A las personas nos gusta la estabilidad porque nos da confianza y seguridad, pero esta crisis demuestra que la estabilidad, en la naturaleza, no existe. Hay periodos de mucha estabilidad, hasta que, no se sabe nunca por dónde, de repente surge un descalabro. Éste no ha sido el primero. Esta pandemia ha tenido un comportamiento clásico: una primera fase de poco crecimiento en el que todo el mundo piensa que se salva, y una segunda fase de crecimiento exponencial, que es en la que estamos ahora. Pero tenemos poca memoria histórica. En el “Cuaderno gris”, de Josep Pla, hay una entrada del 8 de marzo de 1918 en la que escribe con fastidio: “Como hay tanta gripe, han tenido que clausurar la universidad. Desde entonces, mi hermano y yo vivimos en casa. Somos dos estudiantes ociosos”. Su reacción es otra algunos meses más tarde: “La gripe continúa matando implacablemente a la gente. En estos últimos días he tenido que asistir a diversos entierros. Eso, sin duda, hace que empiece a sentir una mengua de emoción ante la muerte… Aunque sólo fuese por esta razón, convendría que este escándalo de la patología tuviese un fin -que la gripe no matase a nadie más-”. (Barcelona, 22 de octubre de 1918). La naturaleza tiene estas cosas. Deberíamos aprender de esta experiencia para tener nuestro sistemas sanitarios a punto, con un plan de contingencia que permitiera activar todo con mucha más rapidez y sabiendo lo que se tiene que hacer. Pero no hay motivos para sentirnos optimistas. Cuando la crisis de 2007-2008, el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, dijo que nos teníamos que replantear el capitalismo. ¿Y qué se ha replanteado? Al contrario, se ha fortalecido el neoliberalismo. Desde hace más de un año este diario le dedica todos los días, como mínimo, dos páginas a la pandemia. Quizás pronto, también para nosotros será historia. Pero deberíamos recordar siempre que a las pandemias se las combate confinándonos en casa y sacando a los científicos y médicos a la calle. No los autos, los gritos y bocinazos obcecados.









