una de las cantantes más importantes en la escena nacional. Dice que su relación con el canto fue “muy neurótica” pero jamás dejó de hacerlo. Amante del caos y de romper las reglas, Solá pone el cuerpo en el escenario para jugar con los límites.
Dolores Solá asegura que el tango forma parte de su vida desde la primera hora. Comenzó cantando Gardel y Le Pera en su casa y bajo la ducha, hasta convertirse en una de las cantantes argentinas más importantes del género. Es la voz principal de La Chicana, grupo que integra junto a Acho Estol y Juan Valverde, creado a mediados de los ‘90 dentro de la movida de la Nueva Guardia del tango, en tiempos en que el género estaba un tanto olvidado.
“Tenía un padre que escuchaba muy buena música así que desde muy chica en casa
sonaba Gardel, Corsini, Susana Rinaldi, Troilo y Grella”, cuenta Solá. “Nunca tuve una contradicción con el tango, no era un género que se peleara con otras músicas. Lo incorporé como una música más en vida junto con los Beatles, con la música mexicana, el flamenco. Siempre me gustó cantar, el tango estuvo desde la primera hora en mi vida. Otra cosa fue cuando decidí que fuese una música que yo pudiera cantar arriba del escenario, eso me costó un poco más. Al principio pensé que no iba a haber un público para cantarle, yo no quería cantar tangos a jubilados solamente”.
Con Estol se conocieron en Madrid, donde vieron de cerca la movida de jóvenes españoles que revivieron y revitalizaron el flamenco. “Existía toda una movida de jóvenes flamencos, con mucha data y mucha tradición porque la mayoría de ellos eran gitanos, pero tocaban Hendrix con la guitarra. Admiramos esa movida y nos preguntamos por qué eso nunca ocurrió con el tango, por qué los rockeros argentinos le dieron la espalda a pesar de que muchos son tangueros, en lugar de adoptarlo, revolucionarlo, corromperlo. Así que teníamos eso que nos caminaba en la cabeza”.
-Cuando La Chicana comenzó en los ‘90, el tango no estaba tan de moda como sí lo fue tiempo después ¿Cómo fueron esos primeros años?
-Con Acho tuvimos unos proyectos medios mercenarios al principio de nuestro encuentro musical. Y un día dijimos ‘tengo ganas de hacer tango’, sin ninguna expectativa y eso nos ayudó. Sin la idea de componer tangos ni de ser un grupo que fuera una punta de lanza. Empezamos a milonguear en La Viruta, empezamos a ver muchos jóvenes bailando en zapatillas, un encuentro entre bailarinas contemporáneas del San Martín y viejos tangueros.
Era el encuentro entre dos culturas que chocaban y se ladraban, pero en el abrazo del tango se encontraban para ser una sola. Eso era toda una manifestación cultural. Nos animamos a armar un grupo, primero con canciones de los años ‘20 y ‘30, tango más reventados, ese tango primitivo. El primer show fue en La Viruta, me acuerdo que nos preguntaban cómo se llamaba la banda. Durante un fin de semana barajamos varios nombres y Juan Valverde dijo “La Chicana”. Y nos gustó, por la sonoridad y lo que quería decir. Nunca pensamos que algún día nos íbamos a preocupar de cómo sonaba ese nombre internacionalmente porque chicano es el latino en Estados Unidos. No nos imaginábamos nada, ni siquiera que Acho empezara a componer tango, siempre había compuesto pero más por el lado de rock folklórico. En los primeros shows que hacíamos, como no había mucho grupo joven entonces nos llamaban, por ejemplo, de Cancillería. Esto durante la época del menemismo, de repente cantábamos para para un grupete de los emperadores del Japón hasta en un evento con Menem, Ramón Hernández o De La Rúa. Y al mismo tiempo éramos medio transgresores. Teníamos un repertorio de clásicos y no había mucha otra cosa. No quiero ser injusta con otros grupos que empezaron en esa época pero digamos todo era muy incipiente. Cantamos una vez para Carlos de Inglaterra y fue muy gracioso. Tocamos en lo que era el edificio de la Prensa y que ahora es la Legislatura. A él le hacían recorrer el edificio, entonces entraba y salía de las oficinas con todo un séquito. Nosotros estábamos ubicados en el patio central y cada vez que él salía de la oficina teníamos que empezar a tocar y cuando se metía a otra oficina teníamos que parar de tocar. Era como “Bienvenido, Mister Marshall” más o menos”.
