Naturaleza y fatalismo

Señor director:
La belleza de la naturaleza arrebata a cualquiera. En el mar hay belleza, en las piedras de la playa hay belleza, en la imponente luz del sol que hace resaltar las cosas como si estuvieran recién hechas, hay belleza, y en todo lo que evocan estos y otros aspectos de la vida hay belleza, la cual nos embelesa como rendidos admiradores de su espectacular encanto.
Con la mirada fija en el mar uno se pregunta: ¿Qué estará ocurriendo en sus profundidades? Millones de seres moviéndose de un lado para otro, recreándose, buscándose la vida, comiéndose unos a otros, y muriendo y naciendo sin cesar. Entre tanto, las células de nuestro organismo seguramente estarán haciendo lo mismo, mientras estamos absortos en la excitante experiencia de vivir basada en satisfacer deseos y planear diversas maneras de procesar conocimientos, ideas y proyectos.
Todo cambia, y el deseo de cambiar el mundo también cambia. Cuando esto sucede uno comprende que las cosas son como tienen que ser y que, en su ser como son, son perfectas. Averiguando cómo se hizo un nudo es posible deshacerlo, y comprendiendo por qué estamos atados a las ambiciones materialistas pueden desatarse. Si todo cambia en la vida, oponer resistencia a cambiar sería perjudicial. La vida está hecha de sorpresas de las que uno tarda en reponerse. Del espacio que media entre una cosa y otra, surge la idea de lo que llamamos cambio. Así como en la música, la resonancia que media entre una nota y otra es lo que propicia la musicalidad, cada acontecimiento de la vida habría que conceptuarlo de igual modo. De por sí, las cosas son inmutables, lo único que cambia es el modo de apreciarlas. ¿Y de qué depende el modo de apreciarlas? Del estado de conciencia que se tenga, ¿de qué si no?
A veces, la apreciación subjetiva hace creer que uno capta el corazón de la realidad, mientras que en términos objetivos quizás no haya ocurrido lo mismo (normalmente casi nunca coincide lo uno con lo otro). Entonces uno comprende que las motivaciones egoístas provocan cambios perjudiciales tanto para uno como para la sociedad en que vive, lo cual impide vivir la propia vida de manera inteligente. La orientación fatalista del mundo no va a mejorar mientras cada uno de nosotros no haya mejorado. Cuando uno se toma en serio la vida, el instinto de superación lo insta a trabajar y, si cultiva el conocimiento espiritual, comprende que, así como piedra sobre piedra se construye un edificio, esfuerzo tras esfuerzo también puede realizar obras importantes. En cada nuevo día hay una oportunidad de dar luz verde a la libertad que el alma reclama desde el momento de nacer. Pero a veces la mente encamina la voluntad por la vía muerta de la rutina conformista que anestesia hasta el más íntimo sentir. Aun así, uno siempre debe confiar en que podrá conseguir cualquier cosa que desee con solo proponérselo.
Lucas Santaella