Señor director:
La incidencia de inseguridad, miedo, frustración y desencanto están a la orden del día. La gente se aferra a las noticias, pero sean las que sean la verdad es que nadie sabe a qué atenerse. La pandemia ha puesto en evidencia la fragilidad de las personas y las precariedades del modelo de cultura dominante que, le llamen como le llamen, es una compleja maquinaria que nadie sabe cómo hacerla funcionar de manera conveniente porque tal como ha sido construida, no es raro que no funcione.
Hoy por hoy la sociedad está constituida por personas muy dispares en cuanto a criterio, capacidad cognitiva y modo de pensar que en su conjunto conforman una inmensa tribu desvirtuada de individuos muy desorientados con claros signos de trastornos mentales, tanto los de mentalidad tullida como los que se consideran vanguardistas, aun cuando desconocen más que los otros cuál es el real propósito de la vida humana y por qué es que las cosas van tan mal.
Sucede que desde tiempo inmemorial, la humanidad camina en dirección opuesta a la meta que le corresponde alcanzar, la cual no es otra que la de desarrollar plenamente la conciencia.
Podríamos decir que desde que Caín mató a su hermano Abel, las propensiones egoístas y la tendencia a la discordia han sido muy pronunciadas en la personalidad de los humanos. Las guerras a pequeña o gran escala y las maldades más perversas no han cesado nunca, y ahora menos todavía debido al enorme aventón ejercido por el inusitado avance de la tecnología que multiplica las opciones de manipulación, fraude y dominio de unos sobre otros.
Está más que demostrado que no hay escasez de inteligencia, pues a la vista está el prodigioso modernismo que vivimos hoy, exento de los impedimentos logísticos de antaño. Pero lo que salta a la vista en medio de la situación caótica del mundo es que falta desarrollar la “tecnología espiritual” al nivel que le corresponde para nivelar la desequilibrada situación del mundo en que vivimos. Incentivar la espiritualidad fundamentada en el conocimiento fidedigno del que hacen gala las milenarias Escrituras védicas de la India, haría predominar el amor sobre el egoísmo, la paz sobre la guerra, el orden sobre el caos, y la felicidad sobre el sufrimiento, alcanzando de una vez por todas el nivel de bienestar que con solo acrisolar la sensatez y el buen juicio de todos los humanos podría ser alcanzada, propiciando la renovación profunda de usos y costumbres como corresponde a lo que todo el mundo entiende por civilización.
«El futuro está dentro de nosotros, en el amor férreo hacia nuestros hijos, en el impulso a ayudar a un extraño en apuros, en nuestro deseo de perdonar, incluso cuando eso parece pedir demasiado».
Lucas Santaella