-En tiempos de cultura de la cancelación ¿qué significa cantar un género que ha sido tan misógino como el tango y poder traerlo al presente?
-Yo no creo que el tango sea misógino de ninguna manera, creo que el lugar de la mujer en el tango es enorme como inspiración y como temática, con la madre o la novia. Han habido grandes intérpretes como Azucena Maizani, Rosita Quiroga, Mercedes Simone, Nelly Omar. El tango, como todas las músicas de esa época, era machista pero porque la sociedad era machista. Pero no misógino, son dos cosas muy distintas. Al tango lo defiendo diciendo eso, no tengo ningún rencor en cuanto a las letras de tango. Creo que el arte es amoral, no podemos jugar el arte. “Tortazos” sigue siendo una milonga muy genial, muy graciosa, o “34 puñaladas”. Es un calvario el tema de los asesinatos de mujeres, es un horror y tenemos que combatirlo, tenemos que estudiarlo, tenemos que ver por qué ocurre, pero eso no hace de esos tangos una obra prohibida. En el cine o en la literatura, por ejemplo, eso no existe.
Podemos ver películas o series sobre asesinos seriales y nadie pone el grito en el cielo. Eso es porque se cuentan historias. Desde el arte no se puede bajar línea, pasaría el arte a estar muy limitado. Así que hago una defensa del tango en ese sentido, no nos empobrezcamos por fanatismos. Una cosa es el análisis profundo de una realidad, y por supuesto condenar esa realidad y ocuparse de ella, y otra cosa es el arte y el pasado.
Además de su vida con el canto y los escenarios, Solá también participa de algunos programas radiales culturales. Por un lado, tiene una columna mensual sobre música y mujeres en el programa La La Lás, que condice Carolina Muzi en Radio Provincia. También, junto a Hernán Lucero, forma parte del programa sobre tango Eche veinte centavos en la ranura y recientemente se sumó al programa Calandrias, con Sandra Russo en Radio Nacional. “No solamente por interés sino hasta por trabajo tengo una avidez por lo que pasa en la música y trato de estar aggiornada”, comentó.
-¿Cuesta a las mujeres ingresar a la escena musical?
-Yo creo que la realidad de la cual hablas es una realidad que vivimos los artistas en general. No creo que esté siendo especialmente difícil para las mujeres que ya logramos subirnos a escena, más que para los hombres. Creo que para todos es muy difícil, no existe más el disco, por lo tanto cada vez la oferta para tocar en vivo es más grande. El tema de la pandemia ha limitado muchísimo al público, ya no se hacen giras internacionales prácticamente. No sé cómo será acceder a ciertas cosas cuando no sos conocida, pero me animo decir que las cosas han cambiado muchísimo. Las redes han democratizado muchísimo el acceso mostrarse, que lo pueden hacer tanto mujeres como hombres. Hay además una bajada de línea desde lo institucional cultural de abrirle el juego a las mujeres y a diversidades. Admiro a muchas intérpretes, desde Nelly Omar este hasta Charo Bogarín, Lidia Borda, Paula Maffía. Un poquito les hemos sacado la delantera a los varones, quizás por eso tanto femicidio. Con hacer este análisis no estoy justificando, estoy diciendo que es a lo que está ocurriendo en la sociedad y que bien merecido tenemos las mujeres de pasar a la delantera. Hay que analizar lo que produce en esta sociedad machista que estamos tratando de cambiar. Me gustaba mucho Gabo Ferro, fue una pérdida tremenda, muy dolorosa, igual que la de Palo Pandolfo que también me gustaba mucho.
-¿Que es Hikikomori, el disco que lanzaron en plena pandemia? ¿Cuál es el origen del nombre?
