Riesgos y fobias

La excesiva preocupación por la seguridad ha despojado a la infancia de tres elementos imprescindibles para el aprendizaje: el sentimiento de independencia, la asunción inteligente de riesgos, y el descubrimiento.
En el núcleo de la obsesión por la seguridad hay una visión de que los niños que son demasiado frágiles o poco inteligentes para evaluar el riesgo de una situación dada. Pero niños necesitan experimentar la sensación de riesgo, de lo contrario se aburren, pierden interés en salir afuera y se enfrascan en sus pantallas porque allí “viven” sensaciones que la vida real les niega. Es un tipo de entretenimiento que suple su sed de aventuras.
En su libro “Los juegos infantiles desde una perspectiva evolutiva”, la investigadora noruega Ellen Sandseter, sostiene que los niños tienen una necesidad sensorial del gusto por el peligro y la emoción. Esto no quiere decir que lo que hagan tenga que ser realmente peligroso, sólo que ellos deben sentir que están tomando “un gran riesgo”.
Sandseter identifica seis tipos de juego arriesgado que los chicos deben experimentar:
1-Trepar alto como para evocar la sensación de temor.
2- Manejo de herramientas peligrosas (tijeras, cuchillos o martillos pesados)
3- Estar cerca de los elementos naturales (jugar a orillas del río o cerca de un fuego).
4- Luchar (los niños aprenden a negociar la agresión y la cooperación).
5- La velocidad (en hamacas, bicicletas o patinando a un ritmo que se siente demasiado rápido).
6- La exploración. A éste último la autora lo describe como el más importante. “Cuando los chicos se quedan solos y pueden asumir la plena responsabilidad por sus acciones, y las consecuencias de sus decisiones, obtienen una experiencia emocionante y duradera”, sostiene Sandseter. Para medir los efectos de la pérdida de estas experiencias recurre a la psicología evolutiva. “En otra época, habrían tenido que aprender a funcionar con algún peligro, defenderse de los demás, o ser independiente. Crecer es un proceso de gestión de los miedos y aprender a tomar decisiones racionales. Pero si nunca pasan por ese proceso, el miedo puede convertirse en una fobia”. Cita un estudio que muestra que los niños que resultaron heridos porque cayeron desde alturas cuando tenían entre 5 y 9 años tienen menos probabilidades de tener miedo a las alturas a la edad de 18.