Esther Vivas
La humanidad se encuentra frente a una crisis sanitaria, pero también ecológica global que forma parte intrínseca de la crisis sistémica del capitalismo. Y una de las diferencias respecto a las crisis económicas anteriores, de los años 70 o el crack del 29, es, precisamente, su vertiente ecológica. De hecho, no podemos analizar la crisis ecológica global de forma separada de la crisis en la que estamos inmersos ni de la crítica al modelo económico que nos ha conducido a la misma. También es necesario rechazar sin paliativos la lógica de maximización del beneficio del sistema capitalista y su orientación productivista que no tiene en cuenta los límites del planeta tierra. La realidad es que estamos asistiendo a una verdadera crisis de civilización que tiene múltiples dimensiones: ecológica, alimentaria, de los cuidados, financiera y, como decía José Saramago, ética y moral. Una crisis que en su conjunto pone encima de la mesa la incapacidad del sistema capitalista para satisfacer las necesidades básicas de la mayor parte de la población y que amenaza la propia supervivencia de la humanidad. Por lo tanto, no estamos ante una crisis pasajera. La crisis va para largo. Y no hay luz al final del túnel. O peor aún, como ha señalado el filósofo Slavo Sizek, la luz al final del túnel ha resultado ser la de un tren en marcha que viene a toda velocidad contra nosotros. Así lo demuestran los planes de rescate que el FMI y la Unión Europea aplicaron en algunos países, cuyas medidas de ajuste y recortes han devastado naciones y condenado a generaciones de ciudadanos en todo el mundo, sobre todo en el Sur. Una ofensiva permanente e incansable que busca acabar con los pocos derechos sociales que todavía quedan y que las empresas consideran un lastre para su competitividad en la economía global. La crisis plantea por lo tanto la necesidad urgente de cambiar el mundo de base. Y éste es para mucha gente el punto de partida para enfrentarnos a la crisis ecológica. Y lo están haciendo movimientos pacifistas pero activos. Grupos globales como Extinction Rebellion (XR) utilizan las redes sociales, internet y la creatividad para generar campañas que llaman a la acción. A “actuar ahora”, mediante la desobediencia civil no violenta. Los grandes medios intentan invisibilizarlos, pero es un esfuerzo inútil que está acabando con la poca credibilidad que tenían algunos medios, si es que alguna les quedaba.