-Hikikomori es un síndrome de la sociedad japonesa, en general en los adolescentes que no salen a la calle, que hacen todo desde su casa y desde la computadora. Piden la comida, compran las cosas, tienen sexo a su manera y es un calvario social. Hikikomori es el síndrome y hikikomori es el que lo padece. Se le ocurrió a Acho y nos pareció ideal para hablar de ese último tiempo en el cual se había gestado el disco y lo sacamos el año pasado. Aún no lo hemos tocado en vivo por razones obvias. Acho me mostró varias de las letras un año y medio antes de la pandemia.
En ese momento me dijo que eran bastante post nucleares y oscuras y no sospechaba lo que se venía. Lo terminamos de redondear durante la pandemia. Por ejemplo, hay un tema que se llama “Encerraditos” qué, sería un poco la traducción de Hikikomori.
-La Chicana se ha dedicado a retratar historias, pero poniendo mucho el cuerpo, la cabeza, dejándose atravesar por la época. Algo que a nosotras nos determina mucho cuando decidimos hacer Juntas ¿Cómo vivís esto de contar historias y de ponerle el cuerpo a la realidad, a lo que acontece?
-No es una idea previa sino que es un resultado de cómo somos. Acho compone contando historias, yo en el escenario pongo el cuerpo. Soy yo así, me gusta mostrarme como soy, me encanta improvisar, que se dé algo en ese vivo que será ese día y no se da en otros. Me gusta interactuar con el público, jugar con el humor. La ideología es algo que tenemos muy fuerte y no queremos ocultarla de ninguna manera. La Chicana terminó siendo esto que es producto de cómo somos nosotros dos. Hay gente que me ha dicho “Ay qué lástima que hables tanto de política”. A mí me gusta hablar de política, soy polémica, me gusta decir lo que pienso. Soy puteadora de la realidad y en el escenario soy así. No me asusta la polémica, vengo de una casa recontra polémica entonces no me asusta que alguien del público diga algo. Me entrego a esa ceremonia y me gusta un cierto caos en el escenario. Me acuerdo una vez que me puteaba Horacio Molina y decía que lo ponía nervioso por el caos en el escenario. Le decía que yo funciono en eso y me agrando ante eso. Cuando digo el caos hablo de eso de que puede salir cualquier cosa. Igual debo decir que generalmente no me desubico, pero me gusta esa cosa de jugar en el límite.
-¿Cuál fue la primera vez que dijiste que el canto es lo que te define, dedicar tu tiempo, tu placer a eso? Y, por otro lado ¿Qué significa para vos cantar, qué te pasa cuando estás en el escenario o grabas un disco?
-Siempre desde chica me gustó cantar y me hacían cantar en casa porque era la menor de muchos hermanos. Siempre fui muy afinada y recordaba las melodías y demás. Llegar a subirme a un escenario me costó 27 años. La relación con Acho es definitiva en eso, me encontré en mi camino con un músico, con un compositor. A partir de nuestra relación me subí al escenario. La decisión de “esto es lo mío y acá me voy a quedar” me llevó muchísimos años. Tuve una relación muy neurótica con el canto. Me acuerdo que un analista que yo tenía me decía “vos seguí cantando, si querés duda pero vos seguí cantando”. Y fue así que me transformé en la cantante, cantando durante muchos años, dudando de si elegir la actuación o el canto, pero mientras cantando y siendo muy feliz en el escenario. Qué error hubiera cometido si hubiese dejado de cantar. Por eso yo frente a la neurosis de los jóvenes les digo: no te preocupes, vos hacé mientras, lo importante es hacer mientras uno duda, padece o lo que sea, pero hacer. Porque un día decís “yo soy esto que hago » y además que te amigás, te entregás. Yo realmente me alegro tanto cantar, el escenario me hace muy feliz.
(*) Andrea Sosa Alfonzo es comunicadora y periodista. Se especializa en comunicación digital. Es Directora Periodística de Revista Riberas.
Clara Chauvín es periodista y productora de contenidos en Canal UNER y en Riberas. En 2019 publicó el libro “Hermanadas: Postales de lucha”.
Esta entrevista pertenece a la Serie JUNTAS, un ciclo de conversaciones con mujeres referentes de la cultura, la comunicación y el arte, que publicamos en formato podcast y gráfico.